Debo decir que me conmueve el caso Valdivia. Un triángulo amoroso que atraviesa el mundo del fútbol, la televisión y la política, convertidos en una pura amalgama, de cara a la masa. Una trama procesal digna de un culebrón. Un tratamiento mediático de lo más rocambolesco. Un síntoma claro de la politización de la farándula, y la espectacularidad de la politica. Con el suficiente poder narrativo, se puede hasta escribir un guion sobre el caso y realizar una teleserie ficticia basada en la realidad de los hechos. Hemos llegado al punto en que no es posible distinguir a la persona de la figura y, a partir de ahí, las posibilidades son infinitas, tan fascinantes como espeluznantes.
Una vez que saltan del mundo privado al mundo público, no hay vuelta atrás. Hacen un pacto mefistofélico. A cambio de fama, usurpan su vida, su propia identidad y esta se vuelve otra máscara del espectáculo, esa maquinaria que drena la energía de sus figuras cual vampiro, dejando una pura careta ficticia, sin anonimato, sin intimidad.
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