lunes, 24 de julio de 2023

Oppenheimer y la secreta relación entre la bomba atómica y la poesía

Algo fascinante de la película Oppenheimer es que reanuda una unión que se cree imposible: la de entre poesía y ciencia. En la película, basada en el libro Prometeo americano, queda de manifiesto. El profesor Paul Dirac le preguntó a su alumno Robert Oppenheimer cómo a él, un hombre de ciencia, podía gustarle la poesía. El físico respondió que, en el fondo, poesía y ciencia son la misma cosa puesta al revés, porque ambos buscan expresar el lenguaje del universo, solo que uno se valdría de las palabras y el otro de las fórmulas y los números. Oppenheimer llevaría pronto a la práctica esta impensada unión. La primera prueba nuclear de la historia fue bautizada por el físico como “Trinity”, Trinidad, en referencia a un verso del poeta inglés John Donne: “Abate mi corazón, oh trino Dios; Pues tú, aún me llamas, alientas y corriges; Para levantarme me abates, doblegas, quemas y rehaces.” Este poema metafísico tiene, a su vez, un profundo sentido religioso. En efecto, el debut de la bomba atómica fue nombrado a partir de un poema que, a su vez, conjuraba el nombre de Dios. Acto de poiesis, en todo el sentido de la palabra. La propia explosión –aunque parezca paradójico- podría haber representado simbólicamente el acto de la creación poética y el acto de la creación divina.

Creación y destrucción serían, de esta forma, indivisibles, al punto que el aspecto destructivo de la bomba atómica también provocó, en los poetas del Japón de la época, el surgimiento de una corriente literaria llamada 'genbaku bungaku' (Literatura de la bomba atómica), la cual nació como respuesta a la inusitada violencia de la guerra y a sus efectos en las mentes creadoras. A los sobrevivientes que decidieron contar sus experiencias mediante la palabra se les llamó 'hibakusha'. Ellos fueron los que sublimaron la tragedia a través del ejercicio de la poesía y la literatura. Hay muchos exponentes de esta literatura, pero Tsutomu Yamaguchi puede que sea uno de los más icónicos. Fue, de hecho, el último sobreviviente oficial y el único que vivió ambos ataques, primero en Hiroshima y tres días después en Nagasaki, su ciudad natal. Escribió sobre la misma calamidad en dos ocasiones y en dos contextos. «He muerto dos veces y nací dos veces en esta vida, tengo que contar ese hecho de la historia antes de morirme», repitió Yamaguchi, de manera íntima, haciendo de la escritura su rito secreto de reintegración y de recreación a partir de las ruinas de su vida y de su historia, la de su patria. La poesía le colocó un nombre a la bomba, y la destrucción que dejó a su paso también despertó, entre sus víctimas, un sentido poético.

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