domingo, 26 de enero de 2014

Mudanza a lo Heisenberg

Después de la ayuda a una mudanza, qué sensación la de no solo moverse uno a punta de muebles, sino la de retener fluidos e ideas como si en el dinamismo quedaran en suspenso. Lo que Heisenberg decía de la indeterminación quedó demostrado en la mudanza más que en la velocidad del átomo. No hay hábitat, no hay partícula (¡no hay relaciones!) solo hay el jodido movimiento todo el rato. Lo mismo podría decir de los fluidos, pero era conveniente la mentira del control hasta acabar la labor de hormiga (ellos querían, traicioneros al organismo, validar una teoría antes que obedecer mi voluntad).

Aquella eureka en mi cuerpo, en el espacio que lo desplaza, halló un alcance en un encuentro inesperado: un encuentro con una chica en Miraflores, desde donde venía de ayudar, que curiosamente esperaba una micro al igual que yo, en dirección sur, quizá con la misma motivación -refugiarse en la casa, aguardar el fuego, dejar atrás- pero con un destino distinto, como debe ser. Preguntó qué hora era, exactamente las nueve. El factor tiempo aquí viene a servir de cómplice, frente a este pequeño vínculo entre dos cuerpos que se desplazan. Ella iba a la plaza. Considerando su intriga por la micro que se retrasaba, me sumé al dramatismo de la espera, tanto para forzar una coincidencia (ilusamente) como para marcharme de la punta del cerro.

Ella creaba complicidad a medida que crecía aquella coincidencia. Sin embargo, era lógico que, siguiendo la indeterminación, en algún punto la micro llegara y, entre las alternativas, estuviera la de subirse en una micro a Valparaíso que pasara por ambos destinos, o simplemente subirse a la máquina móvil que cortara de raíz ese capricho del tiempo, ese encuentro en el paradero, como dos partículas que, no sabiendo que forman parte del mismo categórico movimiento, se juntan y se separan, sin volver a saber una de la otra, para así volver realidad sus destinos.

Previo a esa escena, habíamos quedado en que cada uno visitaría el punto de origen del otro: yo, Viña del mar; ella, Valparaíso, esbozando lecciones de turismo romántico, casi buscando que la ciudad puerto, para ella, y la ciudad jardín, para mí, fueran no solo destellos espaciales del deseo efímero, sino que promesas de combinaciones, en donde cada uno hipotecara su presencia, como si el visitar el sitio de origen del otro sublimara la brutal indeterminación de las cosas que están sometidas al movimiento como un karma.

Retengo la memoria de esa chica como una victoria moral contra el principio del movimiento, a pesar de lo ridículo que resulta, sin garantía alguna del encuentro y ni siquiera de la complicidad. En ese paradero posible, como en tantos otros tránsitos, no hubo hábitat, ni siquiera hubo lazos, solo cuerpos esperando la micro que los llevará a casa. Pero eso ya no importa más. Encarando lo fugaz, me cago en el adiós. Soy solo una partícula más que roba emociones, combustible para seguir. Esa es la palabra. ¿seguir a alguien?, ¿una muchacha? ¿un principio?, no importa: solo seguir.

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