viernes, 10 de noviembre de 2017

Último día de los cuartos medios. Como era previsible, no asistió nadie. Fui a la sala para hacer una suerte de amague, una confirmación del vacío de la sala. Sin embargo, me encontré solo a una alumna, solitaria, cerca de la ventana, mirando de forma taciturna hacia el exterior del recinto. La sala se volvió de pronto un cuadro de Hopper. Le repetí a la alumna que no era necesario que viniera. Que hoy ya estaban todos los promedios cerrados y que la asistencia no correría. Ella insistía en que había venido a cumplir con su asistencia que según ella era deficiente. La acompañé de ese modo a la oficina del director para aclarar el asunto. El director confirmaba el hecho de que no debía venir ni menos para tomar clases. Ante eso, la alumna cambió su tono con un largo suspiro, admitiendo entonces que su viaje había sido en vano, puesto que su propósito de cubrir el último día de asistencia ya no tenía sentido. A pesar de todo, decidió revisar su promedio general a modo de compensación por haber venido en balde. La acompañé esta vez a la sala de profesores para que confirmara su nota final del año. Miró hacia el muro sin ventana de la sala, y resolvió, de repente, que ahora sí podía irse, con esa mirada en mente.

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