viernes, 5 de octubre de 2018

Todo lo que recuerdo de esos años lo sé por otros. Según lo que decía mi madre, vía inbox, unos días antes del plebiscito, para el cierre de la campaña, habló Ricardo Lagos (luego del famoso "dedito acusador") sobre un escenario lleno de gente en Pedro Montt, a la altura de la Plaza Victoria. En esos momentos, estando yo en sus brazos, y producto del caos colectivo, me dio un arrebato y no paré de llorar en todo lo que duró la ceremonia. Años después, ya en el gobierno de Aylwin, se encontraron cadáveres en Pisagua y a los de Valpo se les hizo una enorme misa en la catedral de San Ignacio. También ahí, según lo que cuenta, me puse a llorar sin parar, muerto de hambre, hasta que una mujer de la agrupación de familiares de detenidos desaparecidos le ofreció una galleta a mi madre para que se la diera a este pobre llorón insufrible y se callara de una vez. "Fue una época dura pero que sacó lo mejor de todos nosotros", comentaba ella, a modo de cierre. Se sabe que desde tiempos paradigmáticos he sido un aguafiestas, un hinchawea de antología.

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