miércoles, 20 de diciembre de 2017

Hace unas horas, el gobierno francés declaró tesoros nacionales los manuscritos originales de Los 120 días de Sodoma del Marqués de Sade y los primeros manifiestos surrealistas de André Bretón. Ambos iban a ser subastados al mejor postor por la sociedad Aristophil, luego de declararse en quiebra su fundador, el empresario Gérard Lhéritier. Según un experto, el hecho de que la obra de Sade -motivo de censura en plena época de la Revolución Francesa- sea ahora protegida por el Estado, no significa que esta haya dejado de resultar polémica. Por el contrario. El motivo de la polémica, eso sí, sería el contenido subversivo anexado a un costo demasiado elevado, en contexto de crisis económica. Lo mismo pasa con los manifiestos surrealistas. Los propios escritos de Bretón, quien en su tiempo sumaba las filas del PC para combatir el Estado burocrático, cobran ahora un estratégico interés cultural (y comercial) para el gobierno de Francia. Quien lo creería. Obras que en su tiempo estaban a las sombras de la revolución, y en lo más extremo de la vanguardia, respectivamente, se convierten, gracias al nuevo trasfondo capitalista, en bienes invaluables al alero del mecenazgo cultural. Será que ya nada escandaliza de verdad, como le decía el propio Bretón a su amigo Buñuel, o el mercado finalmente amarra y mitiga con sus tentáculos cualquier manifestación de disidencia, sea esta simbólica o declarada. Es la propia burguesía la que actualmente demanda las obras de Sade y de Bretón para su colección de artistas disidentes, y el Estado, garante de la "buena salud" de la cultura, las protege celoso, como hueso santo, con tal de no tranzar su "aura", su otrora valor inmaterial.

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