domingo, 11 de diciembre de 2016

Esperando la micro 520 desde población Isla de Pascua, a un costado de la subida, una chica con dos niños. Seguramente sus hijos. Ante la inusitada demora de la micro en llegar, comienza a patear la perra a mi lado. Se rompe el hielo. Se toma la confianza de explicar el por qué se demora la micro, y cómo en la semana no ocurre lo mismo, y por qué tiene tanta prisa. Le digo que no era del sector, que solo venía de visita, pero que incluso de esa forma la espera resulta exagerada. Que a lo mejor caminar resultaría más provechoso. Dice que ojala fuese así. Que en ciertas ocasiones hasta se lo ha propuesto. En eso llega la micro -Hablando del rey de Roma, agrega ella-. Sube con sus niños. Subo yo después. Al fondo ella atendiendo un llamado telefónico. Se le oye explicar a otra persona -seguramente, su pareja- lo mismo que me explicó allá arriba. Mientras que, a un asiento del costado, se siente el motor imperturbable, rugiendo al compás de sus dichos, avanzando a pesar de nuestro silencio.

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