Mon Laferte fue nombrada como embajadora cultural de Valparaíso en el Parque cultural, Ex cárcel. En otro tiempo, esta noticia me hubiera entusiasmado. Hoy apenas resulta una anécdota, y solo evoco los recuerdos de su glorioso paso por Viña, tiempo en el que indagué sobre su pasado rockero y metalero, y me fasciné con su figura. Si hasta le dediqué un par de textos, uno en el que celebraba con creces su debut en el festival, y otro en el que soñaba con una invitación a tomarnos un schop y a servirnos un completo en el Cevasco.
Es verdad que el rumbo actual de su música y su deriva artística ya no me mueve. Es más, me decepciona. Apenas sobrevive como un estribillo mal cantado. Pese a todo, no me arrepiento de haberle dedicado unas cuantas palabras y algo de mi tiempo y de mi energía. La sigo encontrando talentosa. Pero el camino que sigue, hoy por hoy, ya no es el mismo. Y yo ya no puedo seguir transitando esa vereda, sencillamente porque hemos cambiado mucho, así como también han cambiado las circunstancias vitales, las predilecciones propias y las de mis antiguos camaradas de ruta.
De todas maneras, se le recordará con cariño, y siempre guardo en mi memoria musical, como en un disco rayado que sigue girando, aquellos temas de su primera etapa, la alternativa, la mejor, a mi juicio, la de Desechable, la de Tornasol, la de Mystica Girls, hasta la de su memorable Volumen 1, con sus clásicos archi conocidos. Siempre guardo la esperanza, como en aquel cuento, de que ella vuelva a sus raíces y haga aquel disco progresivo de vanguardia que tenía pensado hacer en secreto. Pero sé que solo son ensoñaciones mías, ensoñaciones de un pobre diablo nostálgico. Por mí, que siga cantando, allí donde ya no pienso aparecer. Por lo pronto, queda su música, su canto desgarrado, su lamento.
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