sábado, 18 de enero de 2025

David Lynch: el sueño, la vida, la caverna (reflexión insomne)

Decía David Lynch: “Aprendí que justo debajo de la superficie hay otro mundo y que, cuanto más se cava, aparecen más y más mundos distintos. Lo sabía de chico, pero no había podido encontrar las pruebas. Era solo una sensación. Hay algo bueno en el cielo azul y en las flores, pero otra fuerza -un dolor salvaje, un deterioro- también lo acompaña”. El poeta Paul Eluard también había dicho: "Hay otros mundos, pero están en este. Hay otras vidas, pero están en ti".

El enigma es la esencia que subyace a lo real. El misterio es el propósito mismo, la última frontera. Más allá de lo evidente, radica lo infinito, aunque no cualquiera está dispuesto a excavar en su propio interior, por miedo a lo que allí pueda encontrar. Un doble. Un reflejo trizado.

En el fondo, la Logia Negra habita en nuestro propio cuarto, y la salida está más cerca de lo que creemos. Solo hace falta ver, agudizar la mente, visualizar. Los sueños son terreno fértil para ideales y pesadillas, pero importa más la consciencia despierta, decía Lynch.

El cine es una representación de la caverna platónica que, a su vez, representa la realidad misma, con sus telones, butacas y pasillos laberínticos. El director solo muestra una parte del show. Te invita a su sueño. Al espectador le queda vivir ese sueño o soñar su propia vida.

¿Será su vida, acaso, una latente proyección cinematográfica? ¿Serán sus recónditos sueños la materia oscura de un mundo posible, todavía infranqueable?

jueves, 16 de enero de 2025

David Lynch, psiconauta de otros mundos

"Aprendí que debajo de la superficie hay otro mundo y aún más mundos a medida que profundizas más. Ya lo sabía de chaval, pero no podía encontrar pruebas. Sólo era una sensación”.

«Siempre me han gustado las dos partes de mi mente y creo que para apreciar una tienes que conocer bien la otra… cuanto más oscuridad seas capaz de descubrir, mayor será la luz que puedas ver».

“Existe la luz y varios niveles de oscuridad, […] y yo estoy por supuesto ahí: perdido en la oscuridad y la confusión”. 

“No estamos experimentando la realidad definitiva: lo “real” está latente durante toda la vida, pero no lo vemos. Lo confundimos con un montón de cosas distintas. El miedo consiste en no ver todo el conjunto; si pudiéramos llegar a verlo todo, el miedo desaparecería”.

Elegía a David Lynch, maestro de lo onírico y lo absurdo

Para el maestro David Lynch, “el absurdo era lo que más le gustaba en la vida”. El propio director señalaba que “la muerte no era una finalidad. Había un continuo: es como por la noche irse a dormir y durante el día despertar”. Había un ciclo en ese continuo que no era lógico y que respondía más bien a una cuestión simbólica. Y es que Lynch veía en el cine su propia mirada sobre el ensueño y sobre lo absurdo como los articuladores de la realidad.

Siempre pensé en las películas de Lynch como proyecciones oníricas de su propia mente, o bien como proyecciones de un inconsciente atrapado en la mirada del propio espectador. De pronto, la narrativa se fundía en la multitud de planos, una pura escena impactante generaba una discordia o alumbraba una aterradora revelación en medio de la penumbra.

El Lynch del cine era el Lynch detective, que era, a su vez, un psiconauta, un explorador espiritual. A él le interesaba, con su arte, explorar los recovecos tortuosos de la existencia, porque este mundo de hoy “no es un lugar tan maravilloso ni es el sueño más brillante”.

En efecto, “es un mundo extraño” como hubiera dicho Jeffrey Beaumont en Terciopelo azul. Este mundo en el que Hollywood se incendia, en el que se intuye el preámbulo a una nueva guerra geopolítica (alusión inmediata al hongo atómico de Twin Peaks, tercera temporada), en el que se destapan los monstruos de la industria, en el que el absurdo reina campante bajo el nihilismo de los valores, es, en definitiva, un mundo lynchiano.

“Hay que estar dispuesto a dejarse llevar por lo abstracto. Hay que querer perderse en él. Si no, se tendrá la sensación de frustración”, repetía el maestro Lynch, al referirse a la abstracción onírica de muchas de sus películas. Y esa es la clave: no era simplemente una abstracción etérea, sin conexión con lo terrenal, era justo era el remanente, la sombra que preside esa vida, en apariencia, tan cotidiana como familiar y rutinaria.

Lynch supo develar, como ninguno, la pesadilla que vela el american way of life. Profundizó, con su mirada clínica, en la psicología profunda del hombre postmoderno, con sus contradicciones, disonancias e instintos brutales y enérgicos. Indagó en los entrecejos del sueño hollywoodense, en la búsqueda desesperada del éxito, por parte de jóvenes idealistas, repletos de buenas intenciones, todavía demasiado ingenuos para la crueldad y la abyección que se esconde tras el telón de fondo, cuestión que queda patente en su penúltima película, Mulholland Drive.

Por eso es que el cine lynchiano entra en consonancia con nuestro zeitgeist y con el espíritu mismo de la industria cinematográfica: un siniestro teatro del absurdo.

Cómo olvidar aquella oreja enigmática. Cómo olvidar la humanidad del hombre zaherido por su deformidad. Cómo olvidar el destino de un pueblo marcado por la desaparición de una chica con una vida secreta. Cómo olvidar la carretera perdida de los sueños, allí donde solo cabía un hombre oscuro con una cámara bajo la noche, en medio del desierto.

Todas y cada una de esas escenas eran representaciones de lo total y de lo abismal, transfiguraciones del alma humana envuelta del sueño que fue su propia vida y que fue su propio universo demiúrgico, improvisando una cortina de jazz en medio del pánico.

Recuerdo haber quedado traumado la primera vez que vi Cabeza Borradora en el Insomnia. La vi pasada la madrugada, en un cine que hasta hace poco era cine porno: el mítico Cine Grill. Y quedar traumado con una película de Lynch era rendirle un homenaje en calidad de sacrificio. La otra que también me traumó fue Carretera perdida. Esa mezcla descarnada entre sensualidad y brutalidad hicieron cortocircuito en mis sentidos, acorde a otro visionado nocturno, ambiente ideal para la filmografía lynchiana.

