Vi la nueva película de Pedro Páramo en familia. El ritmo lento, pedregoso, sumado a la atmósfera lúgubre, los planos solitarios y una precisa alternancia entre recuerdos, hicieron de la experiencia una lectura muy fiel del libro. Al bajar al plan, de pronto apareció un fuerte viento que chocaba contra los muros. Las calles vacías de día domingo, y la aparición repentina de ciertas personas, sin dirección aparente, retrataban un cuadro similar a Comala en pleno puerto. Recordé a mi padre, a quien no veo hace mucho y de quien tengo, al menos, la certeza de que está vivo. Recordé también a mi ex. Su voz, su rostro, su andar. Caminé la misma calle que caminamos cuando volvíamos a la casa. El mismo recorrido, ahora en solitario, con su voz y su rostro, volviendo en calidad de imagen sin forma. Sé que ya no estamos juntos, sé que todavía anda por ahí, pululando en sus propios lares. Sin embargo, algo pena. Pena, todavía, algo que no pudo ser y que busca realizarse a través de la ausencia. Una extinta posibilidad, un secreto en forma de rumor, unas palabras íntimas convertidas en un lenguaje fantasmático. Todo aquel que escribe, tarde o temprano, busca su propia Comala, su propio destino insalvable, su propio relato descarnado, su propio retorno a un origen sin nombre. En nuestra obstinación por la verdad, nuestra verdad, matamos la historia, la retorcemos a nuestra manera, elegimos una narrativa conveniente y, en cambio, sacrificamos otra. Volvemos el mundo un desierto y, en su lugar, lo poblamos de apariciones espectrales, de realidades sin sustancia que buscan acabar con su tormento.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario