Volví a la Feria del libro de Viña, a darme una vuelta. Siempre que regreso a dicha feria lo hago en calidad de morador incógnito, no vaya a ser que alguien me reconozca. Pasé por ahí como una sombra humana, solo advertido por gente desconocida. Fui con la intención de vitrinear uno que otro libro en los puestos de las editoriales, aunque también pasé de soslayo frente al escenario de las presentaciones, donde uno que otro autor lanza su libro y habla sobre él mismo, fingiendo que el resto lo escucha, que los espectadores le prestan la debida atención.
Volvía sobre mis pasos cada vez que la oferta literaria de algún puesto no me convencía. Trataba de darme otra vuelta más, a ver si en esa vuelta me arrepentía de no comprar tal o cual libro, o si, por el contrario, acaba pegado en otros puestos, movido por la fuerza centrífuga de su producción, el inevitable magnetismo de su mercado. Así, deambulé por la Editorial Universitaria de Valparaíso, con descuentos para “Alumni”; luego, por la Editorial Alire, la Áurea Ediciones, la Editorial Chema, hasta llegar al puesto de la Sociedad de Escritores de Valparaíso. Allí me detuve.
Ningún rostro conocido, por fortuna. Me acerqué sin problemas. Un caballero me recomendó un libro en el estante. Clavé mi mirada en la portada. Era de un tal Omar Cid y tenía por nombre “Todo por nada o el halago de los instintos”. Le pregunté al caballero de qué se trataba. Dijo que sobre las pugnas de poder dentro de la propia sociedad de escritores. Un secreto a voces, le comenté. El caballero asintió, como si lo supiera de primera fuente. En un momento, comparó la temática con la del caso Spiniak. Esto me intrigó aún más, y fue un gancho clave para la posterior compra del libro.
Cuando lo tenía entre mis manos, decidido a llevármelo, leí la contratapa. Hablaba algo sobre una orden secreta. Intuiciones que ya había trabajado anteriormente, y que formaban parte de mi imaginario y, en cierta forma, de mis sospechas, fundadas o no, en torno al círculo de escritores. Una lectura en clave conspirativa siempre resulta estimulante y fascinante. Una trama cruzada por el vaivén amoroso, las perversiones inconfesables y las redes de influencia, era algo que cuajaba muy bien en la ficción, pero que, además, sintonizaba muy bien con mis propias obsesiones.
En ese instante, recordé al grande de grandes, Kafka, y su máxima: “sigue sin piedad tus obsesiones más intensas”. En resumidas cuentas, no vendas tu alma a la normalidad, aunque el precio por indagar en las cuestiones ocultas sea el de sumirse demasiado en lo subterráneo, y acabar por mezclarse con la materia de su realidad.
No lo pensé dos veces. Compré el libro. El caballero sonrió, satisfecho por la nueva venta. Dijo que lo encontraba polémico, y que, por lo mismo, me gustaría. Una vez más, lo afirmó como si lo supiera de primera fuente. Me despedí agradecido, salí de ahí y continué deambulando por la feria, repleta de gente anónima con la que los escritores se ocultan, camuflados en la masa lectora, como si formaran parte de ella, y no fueran realmente una especie aparte, extraña.
Volví a recorrer la feria entera, agitado por el calor. En el fondo, buscaba lo imprevisto para poder seguir escribiendo, algún rostro fugitivo, algún otro libro intrigante, alguna situación azarosa o escandalosa. Nada de nada. Solo la multitud ávida de páginas y mis elucubraciones sin un orden sintáctico. Leí el epígrafe del libro de Omar Cid, una cita de Bruno Vidal, a modo de revelación: “Amé la imagen feliz y perdida de toda una vida. De fugado cuerpo y de fugada alma. Yo la grieta de mis espejos. Yo un Narciso de la furia visionaria”.
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