domingo, 25 de septiembre de 2022

Hay quienes, como Gaspar Rivas, sostienen que el 4 de septiembre, con el triunfo del Rechazo, murió la agenda de deconstrucción cultural que pretendía ser implantada por la izquierda radical. Rivas conjuga el octubrismo con el ñuñoísmo y plantea que se mataron dos pájaros de un tiro en las urnas. No puedo estar más en desacuerdo. Si bien la agenda progre fue detenida aquel día, está lejos de ser vencida. Además, el progresismo ñuñoíno ya no tiene nada que ver con el espíritu octubrista desatado el 18/10. Este último impulsó el proceso constituyente, carro de la victoria al cual se subieron los progres, pero su ola nihilista arrasa incluso con la pretensión de un Acuerdo institucionalizado entre los actores políticos. Por esto, concuerdo más, desde otra vereda, con la visión de Jorge Alberto Collao, escritor de ciencia ficción y activista social, quien sostiene que aquel 4 de septiembre, lo que fue atacado de gravedad fue el “noviembrismo” (representado por el Acuerdo por la Paz del 16 de noviembre del 2019), no el octubrismo, y este ha llegado para quedarse y recobrar energías. Su “Fuerza de Marea”, según él, conformada por muchas micro orgánicas o micro resistencias, está expandiendo sus redes, a tal punto que continúa conformando diversos frentes de lucha y tensionando el tejido social. Los que resentirán una probable “insurrección 2.0” o una “nueva asonada”, por no decir, “estallido”, serán los que hoy forman parte de la coalición de gobierno y que, en su momento, estaban del lado de la oposición. Aquellos que pretendieron canalizar o colonizar el espíritu octubrista, mediante un noviembrismo cocinado de manera vertical, hoy se ven enfrentados a las consecuencias de una hibris política sin precedentes.

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