Con Twin Peaks hubo un verdadero remezón. Ya no era un mero trauma. Se trataba de un cambio total de paradigma, respecto a lo que yo entendía por serie de televisión. En ese periodo estaba en la Universidad y no había tanta variedad de streamings. Había que descargar las series por torrent para disfrutar de algunas joyitas. Tuve que descargar la temporada uno y dos, episodio por episodio, en formato mp4, para luego quemarlas en Nero y verlas sin apuro. El resultado fue espeluznante.

Pensé en el Agente Cooper como un agente racional que se internaba, poco a poco, en un abismo delirante, hasta el punto de perder la cabeza e hipotecar hasta su ser. Era el precio por conocer la verdad. Pensé en Bob como el espíritu del caos, como el agente maligno por antonomasia, aunque una malignidad sin origen ni razón aparente, una pura fuerza destructora que tenía cautivo al pueblo entero.

Por último, pensé en Laura Palmer como el misterio que encarna la propia mujer, un misterio que colinda con la frontera entre la vida y la muerte. ¿Vive o muere Laura Palmer? Para el que vio las tres temporadas, la respuesta se vuelve todavía más difusa. Y esa era la gracia de la mirada de Lynch: que propiciaba el desconcierto y la desazón como formas propias de la lucidez. Sin un grado de incertidumbre no era posible el conocimiento completo de lo real, ni la contemplación estética de su belleza, terrible por sublime. “La oscuridad es la comprensión del mundo”.

Ahora, el Lynch pintor y el Lynch maestro de la meditación rememoran la serenidad zen de sus últimos días, la serenidad de quien ya conoció el infierno y supo transfigurarlo en forma de un dulce cosmos inquietante. Esperemos que, al final de la jornada, sea todo una broma de mal gusto y que Lynch aparezca, detrás de la función de cine, bebiendo un café. O mejor aún, que despertemos de la pesadilla y que, de pronto, suene el teléfono y una voz grave y misteriosa nos diga que somos nosotros los muertos, y es Lynch quien proyecta nuestra vida en su propio club llamado “Club Silencio”.

Es un mundo extraño, sin duda.

miércoles, 15 de enero de 2025

Volví a la Feria del libro de Viña, a darme una vuelta. Siempre que regreso a dicha feria lo hago en calidad de morador incógnito, no vaya a ser que alguien me reconozca. Pasé por ahí como una sombra humana, solo advertido por gente desconocida. Fui con la intención de vitrinear uno que otro libro en los puestos de las editoriales, aunque también pasé de soslayo frente al escenario de las presentaciones, donde uno que otro autor lanza su libro y habla sobre él mismo, fingiendo que el resto lo escucha, que los espectadores le prestan la debida atención.

Volvía sobre mis pasos cada vez que la oferta literaria de algún puesto no me convencía. Trataba de darme otra vuelta más, a ver si en esa vuelta me arrepentía de no comprar tal o cual libro, o si, por el contrario, acaba pegado en otros puestos, movido por la fuerza centrífuga de su producción, el inevitable magnetismo de su mercado. Así, deambulé por la Editorial Universitaria de Valparaíso, con descuentos para “Alumni”; luego, por la Editorial Alire, la Áurea Ediciones, la Editorial Chema, hasta llegar al puesto de la Sociedad de Escritores de Valparaíso. Allí me detuve.

Ningún rostro conocido, por fortuna. Me acerqué sin problemas. Un caballero me recomendó un libro en el estante. Clavé mi mirada en la portada. Era de un tal Omar Cid y tenía por nombre “Todo por nada o el halago de los instintos”. Le pregunté al caballero de qué se trataba. Dijo que sobre las pugnas de poder dentro de la propia sociedad de escritores. Un secreto a voces, le comenté. El caballero asintió, como si lo supiera de primera fuente. En un momento, comparó la temática con la del caso Spiniak. Esto me intrigó aún más, y fue un gancho clave para la posterior compra del libro.

Cuando lo tenía entre mis manos, decidido a llevármelo, leí la contratapa. Hablaba algo sobre una orden secreta. Intuiciones que ya había trabajado anteriormente, y que formaban parte de mi imaginario y, en cierta forma, de mis sospechas, fundadas o no, en torno al círculo de escritores. Una lectura en clave conspirativa siempre resulta estimulante y fascinante. Una trama cruzada por el vaivén amoroso, las perversiones inconfesables y las redes de influencia, era algo que cuajaba muy bien en la ficción, pero que, además, sintonizaba muy bien con mis propias obsesiones.

En ese instante, recordé al grande de grandes, Kafka, y su máxima: “sigue sin piedad tus obsesiones más intensas”. En resumidas cuentas, no vendas tu alma a la normalidad, aunque el precio por indagar en las cuestiones ocultas sea el de sumirse demasiado en lo subterráneo, y acabar por mezclarse con la materia de su realidad.

No lo pensé dos veces. Compré el libro. El caballero sonrió, satisfecho por la nueva venta. Dijo que lo encontraba polémico, y que, por lo mismo, me gustaría. Una vez más, lo afirmó como si lo supiera de primera fuente. Me despedí agradecido, salí de ahí y continué deambulando por la feria, repleta de gente anónima con la que los escritores se ocultan, camuflados en la masa lectora, como si formaran parte de ella, y no fueran realmente una especie aparte, extraña.

Volví a recorrer la feria entera, agitado por el calor. En el fondo, buscaba lo imprevisto para poder seguir escribiendo, algún rostro fugitivo, algún otro libro intrigante, alguna situación azarosa o escandalosa. Nada de nada. Solo la multitud ávida de páginas y mis elucubraciones sin un orden sintáctico. Leí el epígrafe del libro de Omar Cid, una cita de Bruno Vidal, a modo de revelación: “Amé la imagen feliz y perdida de toda una vida. De fugado cuerpo y de fugada alma. Yo la grieta de mis espejos. Yo un Narciso de la furia visionaria”.

Panegírico imposible a Mon Laferte, la nueva embajadora

Mon Laferte fue nombrada como embajadora cultural de Valparaíso en el Parque cultural, Ex cárcel. En otro tiempo, esta noticia me hubiera entusiasmado. Hoy apenas resulta una anécdota, y solo evoco los recuerdos de su glorioso paso por Viña, tiempo en el que indagué sobre su pasado rockero y metalero, y me fasciné con su figura. Si hasta le dediqué un par de textos, uno en el que celebraba con creces su debut en el festival, y otro en el que soñaba con una invitación a tomarnos un schop y a servirnos un completo en el Cevasco.

