Al ir a comprar al negocio de la esquina, se hablaba de un nuevo detergente en venta: "El Quijote sin mancha". Decían que rendía más que el resto y que era mucho más económico. Tenía un dibujo del Caballero de la Triste figura, quien aparecía solo, sin su famoso escudero Sancho. Un gesto decidor. La limpieza tenía que tener ese signo de ironía y de sátira para ser soportada en su labor redundante. Pensé en el publicista detrás de la idea. ¿Habrá leído la obra cervantina en su totalidad? ¿Se tratará acaso de un lector de novelas que se gana la vida haciendo publicidad con guiños literarios? Siempre hubo una tensión cómplice entre literatura y publicidad. Esta última toma recursos poéticos para su función, pero les imprime una cuestión persuasiva. A su vez, la literatura que pretende venderse tiene que tener una publicidad adecuada, para alcanzar la mayor cantidad de ventas posibles. Jamás Cervantes habría imaginado que su obra alcanzara tal relevancia que terminara siendo referida en un producto de limpieza, y ni siquiera el mismo Quijote, en sus más febriles sueños, habría imaginado que acabaría volviéndose ícono de un detergente en lugar de un caballero andante. De todos modos, su imaginario resistirá la arremetida del pensamiento aséptico, a tal punto que la ropa limpia podría ser el indicio de una profunda disciplina o de una neurosis, y la ropa sucia, el signo de una locura imbatible.
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