miércoles, 5 de abril de 2017

Hay estrellas de la música, estrellas del cine, hasta estrellas del deporte. Sus acciones, sus obras, al alcanzar su máximo esplendor, están destinadas a una nomenclatura idéntica a la del sol. Son llamados estrellas a secas, como sinónimo de gloria. Sus hazañas generan tal desconcierto colectivo que son capaces de obstruir la frágil rueda de la sociedad. Para los escritores, en cambio, siempre a contraluz de todo, no cabe otra clasificación mejor que la que inventó Schopenhauer. Los escritores como estrellas fijas, planetas y estrellas errantes. Agregaría a ese astrológico bestiario los asteroides, los satélites artificiales, y definitivamente, la basura cósmica.

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