Es verdad que el rumbo actual de su música y su deriva artística ya no me mueve. Es más, me decepciona. Apenas sobrevive como un estribillo mal cantado. Pese a todo, no me arrepiento de haberle dedicado unas cuantas palabras y algo de mi tiempo y de mi energía. La sigo encontrando talentosa. Pero el camino que sigue, hoy por hoy, ya no es el mismo. Y yo ya no puedo seguir transitando esa vereda, sencillamente porque hemos cambiado mucho, así como también han cambiado las circunstancias vitales, las predilecciones propias y las de mis antiguos camaradas de ruta.

De todas maneras, se le recordará con cariño, y siempre guardo en mi memoria musical, como en un disco rayado que sigue girando, aquellos temas de su primera etapa, la alternativa, la mejor, a mi juicio, la de Desechable, la de Tornasol, la de Mystica Girls, hasta la de su memorable Volumen 1, con sus clásicos archi conocidos. Siempre guardo la esperanza, como en aquel cuento, de que ella vuelva a sus raíces y haga aquel disco progresivo de vanguardia que tenía pensado hacer en secreto. Pero sé que solo son ensoñaciones mías, ensoñaciones de un pobre diablo nostálgico. Por mí, que siga cantando, allí donde ya no pienso aparecer. Por lo pronto, queda su música, su canto desgarrado, su lamento.

martes, 14 de enero de 2025

El regalo de la llave (ejercicio reflexivo)

Mi ex me regaló una llave. Dijo que era algo simbólico, para que me “abriera camino”. Yo le agradecí, sinceramente. Aunque la llave abre puertas, pero se entiende el sentido del gesto. Nunca antes en la vida alguien me había regalado una llave, de manera desinteresada, solo por significar algo más.

¿Será que aún puedo abrir mi corazón con ella? ¿Será que ella ya cerró el suyo y la llave es una invitación a volver a abrirlo? ¿O será que la llave me la dejó para que pudiera abrir otras puertas que no sean la nuestra? Puede que sea más simple que eso. La llave regalada como la apertura de lo que se creía cerrado, abrirse por dentro para permitirse entrar de nuevo sin restricciones.

En la llave radica el secreto del mundo. Sirve tanto para abrir como para encerrar. Encontrarse con lo inesperado, abrir y volver a lo rutinario, o cerrar por fuera y para siempre el espacio que ya se abandonó y que descansa en el recuerdo.

El amor es una llave. La posibilidad del amor radica en una apertura mutua, y dicho gesto coincide plenamente con el pasaje de una crónica que escribí hace casi diez años y que integró el libro Rinconada, una crónica sobre quedarse afuera de la casa, y concebir en la llave un poder insospechado:

“La llave es como un símbolo de pertenencia, porque alguien con una llave, aunque sea un huérfano, es casi siempre alguien que abriga una esperanza ciega, la posibilidad de abrir alguna puerta por ajena y distante que sea y sentirse adentro, de vuelta a cierta especie de hogar, como si fuese algún Ulises clandestino.

Se puede no tener dinero, pero sin una llave se está literalmente perdido, aunque ya no queden puertas. Aún así la llave no te acompañará al éxito ni al fracaso, solo garantizará tu acceso a cierto umbral de la realidad, por hermético o insondable que este parezca.”
Debo decir que me conmueve el caso Valdivia. Un triángulo amoroso que atraviesa el mundo del fútbol, la televisión y la política, convertidos en una pura amalgama, de cara a la masa. Una trama procesal digna de un culebrón. Un tratamiento mediático de lo más rocambolesco. Un síntoma claro de la politización de la farándula, y la espectacularidad de la politica. Con el suficiente poder narrativo, se puede hasta escribir un guion sobre el caso y realizar una teleserie ficticia basada en la realidad de los hechos. Hemos llegado al punto en que no es posible distinguir a la persona de la figura y, a partir de ahí, las posibilidades son infinitas, tan fascinantes como espeluznantes.

Una vez que saltan del mundo privado al mundo público, no hay vuelta atrás. Hacen un pacto mefistofélico. A cambio de fama, usurpan su vida, su propia identidad y esta se vuelve otra máscara del espectáculo, esa maquinaria que drena la energía de sus figuras cual vampiro, dejando una pura careta ficticia, sin anonimato, sin intimidad.

lunes, 13 de enero de 2025

Comentario a Resignación infinita de Eugene Thacker

Siempre habrá una intención prohibida en la resignación. La lectura de Cioran siempre será terrible, terrible por lo lúcida, porque ahondar en el propio abismo, confrontarte con la sombra de las cosas del mundo resulta un desafío constante, de nunca acabar.

La Ateneo cierra sus puertas: ¿fin de una legendaria librería porteña?

Otra librería histórica de Valparaíso está a punto de cerrar. El dueño de Ateneo Libros, Juan Luis Benavente, quien lleva sesenta años con la librería, ha manifestado querer venderla. Su cansancio y su falta de adaptación al sistema moderno son algunas de las razones que esgrimió para dejar el negocio de su vida. Su familia tampoco tiene la intención de continuar con el legado, por lo que no tiene cómo mantenerlo en el tiempo.

Él mismo señaló que, si fuera por él, no cerraría nunca y que “solo Dios sabe cuándo”. Pese a todo, don Benavente se siente agradecido por el cariño de los clientes y, sobre todo, por Valparaíso, la ciudad que le ha “dado todo” (y que ahora se lo arrebata).

Ante la falta de algún comprador que desea continuar con el rubro, seguramente el caballero rematará y liquidará los libros de la Ateneo. Lamentable si así fuera. Hay quien afirmó ver en la librería una especie de “templo” al cual no se puede acceder, dada sus dimensiones, y que solo admite devoción y reverencia de sus lectores, como si fuesen los feligreses de alguna gruta perdida, impermeable a los avatares históricos.

Y es que la Ateneo, que remite a las sociedades de inspiración griega, donde se discutían “los problemas del cosmos”, se ha mantenido fiel a su noble visión, haciendo gala de un repertorio nutrido de clásicos, textos escolares, enciclopedias, joyitas literarias y libros de crónicas.

