De todos los recovecos del mundo
De toda la algarabía de los laberintos
Tenía que encontrarte en el rincón más oscuro
Recién salida del cubículo mortuorio
Con la vista perdida en la luz
Una luz más pálida que la de una estrella agonizante
No dices nada pero tampoco lo callas
Solo aguardas el deseo que no puedes percibir
Bajo tu cuerpo perfecto, inerte, helado
El silencio te vuelve herméticamente sensual
Y cada gesto de estatua que imagino que modulas
Vuelve el acto una ceremonia de hielo fúnebre
Un rito de fluido y estancamiento
Cada movimiento va trazando el desvío por el que las sensaciones impulsan el instinto de muerte
Y tú la conoces mejor que nadie
Ese privilegio exquisito de estar del otro lado pero a la vez estar aquí, sintiéndote
Dentro, pero fuera de ti misma
Configurando en la carne tu propio obituario
Inaugurando un amor póstumo
Más allá del tiempo y sus cadáveres
Que puede vencer incluso la descomposición de la materia y la putrefacción de los sentidos
El signo de lo profano va coronando lo sublime
Los gusanos ya no pueden seguir esperando
Cómplices de este encuentro furtivo y taciturno
Lo único más encantador que la muerte
Es ahora el lazo que amarra esta sangre, este dolor con tu alma sin envase
Únicamente viva bajo este sueño enfermo
este placer subterráneo
Sin ley ante la ironía de la eternidad.
François Bertrand ("The Vampire", woodcut from "Mémoires de Monsieur Claude")
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