Durante un comité en el Magister, había que revisar nuestros respectivos avances de los proyectos de escritura. El mío, una posible crónica sobre el incendio de El Mercurio de Valparaíso, no salió muy bien librado, y era previsible, porque la investigación del caso no ha dado las respuestas ni los resultados que esperaba, debido, en gran parte, al hermetismo en torno a lo que allí pasó. Al no tener mucha información más allá de la aparecida en los medios, el texto se vio afectado: abundó en tanteos tímidos, lugares comunes, pasajes incompletos o insustanciales. Tuve que inventar mucho, y tenía, por eso mismo, miedo de “quemarme” y entrar en el terreno de la especulación, metiéndole demasiada retórica y función poética. Lo que ocurrió con el análisis de una compañera, eso sí, me motivó a repensar el texto. Luego de una lectura acuciosa, ella dijo que el texto tocaba un tema álgido desde una perspectiva personal, pero que, por eso mismo, le faltaba “malicia”, es decir, “pensar mal”, “quemarse”, atreverse a indagar en la herida, en los motivos ocultos, en las probables intrigas del asunto. Estaba aún como mirando por fuera, como mero espectador frío de algo que no entiendo más que como verdadero protagonista de una historia en la cual estoy metido hasta las patas. Por primera vez, después de mucho tiempo, una prosa mía recibía una crítica severa, aunque con ánimo constructivo. En ese momento, algo se remeció dentro de mí. ¿Mandar todo al carajo, abortar misión o seguir adelante con una porfía descomunal? Mientras el resto de los compañeros seguía en lo suyo, lo que hice en ese instante fue agarrar una hoja del cuaderno, escribir algo en ella con letras grandes y mostrarle lo escrito a aquella compañera. En la página se dejaba leer, con una tipografía mínima, la palabra “Malicia” de la cual sobresalía una larga cola de flecha, cubriendo todo el espacio en blanco. La compañera alcanzó a leer la palabra que había salido de su boca, perfectamente deletreada. No dijo nada más.
De ahí en más, me propongo agregarle esa malicia a los escritos, si es que no lo he hecho ya lo suficiente, hasta este punto. Un toque de malicia no viene mal. Un mal pensado toca volverse, porque nada hay de inocente en toda esta mierda.
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