Hay quienes no pueden evitar la comparación con la enorme y majestuosa librería El Ateneo Grand Splendid de Buenos Aires, instalada en un antiguo teatro, a fines de los noventa, de dimensiones inmensas y siendo catalogada, por el periódico británico The Guardian, como una de las librerías más bellas del mundo. Sin embargo, nuestra Ateneo porteña es muchísimo más modesta, provinciana, diminuta, pero, no por eso, menos digna. Se parece más a un portal secreto hacia una dimensión desconocida, libresca, más que un paraíso barroco.

Nuestra Ateneo fue testigo del tiempo cambiante como el río de Heráclito. Vivió la época del régimen militar. Luego, el terremoto del 85, el convulso período de la Concertación, el cambio de siglo y de milenio. Mucho más tarde, lo que fue la asonada de octubre del 2019 y, para rematar, la pandemia orwelliana del coronavirus. En definitiva, la Ateneo se ha conservado como un faro de luz en medio de las tormentas de la época.

Pese a los contratiempos, se mantuvo estoica. Pero, como toda resistencia a un gran imperio, hay un momento en que se cumple un ciclo. En todo caso, lo ideal sería que se ciclo se cumpliera de manera orgánica, y no debido al abandono de las autoridades y los agentes de la cultura.

El cierre de la Ateneo, sin duda, es otro reflejo de ese abandono paradigmático que ya viene siendo parte del ethos profundo de la ciudad puerto, que alguna vez fue principal, que alguna vez tuvo ese carácter solemne del cual carece. Cada librería que cierra representa una derrota. Cada librería que se deja morir representa un triunfo para la indolencia. Pero tengo la convicción de que la historia sabrá velar a sus vencidos, y los lectores de la Ateneo sabrán preservar su memoria en el imaginario, porque el imaginario se sobrepone al presente y conjura otro tiempo, otra vida.

Existe una novela, escrita por un tal Paul Monette, basada en la película Nosferatu de 1979, película que era un remake de la primera Nosferatu de Murnau, y que es, a su vez, una reinvención de la clásica novela Drácula, de Bram Stoker. Las posibilidades narrativas son infinitas, así como la sed de sangre del vampiro.
Mario César Ingénito afirmó que desestima el verbo poetizar, porque viene de poeta, cuando debería venir de poesia. Sugirió, en cambio, el uso del verbo "poesiar". Muy creativo y poético, por cierto. Ahora la cuestión es cómo conjugar el verbo y cómo hacerlo circular en los circuitos de poesía.
Una joven cantante pop, Iyah May, irrumpió en el mundo musical con la canción titulada "Karmageddon". Su contenido es tan disruptivo que hasta su manager le pidió moderarlo, pero ella se negó rotundamente.

La letra es contraintuitiva a lo que se espera de una artista de su estilo, popero, simple y pegadizo. Y resultó ser más contestaria que cualquier otra en su misma línea. Arremete contra la cultura de cancelación, cuestiona a las corporaciones globalistas, se refiere al genocidio en Gaza y hasta dispara contra el manejo de la pandemia de Covid 19.

Tras su intento de censura, la canción de Iyah May se volvió viral, al punto de convertirse en un éxito inesperado. No la escucharás, por lo pronto, en ninguna radio emisora, aunque pegó fuerte en el ciber espacio y en medios más alternativos a la hegemonía mediática.

De la artista hay muy poca información. No aparece, de hecho, en Wikipedia. Sin embargó, su tema alcanzó el puesto 2 de ventas digitales en Australia. Estuvo también en el top 20 de listas musicales de Spotify. Toda una revelación y, al mismo tiempo, una rareza.

En una industria gobernada por figuras serviles e insulsas como Shakira, Katy Perry, Taylor Swift o Karol G, la propuesta de Iyah May se sale de la tónica a la que nos tienen acostumbrados: esa alusión constante al sexo, al despecho "rasca", al romanticismo superfluo, ese postureo empoderador, rentable a las discográficas.

Si tenemos en cuenta que, debajo del envoltorio amable de su música, se esconde un discurso antisistema, el fenómeno de esta chica resulta algo atípico y, por eso mismo, refrescante, en un mar de intrascendencia. ¿Realmente escribió y compuso ella sola este tema, asumiendo el costo de su postura? ¿O hay alguien más detrás de su hazaña artística, con alguna otra intención velada? No se sabe.

Por lo pronto, nos queda el análisis lírico y semántico de su letra, y su despliegue musical. Ahora, la obra de la joven rubia nos pertenece a nosotros, sus oyentes, varados en una coyuntura crítica, en medio de incendios intencionales, una inminente sensación de guerra y un miedo inducido por el futuro:

Abro el móvil un lunes por la mañana

Mirando la pantalla

Estoy cansada y un poco sola

El Sr. Musk dijo alguna tontería, la izquierda está enfadada

Guerras en 𝚃𝚠𝚒𝚝𝚝𝚎𝚛 y 𝙶𝚊𝚣𝚊, hombre, esto es abrumador

Quizá en eso se convierte la vida

Cuando las personas son menos importantes

que una línea de beneficios

A nadie le importa tus sueños

Solo paga tus impuestos a tiempo

Sigue deslizando

Abrázame cerca de ti ahora

Género, armas, religión y derecho al aborto

Más vale que elijas un bando y odies al otro

Sigue deslizando

Pero, ¿viste a Taylor en directo?

