jueves, 28 de julio de 2016

La emoción de Stranger Things creo que no se vive tanto en un afán desmedido de originalidad, sino que en saber sintonizar con la elegancia y oscuridad de los ochenta, transmitiendo esa sintonía en el celuloide de la pantalla con estética y sentimiento. Existe una tesis que suscribo de Simon Reynolds sobre la retromanía en el fenómeno del rock. Me aventuro a afirmar que estamos en la época del revival. La retromanía propuesta por Reynolds se manifiesta no solo en la música, sino que en la cultura misma casi como un estilo de vida. Y es por eso que Stranger Things cala hondo. Habla de los misterios, las pesadillas pero también los sueños de una época que por su capacidad de asombro todavía guarda un lugar en nuestro cine interior.

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