sábado, 25 de noviembre de 2017

Al ir al Serviestado del centro, una fila despejada para las cajas. A un costado, una mujer con su hija pequeña jugaban con monedas. A simple vista, monedas inutilizadas, de uno o cinco pesos. Cada vez que la mujer le entregaba las monedas a la niña, esta las tiraba al suelo de forma que ella las volviera a recoger. El ánimo desenfadado de la niña tirando una y otra vez las monedas al suelo como si fuesen simples figuritas de acción. Las monedas al no tener ya valor económico habían devenido verdaderos juguetes sin otro propósito que el de entretener. Su material, a pesar de su devaluación, había recobrado en cambio una inocencia perdida, un valor genuino, ahora en manos de la revoltosa niña. Y pensar que más tarde esa niña crecerá y se dará cuenta que aquellas fichas de cobre numeradas con las cuales jugaba, simbolizaban en su tiempo el valor financiero, el sostén de su propia vida material, cuando ingrese quizá por esa misma fila, esta vez con un pedazo de papel numerado o una tarjeta de plástico guardadas en el interior de su bolsillo o cartera, para pagar el costo de su tiempo y de su lúdica vida adulta.

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