Virus creado por el hombre, observa morir a millones

El mayor beneficio de sus vidas

Aquí tienes inflación, ese es tu premio

Esto es Karmagedón

Enciende las noticias y cómete sus mentiras

¿Kim o Kanye? Elige un bando

Cultura de la cancelación, qué moda

Esto es el Karmagedón

Las corporaciones juran que nunca mienten

Políticos sobornados de por vida

Más que guerra, esto es genocidio

Esto es el Karmagedón

Bienvenidos al caos de los tiempos

Si tú vas a la izquierda y yo a la derecha

Recemos para salir con vida

Esto es el Karmagedón

domingo, 12 de enero de 2025

Cuando algo no huele bien en un espacio, siempre es preciso dejar una ventana o una puerta abierta para que entre el oxígeno o simplemente para marcharse. Aplíquese esto a cualquier espacio, sea social, político, cultural, literario, simbólico. 

viernes, 10 de enero de 2025

Apenas llegó el atardecer, salí a dar una vuelta por el barrio. Tranquilo como de costumbre. Me puse a escuchar música mientras contaba los pasos en el podómetro. Un playlist aleatorio de youtube. De pronto, sonó el clásico Entre dos tierras de Héroes del silencio. El clásico video de la pareja peleándose y agarrándose con todo. Justo en ese instante, en medio de la golpiza, sonando el ritmo de la batería y la guitarra de fondo, un par de gatos se atravesaron en mi camino. En menos de lo que duró el coro, comenzaron a mirarse fijamente, engrifados. De un momento a otro, los gatos se abalanzaron el uno contra el otro, furiosamente, abarcando gran parte de la calle. A la pelea, llegaron otro par de gatos que, expectantes, miraban desde afuera y parecían alentar la lucha o esperar su turno. Los perros detrás de las rendijas de algunas casas no paraban de ladrar. Los gatos seguían peleando sin fin. No dejaba de mirarlos, impresionado por tal despliegue que se prolongó más de lo debido. De fondo, Bunbury declaraba, a viva voz: “si yo no tengo la culpa de verte caer”. Cuando los gatos se cansaron, el espectáculo terminó abruptamente. Los perros dejaron de ladrar. Los otros gatos se retiraron. Y yo seguí mi camino, al cambio de la pista. Creo que era Jung el que hablaba sobre la sincronicidad, esa loca coincidencia entre dos eventos que parecen estar relacionados entre sí, pero que no tienen una conexión causal evidente. Tal vez esos gatos eran tan solo la manifestación de un estado de ánimo, o yo mismo, el humano que pasaba por ahí, me volví el profeta de la discordia ante su presencia. Un extraño, un peregrino que invitaba a la hostilidad.

jueves, 9 de enero de 2025

Nosferatu, la escritura y el reino de lo Otro (ejercicio poético)

I

En un idioma hermético y críptico se traduce el lenguaje de la inmortalidad, esa inmortalidad tan oscura como el abismo en el que yacen todas las noches del tiempo.

II

La belleza es deseada por la bestia noble escondida dentro del escritor. Ella abomina de la bestia, pero necesita del encanto de las palabras para ser invocada.

III

La belleza yace poseída por el espíritu maligno del lenguaje. Se vuelve la médium que comunica el mundo oscuro con el mundo exterior, en apariencia, ordenado, orgánico. Solo un exorcismo la podrá liberar. Ella es la clave para purgar la maldición.

IV

La plaga amenaza el reino de lo material, y las ratas comienzan a invadir sus esquinas y sus callejones. Infectan a la gente de a pie, a sus ciudadanos, despavoridos, desconsolados ante el encuentro con lo desconocido, con lo otro siniestro, eternamente Otro.

V

Quien escribe insomne, recuerda al conde que se alimenta de los subyugados. Sin embargo, ha perdido toda nobleza y solo le queda el hábito de traducir con sangre las palabras que conjuran su propia maldición, antes que amanezca.

VI

La página en blanco, cual vampiro, tiene apetito. Si se le despierta, buscará afuera la sangre tierna de alguna musa que no le pertenezca a su autor. Así, sus palabras nocturnas habrán consumado el coito y desaparecerán –no correspondidas- con el primer atisbo de luz.

Abbadón

Y cuando llegue el último día,

volverá como el ángel exterminador,

tras el signo de la Gran Ramera

esparciendo la cólera en la letrina de los traidores.
Mark Zuckerberg, el creador del antro virtual Facebook, ha afirmado que eliminará los verificadores de datos y con ello, la censura de ciertas publicaciones reñidas con sus "normas de comunidad". Al parecer, está siguiendo los pasos del tiburón Elon Musk en la red social X, ex Twitter. Él mismo señaló, muy en la línea "libertaria", que pretende "restaurar la libertad de expresión en la plataforma". Algunos ya están celebrando este cambio como un golpe a la era woke; otros, más suspicaces, no creen ni por asomo que sea real o que se trate de algo genuino. La pregunta que queda es la siguiente: ¿se trata de un cálculo político o de un verdadero cambio de paradigma? A juzgar por el modus operandi de las elites, me inclino a pensar en lo primero. Me suena más a un movimiento, a una jugada en el tablero con su qué, un guiño a la nueva gobernanza de Trump. Veamos cómo siguen las cosas en el antro, y luego nos tocará a nosotros hacer la pega crítica, como siempre.

miércoles, 8 de enero de 2025

En Casablanca, hay un monumento de la Plaza de Armas que recuerda al poeta Alejandro Galaz Jiménez, el "poeta de Casablanca" quien dedicara unos versos a su tierra natal: "Esta aldea tan vieja, es un barco velero/ que una recia tormenta arrojó a la llanura. / Hay en todas las cosas un dolor marinero/ y en las almas labriegas una sed de aventuras”. Murió a los 33, a la misma edad del Nazareno. Otro poeta muerto prematuro, desatendido como muchos otros. Increíble la cantidad de vates que la historia chilena ha enterrado, y que permanecen a la espera de una arqueología futura.

martes, 7 de enero de 2025

 El tiempo todo lo cura, o locura todo el tiempo. 

He completado la colección de las antologías en las que he participado. Faltan otras tres, pero no cuento con los ejemplares. Son en total once antologías, nueve de ellas de poesía y dos de narrativa. En total abarcan un periodo de tiempo de diecisiete años: “Carta de ajuste" (2008); “Veinticinco peldaños de poesía porteña” (2009); “Plexoamérica, Poesía y Gráfica Morelia – Valparaíso” (2012); “Antología errante, 24 poetas reunidos en torno a la palabra” (2015); “Plexoamérica. Poesía y Gráfica Venezuela – Chile” (2019); las Antologías poéticas “La ausencia”, “La venganza” y “El olvido” de Editorial Litéfilos, del año 2023 y 2024; "Cuentos Latinoamericanos, Nuevas Voces, Volumen 2" (2024); y “Locura, Traición & Muerte: Volumen I. Relatos de Locura, Traición y Muerte” (2024).

