miércoles, 29 de octubre de 2025

Me llegó un correo de una revista de literatura, confirmando recepción y edición de un poema enviado a su convocatoria:

Querido Gabriel,

Esperamos que te encuentres muy bien.

Queremos agradecerte por compartir con HUMUS tu texto “Real cólera poética”, una pieza de gran potencia expresiva que se adentra sin temor en la fractura del tiempo y en el desconcierto de una humanidad que ha perdido sus espejos.

Adjuntamos el informe de corrección y lectura curatorial realizado con especial cuidado. Nuestro propósito ha sido acompañar la fuerza de tu voz sin atenuar su ímpetu ni su carga simbólica, afinando solo aspectos de puntuación, coherencia sintáctica y respiración del texto para sostener su ritmo, su contundencia y su tono profético.

Tu escritura levanta una denuncia que se siente casi ritual: una invocación de la cólera que, más que destruir, ilumina lo podrido. Su verbo se mueve entre la sátira, la herida y la reflexión filosófica, encarnando la esencia de HUMUS: la palabra como materia que estalla, que se descompone para dar paso a lo vivo, al pensamiento germinal.

Agradecemos de corazón tu confianza y quedamos atentos a tus impresiones una vez revisadas las observaciones.

Con respeto y admiración,


Equipo Editorial HUMUS

Materia viva. Palabra que germina.


Versión corregida (lista para maquetación)

Real cólera poética

Cuando todo cae; cuando lo que creías intocable aparece oxidado, manchado por la insania;

la avasalladora tempestad de la turba, la sombra junguiana detrás de caretas hipócritas;

el reverso de la pálida belleza, redundante, demacrada por su propio origen traicionado.



Cuando todo cae y lo que denotaba solemnidad se revela cual careta ruidosa, profana en su manierismo;

cuando los gruñidos de los energúmenos se confunden con las palabras inocuas de los bienpensantes,

entonces los sueños y los deseos de trasnoche se vuelven una leyenda infame:

locura material, negación de la negación, mera idolatría de la herida y fetiche de la angustia.



Lo negro les arrulla el nervio sensible. Se dejan encandilar por el demonio de la conciencia,

que les susurra el rumor de una belleza transmutada y disuelta para alimentar la hibris

de unos cuantos idiotas que abrigan la causa de la disolución y sacralizan el nihilismo del paria.



Asaltan las cabezas de ilustres estatuas para regocijo de su cloaca histórica;

su pandemonio de rencores, enconos y odiosidades, a la sombra del teatro del pánico.

Espectáculo esperpéntico, destellante de magia negra, chapoteando en bilis y úlceras:

amor y obra de iluminados, vanguardia travestida a la usanza del nuevo orden.



Espacio indeterminado, abismo sin fondo donde habitan sin habitar,

donde fluctúan al ritmo de la deconstrucción y de la relatividad del ser,

maniobrado por poderes fácticos y fuerzas convulsas,

ininteligibles para su léxico mediocre, en el ocaso de las miradas y las perspectivas.



La real cólera los pillará solapados, cual topos sin madriguera, masticando polvo;

la real cólera los acechará, a medio camino entre ameba y humano.

Hará que se odien a sí mismos, en la evaporación completa de su máscara.

Odiarán el teatro que han montado y no pararán de odiar hasta que la cólera sea el absoluto,

y el absoluto los engulla en fauces de constelaciones.



Contarán una a una las palabras afiladas en la batalla de los egos,

a cambio de voces falsarias, repetidas en el inconsciente, tendidas cual ropa sucia.

Babean en el piso mientras la bruma envuelve su agitación, su pequeñez legendaria.

La palabra futuro ahora suena a mitología; la inocencia, algo que se paga caro, en cuotas poéticas,

y en labios de poeta indignada, revolcándose en la basura de omisiones y decepciones,

constantes proyecciones de su propio ser miserable y carente.



Tras una historia de trama dolorosa, herida supurante, sin clímax,

el amargo desencanto alcanza proporciones bíblicas y parte aguas.

Parte el ascenso, parte el descenso, porque ya no resta purgatorio,

y el puerto es todo lo que queda: puerto herido de muerte, saboteado por un cadáver hediondo

que sobrevuela sus rincones, esquinas e imaginarios de manera impune;

que despliega a sus emisarios y procura manchar la tiniebla refinada

de sus adoquines, de sus edificios, de sus aceras.



Sobre ellas restan versos y cantos extintos,

convertidos en sangre contra el pavimento, a merced del golpe:

a merced del golpe furioso de la historia, la histeria vuelta creación activa;

poiesis fatal, oro negro del odio;

versos perros, elegías y rabias.

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