viernes, 23 de junio de 2017

Después de la hora de permanencia, se armó una conversa con el colega de historia y de inglés. Surgió de repente el tema de los concursos para hacer clases en la Antártica, en específico, en la llamada Villa Las Estrellas. El profe de historia remarcaba que los sueldos, considerando el tiempo de estadía y los riesgos que implica hacer "patria" a la cresta del mundo, son significativamente más elevados que en cualquier otra zona del país, alcanzando incluso los tres palos mensuales. -No estaría nada mal por todas esas lucas, aunque olvídate de la ciudad y de todo-, repetía el colega de inglés. Le asentí agregando que era demasiada plata para un profesor, como debería ser realmente, aunque a cambio de dejar atrás todo el esquema citadino y, de hecho, todo nuestro esquema de vida actual durante un largo período de tiempo. Un tanto intrigado con nuestro temprano entusiasmo, el colega de historia continúo explicando que, sin embargo, había un gran requisito excluyente, o, mejor dicho, un gran inconveniente. El concurso solo llamaba a parejas de profesores. Idealmente, a casados. Ni por asomo a profesores solteros. "Chucha, entonces ahí sí que estamos cagaos", replicó el de Inglés. Risas. Le decía que habría ya que pensar en casarse con tal de hacer clases allá. Por supuesto, se lo decía en broma. El colega de historia permanecía con una sonrisa corta, aunque escuchando las tallas. En su silencio, él, un tipo casado, con hijos, quizá no podía entender cómo sus compañeros de trabajo todavía presentaran ese obstáculo invalidante, esa condición de soltería y que incluso se mofaran de ello con tanta liviandad, pero con una cierta resignación oculta. "Voy a empezar a llamar a mis ex compañeras, a ver si alguna cae, y está dispuesta a casarse y cagarse de frío por casi tres palos", seguía el colega de inglés, aludiendo aún más a la irónica posibilidad. La palabra matrimonio, después de esa simpática charla, saliendo por el pasillo inundado por la lluvia, empezó a teñirse luego de una escarcha helada. De un aire abismal. El colega de historia desapareció de repente una vez que entró al baño. El de inglés iba a conversar algo con el director. No se sabía qué. Solo una cosa era cierta, saliendo del instituto: Una cuantiosa cantidad de dinero y unos cuantos grados bajo cero nos separaban de la posibilidad remota de sentar cabeza.

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