Ordenar todas y cada una de estas antologías de acuerdo a su cronología permite vislumbrar el recorrido vital de mi propia escritura a lo largo del tiempo. Cada antología, por cierto, tiene su propia historia, sus entrecejos y sus entredichos. Hay unas que representaron saltos de fe, verdaderas iniciaciones, incluso borradores; otras, simbolizaron una victoria pírrica; las últimas, un cambio drástico en el estilo y una tentativa de reivindicación interior, frente a un medio hostil. Cada una atestigua mis pasos en diferentes agrupaciones. Solo las cinco últimas evidencian una conexión con el extranjero. Si bien el trabajo de cada obra no me pertenece por entero, hay algo que me liga a ellas por motivos personalísimos: la antimateria de sus palabras, los fluidos y la energía invertida, el sedimento vivencial y emocional que dio fruto a su lenguaje.

lunes, 6 de enero de 2025

Sobre la posibilidad de estudiar un Magister

Viajé a Santiago para averiguar los requisitos de un Magister de Escritura Narrativa. Preferí “pegarme el pique” (en buen chileno) porque resulta más emocionante que la mera búsqueda en línea. La secretaria me informó algunas cosas básicas, tales como la solicitud de certificado de título, la confección de un proyecto de escritura y alguna carta de referencia de algún académico, cuestiones burocráticas que ya en el pasado había hecho, sin llegar hasta el final.

Le dije que ya tenía gran parte de los documentos exigidos, solo faltaba afinar el proyecto, editarlo hasta hacerlo legible y coherente. Ella me explicó que el Magister ofrecía las herramientas teóricas y académicas suficientes para llevar a buen puerto mi propia obra, además de ampliar las expectativas de trabajo (sobre la propia escritura) en el campo editorial. Nada malo.

Quedé entusiasmado y conforme. Le conté que ya tenía –de hecho- un par de libros publicados y unos cuantos más en el tintero. Ella asintió de manera protocolar, como quien debe poner buena cara para cumplir con su función. De todas maneras, su trato fue de lo más amable y eficiente. Nada que decir. Escribió en una notita el correo y el número de la coordinadora del Magister. Pienso llamarla pronto para echar andar un buque que he procrastinado demasiado.

Así como muchos, en su momento, pidieron o más bien exigieron la publicación de mi libro de crónicas, también algunos, los más cercanos, me piden encarecidamente que siga estudiando. Hay quienes incluso ya me ven haciendo clases, clases sobre escritura literaria, en específico, la narrativa. Lo de profesor, tal vez, sea una proyección, un espejo refractario de mi identidad.

Ante mi renuencia a seguir estudiando, más por inseguridad que por un verdadero rechazo, recuerdo haber citado en más de una ocasión una frase muy ingeniosa de Gonzalo Millán: “Nunca me ha gustado la academia, excepto sus bibliotecas y las compañeras de curso”. Sin embargo, creo que, esta vez, vale la pena jugársela por esos libros y por esas bellas promesas.

En el fondo, siempre quise, y siempre supe que estaba “pintado” para volver a estudiar, pero algo de mi pasado –algo inexplicable- me impedía pasarme al posgrado. Una necia parada de escritor alternativo, que rindió frutos, pero que no tiene por qué excluir una inminente carrera académica. Por lo demás, por dentro se puede cuestionar cualquier discurso que interfiera con el libre desarrollo del oficio. Para eso existe el aparato crítico. Así que las excusas están demás.

Pese a todo, creo que el recorrido vital que me llevó hasta este punto fue necesario, por lo personalísimo. Tenía, antes, que afinar y afilar la pluma, foguearme en el escaso medio aun a costa de mi reputación, pero, sobre todo, leer y escribir como condenado, vivir unas cuantas experiencias intensas y luego vivir para contarlas, a duras penas. De lo contrario, me habría presentado a dicha instancia cual página arrugada recién recogida de algún basurero para escribir sobre ella sus propios garabatos, vivencias falsas, mal recicladas, ideas de segunda, estilos de porquería.

Heme aquí, entonces, preparado para empuñar, una vez más, la grafía insistente, la aceitada mecánica de las palabras, cómplices de mis pasos (en falso). Se cree que Julio César proclamó, a viva voz: “Veni, vidi, vici”, en los tiempos del Imperio Romano. Un escritor debiera, en cambio, proclamar su propio funesto destino: “vine, perdí, pero escribí”.

domingo, 5 de enero de 2025

Nosferatu ha vuelto: el vampirismo la rompió en el cine Insomnia (crónica breve)

Cuando fui al cine Insomnia a ver la nueva película Nosferatu de Robert Eggers, la fila para la función daba vuelta hasta la esquina de Condell con Huito. Un lleno total que podría equipararse al de una película taquillera. De un momento a otro, el imaginario del vampiro "la rompió".
Muchos de los asistentes iban vestidos de negro entero, pinta gótica con reminiscencias al estilo dark y post punk de los ochenta. En cierta manera, me recordaron al púbico que frecuentaba los locales del Morgana clásico y La Secta en Valparaíso, baluartes de la onda. Había en ella una fascinación vampírica, una cosa entre grotesca y desenfrenada, sin duda, un culto a la figura oscura y salvaje del vampiro, pero de aquel vampiro apócrifo deudor del vampiro elegante de Bram Stoker, Nosferatu, esa suerte de vampiro "proto punk", influido por el expresionismo alemán, cuyos seguidores inundaron las butacas del Teatro Condell, conformando un verdadero culto a la sombra.
La función se realizó en sumo silencio. Ninguno de los asistentes profirió ruido alguno, totalmente absortos, como hipnotizados por el aura tenebrosa de aquel Nosferatu repulsivo e imponente, que no inspira ni un dejo de tristeza ni de compasión. Su visionado fue, de esa forma, lo más parecido a un culto profano. La pantalla del cine tiene eso de vampírico: fagocita el imaginario de sus espectadores, al punto de la patología, entonces ellos, poseídos, proyectan al mundo una nueva mirada, una que sublime sus propios demonios internos.
Salieron luego de la oscuridad de la sala, hacia la noche porteña, salvaguardados de la luz del atardecer que todavía podría haberlos cegado sin remedio. De seguro, más de alguno fue al Máscara a vacilar sus temitas ochentosos, ante el cierre definitivo de los viejos baluartes oscuros. 
Por mi parte, preferí regresar a casa, satisfecho con la imagen de la criatura en mi cabeza, y su repulsiva forma integrando el bestiario de la ficción. Los tiempos de aventura bohemia ya pasaron. O, al menos, bajaron sus revoluciones. Había que evitar, sin duda, a los especímenes del terror que a esa hora empiezan a salir a las calles, especímenes reales, disfrazados de humanos, carentes de nobleza, que campan a sus anchas en el epicentro de la ciudad patrimonio, una vez que cierran los negocios, se abren los locales nocturnos y las calles se repletan de otros personajes indeseables, atraídos por lo ilícito, sedientos de adrenalina, pura pulsión tanática.
Solo por eso, la luz del Sol ya no parece tan amenazante, y el brillo de la pantalla del cine permite velar, con fascinación y misticismo, las noches de sus correligionarios, tras una jornada de locura.

