jueves, 4 de enero de 2018

La señora del negocio pregunta al comprarle un par de cuestiones para la mercadería: -¿Usted trabaja?-. Lo dijo inmediatamente después de arrojar un rostro de extrañamiento. Seguramente notó que voy casi todos los días, y a comprar casi siempre lo mismo, por lo que su deducción tal vez la obligó a pensar que últimamente siempre paso desocupado. Pensé en un principio decirle que no de puro pesado, pero preferí hablarle con franqueza y mencionarle que sí trabajo, solo que estoy de vacaciones. Al enterarse la señora de que era profe, vino otra pregunta en el mismo tenor que la primera: -¿Usted es profesor?-. Segundo gesto de extrañamiento. Tal vez no podía creer que alguien como yo lo fuese, a juzgar por la apariencia desprolija, o por la demasiada juventud. En fin. La señora, luego de sus preguntas, y de descubrir la identidad de su cliente redundante, pasó sin más las bolsas con la compra, y, acto seguido, se despedía apenas, sin alcanzar a explicarle mayores detalles sobre nada, atendiendo al próximo cliente con la rutinaria facilidad que la caracteriza.

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