domingo, 1 de abril de 2018

Al no poder elegir entre una empanada de pino y una de marisco en la panadería de Las Heras, la que atendía notó la indecisión y preguntó: -¿Traicionar o no traicionar la fe?-. Un dilema devoto hamletiano. Sonrío levemente captando la referencia. La panadera, aun notando el gesto, parecía preguntarlo en serio. Entonces repliqué: -¿Ir al infierno o ir al cielo? Por ahora, prefiero el cielo-. Sabia elección, decía ella, satisfecha. No sospechaba, o tal vez sí, que la elección estaba mediada por una intertextualidad que ella misma había propiciado, y no por un acto de fe necesariamente. Así le seguía la corriente para ver hasta dónde llegaba. "Recién el Lunes podré volver al infierno". No con menos gracia que antes, pero, esta vez, con estricta lógica, comentó que desde el Lunes ya no corría el dilema. "Pero si mañana ya no es semana santa. Podrá comer lo que sea, sin culpa". Ante sus dichos, agregué que iría de todas formas al cielo, comiese lo que comiese, a lo que ella respondió señalando que no le consta. De ese modo, agarré la empanada de marisco recién precalentada que me vendió, y se la mostré en una seña irónica, antes de salir de ahí. La panadera sabía que podía haber escogido cualquier cosa, pero eso, dadas las circunstancias, ya no significaba nada, ni una prueba teológica, ni una disputa existencial, sino que un mero capricho culinario de nuestra conciencia.

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