sábado, 4 de enero de 2025

El mítico Hospital Alemán de Valparaíso, hospital en el que nací, curiosamente, el mismo hospital en el que fue internado el poeta Carlos Pezoa Véliz, tras quedar con sus piernas destrozadas por el terremoto de 1906, y el mismo en el que escribió su ya legendario poema "Tarde en el hospital", cuya primera versión apareció con el título “Tarde en el Hospital Alemán” en la revista Sucesos de Valparaíso, un 29 de agosto de 1907.

Técnicamente no existe -para mí- tema oscuro, misterioso o bizarro que no sea susceptible de ser abordado de manera literaria. En la literatura está contenido el misterio mismo de la realidad, aunque sea en potencia. Como señaló Terence McKenna: “La naturaleza sintáctica de la realidad, el verdadero secreto de la magia, es que el mundo está hecho de palabras. Y si conoces las palabras de las que está hecho el mundo, puedes hacer de él lo que quieras”.

El misterio detrás de Luigi Mangione, ¿el nuevo Unabomber?

Se ha dicho que tras el presunto asesinato del CEO del United Health Care, Brian Thompson, a manos de Luigi Mangione, hay “gato encerrado”, que nada es realmente como lo pintan los medios. El sorpresivo atentado, cuyos antecedentes son aún materia de investigación, ha dividido a la población en dos bandos, en apariencia, irreconciliables: los que elevan a Mangione a la categoría de “héroe” por haber visibilizado el injusto sistema de salud pública en Estados Unidos, arremetiendo contra uno de sus responsables; y los que consideran a Mangione un “criminal” y un “terrorista” que mató a sangre fría a un “pez gordo” de la salud, sin mediar provocación ni posibilidad alguna de defensa ni proceso.

Bajo esta lógica divisoria, -muy conveniente, por cierto- han salido a la luz cuestiones que vuelven el caso algo más complejo y escabroso. La narrativa inicial es que se trata de buenos y malos, de defensores de los desposeídos por un sistema cruel, contra los defensores de las corporaciones amparados por el aparato institucional y el poder financiero. Algo así como la vieja dialéctica marxista, o como la relamida disputa izquierda-derecha que pierde cada vez más sentido y apego a la realidad, conforme se avanza en la búsqueda de la verdad. Sin embargo, lo que no se tiene en cuenta son los entrecejos y vericuetos, las pugnas de poder, las redes de influencia y las tensiones de cada uno de los actores involucrados en el caso.

El mártir homicida Luigi Mangione, por ejemplo, no era precisamente un “lobo solitario”, tampoco un luchador social, ni mucho menos un desposeído, comparable al Guasón de la película de Todd Philips, sino que más bien era todo lo contrario: era el nieto de Nick Mangione, un exitoso y acaudalado empresario que amasó su fortuna gracias a los bienes raíces, propietario de redes de salud, estaciones de radio y clubes de campo, lo que se conoce, de acuerdo a la jerga norteamericana, como un “self made man”, un emprendedor filantrópico, un “modelo a seguir”.

Hay quienes sostienen el posible vínculo entre Nick Mangione y la familia de la ex presidenta de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos, Nancy Pelosi, esta última, una fuerte representante del Partido Demócrata. Nick Mangione habría conocido al difunto hermano de Nancy, Thomas J. D’Alessandro III, ex alcalde de Baltimore. En dicha ciudad, habría creado una fundación que luego donó al Greater Baltimore Medical Center y a muchos otros hospitales y centros de atención médica. La sola conexión entre ambas familias, Mangione y Pelosi, resulta una variable poderosa que sirve para comprender el trasfondo de los hechos.

Paul Pelosi, el esposo de Nancy, por su parte, estaba siendo investigado por una posible inversión millonaria en Palo Alto Networks, empresa de ciberseguridad, realizada justo en el mismo día que se produjo un hackeo masivo a United Health Care. Para efectos de la investigación, el CEO Brian Thompson habría sido llamado a testificar ante el Departamento de Justicia respecto de estas acusaciones de tráfico de información privilegiada. Es en este contexto que el hackeo parece una maniobra calculada para beneficiar a quienes manejan dicha información, y si vamos más allá, hasta el atentado a Thompson también parece un montaje criminal para acallar a un testigo clave. 

De acuerdo a esta interpretación, el caso se vuelve mucho más turbio, y lo que se pintaba como un puro despliegue de “rabia contra la máquina” (siguiendo la lógica anarquista), en realidad sería solo otro hecho de sangre con motivos políticos y económicos, cuyas razones son herméticas y cuyos fines verdaderos están vetados al ojo público del mundo, como tantos otros atentados ocurridos en la tierra del “sueño americano”.

Sobre Luigi Mangione, el héroe o el terrorista, según cómo se mire, también hay mucha sombra que iluminar. Conviene indagar en el verdadero rostro del personaje, más allá de su máscara justiciera. Mucho antes de volverse famoso, Mangione había desaparecido durante más de seis meses, debido a una presunta crisis emocional que lo indujo a alejarse de su poderosa familia. Resulta que el joven Mangione había sufrido un grave accidente de surf, durante unas vacaciones en Hawaii, accidente que lo dejó con una lumbalgia crónica.

