lunes, 23 de enero de 2017

El contenido de ciertos sueños. Siempre perturbador, aunque también apasionante. Su metáfora entra más en relación con la proyección de una película clandestina que con la excavación de tesoros en una cueva recóndita. Los sueños como una combinación miscelánea de vivencias, recuerdos, reflexiones en vida que no alcanza a cobrar forma en la experiencia. Por ejemplo, el de la mañana tuvo que ver con un cerro porteño inventado en alguna parte del espacio mental. Allí ocurría un asesinato. Me veía escapando de una familia relativamente conocida. Una de las integrantes tenía el rostro de una ex. Sabía inconscientemente que el principal sospechoso era un conocido que, sin embargo, se sentía distante. Una figura pública. Tal vez un poeta. Las motivaciones eran difusas, al igual que el escenario. Lo único que persistía a través de la ensoñación era la imagen del cuerpo muerto enterrado en alguna parte, el rostro inmarcesible de la ex, y la presencia fantasmal del poeta implicado. La interacción con esos tres agentes era mínima, y se restringía a unos pasos temerosos a través de ese cerro digno de la película Inception. Sus formas eran inauditas, pero lo que siempre permanecía era cierta oscuridad. La sensación nocturna de que en cada esquina pudiese presentarse la muerte. Mejor dicho, la sombra del implicado. O, peor aún, la posibilidad de que el implicado fuese uno mismo. Un determinado sentimiento de paranoia, que a ratos me recordaba a una actuación en la serie Twin Peaks, o a la nueva serie de Netflix, Sense8, en la cual ocho personas están conectadas psicológicamente, pero también de forma circunstancial, a través de la muerte de una joven. El sueño ocurría, casualmente, cuando me quedaba durmiendo al ver el primer capítulo, ojeroso, agotado y sobretodo delirante. Alguien debería, en un futuro de ciencia ficción, hacer algo con los sueños. No sé, instalar un dispositivo tipo Black Mirror, que grabe las ensoñaciones con detalle para su posterior análisis, o, mejor aún, para su visionado en profundidad, como si se tratasen de temporadas de tu propia serie vital. La mente misma como un pequeño cine, proyectando sus propios secretos. Quizá qué clase de experimentos o de creaciones podrían salir de eso. De seguro, vanguardia pura. Cuestiones que harían furor.

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