domingo, 31 de octubre de 2021

"La emoción más fuerte y antigua de la humanidad es el miedo". Lovecraft.

Pregunta de noche de brujas: ¿Qué cosas aterran verdaderamente? Surgen muchas respuestas, y todas dicen mucho de nosotros. Quizá el terror de lo ominoso sea lo más terrible de sufrir, respondió una. Yo le dije que a mí me aterra lo kafkiano en clave El proceso. También, el terror psicológico es cuático. La sola capacidad de la mente humana para manipular y dañar revela la sombra que pugna por acecharnos con cada descuido. Pondría, en segundo lugar, el terror tecnológico, en clave Black Mirror. Constatar que ya es realidad es horripilante. Solo basta con pensar en las posibilidades del nuevo Metaverso creado por Mark Zuckerberg, sus consecuencias irreversibles para el tejido de la realidad y el entendimiento de nosotros mismos. En tercer lugar, le seguiría el terror cósmico de Lovecraft, pero es uno que sigue después de una larga meditación sobre nuestra posición en el universo. El pensar que somos apenas un accidente en medio de variables infinitas que nos rebasan. Ese puro pensamiento podría sumir en el nihilismo hasta al más entusiasta y rebosante de sentido. Después de todo, creo que el terror menos terrible es el fantástico. Lo que en verdad siempre ha sido un paradigma del terror sigue siendo la realidad, la realidad con sus múltiples sorpresas, trucos y puñaladas por la espalda. Ella respondió, de hecho, que la realidad y toda aquella mínima posibilidad de realidad resulta realmente terrorífica. Y tiene razón, porque, como decía Shakespeare, es muy probable que, sin duda, el infierno está vacío y todos los demonios están aquí, cohabitando entre nosotros. Incluso, anidando en nuestro fuero interno cual guarida a la espera de una oportunidad. En otro punto, el futuro también aterra, sobre todo, las distopías en clave 1984 o Mundo Feliz. Están ad portas de volverse una realidad mundial. Es cosa de ver el sometimiento ideológico y los diferentes dispositivos de control mental que subrepticiamente se cuelan entre los recovecos de la sociedad, como si se tratase de serpientes simbólicas, dispuestas a envenenarnos el espíritu y paralizarnos la voluntad. Y lo peor de todo, es que son cuestiones perfectamente tangibles.

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