Fue por eso que Luigi cambió su forma de ser, de manera drástica, frustrado por no poder vivir la vida que había soñado. Nuestra figura pronto conoció de cerca el “infierno” del sistema de salud pública en Estados Unidos, o eso, al menos, es lo que quieren hacernos creer. Los problemas fueron in crescendo. Le negaron una operación, los tratamientos no surtían efectos, gastó un dineral en especialistas. Sin embargo, su dolor permanecía. Su dolor físico luego mutó en una impotencia interior, reflejo de un síntoma social. Su resentimiento creció a tal punto que abominó de los “parásitos de la salud”.

Luigi llevó su repulsa contra el sistema más allá de los límites. Exploró la medicina alternativa, en específico, el uso de plantas psicodélicas para encontrar respuestas a sus cuestionamientos y recobrar el equilibrio perdido de su organismo. Durante un viaje de Ayahuasca, de hecho, Mangione afirmó haber visto a Dios, luego de haber luchado contra entidades oscuras, seguramente, manifestaciones psíquicas de su propia alma atormentada. Eran descritas como demonios de otra dimensión que intentaban implantar ideas retorcidas en su mente. “No todo el dolor es físico. Se alimentan del miedo, pero puedes hacerlos retroceder si ves su forma”, señaló en uno de sus tweets, que iban adquiriendo un tono cada vez más críptico y hermético.

Es conocida la exploración lisérgica con un motivo de viaje interior, de autodescubrimiento espiritual. Personajes como Antonio Escohotado, el mismísimo Aldous Huxley o los escritores beat de los años sesenta experimentaron con drogas psicodélicas para potenciar su comprensión del mundo y de la realidad. Sin embargo, no todos tienen el temperamento suficiente para soportar un viaje hacia adentro, porque no todos están dispuestos a confrontar su sombra. 

Por otra parte, es sabido que los Servicios de Inteligencia han montado, en el pasado, programas de manipulación mental, tales como el MK Ultra, basados en el uso de sustancias psicoactivas (LSD). Si tomamos en cuenta este antecedente, no sería raro que acá también haya habido intervención del Estado profundo. Todo lo impensable, a estas alturas, puede ser posible. Solo cabe atar los cabos dentro del rizoma.

La cuestión se vuelve todavía más intrincada y fascinante, al advertir las coincidencias entre el caso de Mangione con el caso del famoso Unabomber. Mangione comenzó a citar frases del manifiesto “La sociedad industrial y su futuro”. Veía en el Unabomber una especie de genio de la era moderna. Recordemos que Theodore Kaczynski, su verdadero nombre, también era un hombre brillante, un genio matemático con un futuro promisorio. Pese a tenerlo todo para el éxito social, Kacsynski fue el responsable de múltiples atentados con bombas en los Estados Unidos, durante más de veinte años, atentados que tenían un motivo ideológico neoludita.

Lo que no todos saben es que Kacsynski, en realidad, fue usado por el proyecto Mk Ultra, proyecto financiado por la CIA que consistía en manipular, con oscuros procedimientos, la psiquis de prominentes estudiantes de Harvard, todos con altos coeficientes intelectuales. Mucho después, fueron reveladas estas operaciones ilegales del programa secreto a través de una Comisión llamada Comisión Rockefeller. Sí, tal cual. En este asunto están también involucrados, directa o indirectamente, los pesos pesados del poder global. Era que no.

Kacsynski fue “quebrado” por estos manipuladores, a tal punto que dejó de ser el que era para convertirse en el terrorista anti sistema que todo el mundo ya conoce. Algo así como un villano para el poder hegemónico. En cambio, un anti héroe para los marginados de un sistema tecnocrático. Su crítica a la distopía tecnológica era, a mi juicio, la correcta; de hecho, resulta contingente, en pleno auge de la inteligencia artificial y de las ensoñaciones de los empresarios del Foro de Davos. Basta mencionar a Klaus Schwab y su tan renombrada “Cuarta Revolución Industrial”.

Pese a todo, el modus operandi, los métodos del Unabomber para llevar a cabo su revolución desde adentro, léase sus crímenes, costaron la sangre de inocentes. ¿Un daño colateral? Sus esquirlas nos recuerdan que hay algo siempre a punto de estallar en el centro del sistema, una bomba silenciosa, latente en el corazón de los desadaptados. Y ya sabemos que la violencia revolucionaria, su potencial destructivo, tiene el costo humano de sacrificarlo todo a ideales que se pretenden absolutos e incuestionables.

Si bien Luigi Mangione, nuestro revolucionario del momento, no tuvo una carrera tan meteórica como la de su ídolo, el Unabomber, sí que se aprecia una verdadera inspiración en su vida y obra. ¿Víctimas o victimarios? ¿Se puede ser lo uno y lo otro? Ambos se descargaron contra un orden que acabó por usarlos y destruirlos. Ambos tantearon una posible alternativa, una táctica de acción directa que siempre acaba siendo tutelada por sus propios enemigos. Acaso no se trata tanto de remover la estructura completa como de remecer las consciencias que hacen funcionar la maquinaria y de mantenerlo todo más aceitado que nunca.

viernes, 3 de enero de 2025

Alguna vez señalé lo siguiente: nuestra época es tan nihilista que si Nietzsche viviera hoy desearía que Dios no hubiera muerto. Alguien tuvo una objeción. Negó que la época fuera nihilista, porque, de acuerdo a su postura, estamos llenos de idolatrías, algunas llamadas pensamientos positivos. En cierta manera tenía razón, aunque yo me referí al nihilismo entendido como la decadencia de los valores trascendentes de Occidente, y la preponderancia, en cambio, de puras narrativas posmodernas. Ante eso, el interlocutor dijo que el mismo Nietzsche vaticinaba lo terrible de la muerte de Dios, y consistiría en el afloramiento de lo secular a niveles grotescos. Lejos de la individuación heroica y trágica de superhombres, el vacío metafísico fue reemplazado con espiritualidades light, elucubraciones tecnocráticas, mentalidades de tiburón con idilios financieros, minorías rabiosas y vociferantes, proyectando su miseria, su resentimiento contra el mundo. El precio por la muerte de Dios fue, sin lugar a dudas, la proliferación impune de lo secular y la pérdida del sentido de lo sagrado en casi todos los aspectos que de verdad importan. Como todo vale, nada vale. Se enaltece lo banal a categoría de realeza. Se consagra lo baladí. Frente a ese escenario, parece razonable el volver a las confesiones tradicionales y a sus cultos místicos, ricos en misterios y en devoción esotérica.