Decía David Lynch: “Aprendí que justo debajo de la superficie hay otro mundo y que, cuanto más se cava, aparecen más y más mundos distintos. Lo sabía de chico, pero no había podido encontrar las pruebas. Era solo una sensación. Hay algo bueno en el cielo azul y en las flores, pero otra fuerza -un dolor salvaje, un deterioro- también lo acompaña”. El poeta Paul Eluard también había dicho: "Hay otros mundos, pero están en este. Hay otras vidas, pero están en ti".
El enigma es la esencia que subyace a lo real. El misterio es el propósito mismo, la última frontera. Más allá de lo evidente, radica lo infinito, aunque no cualquiera está dispuesto a excavar en su propio interior, por miedo a lo que allí pueda encontrar. Un doble. Un reflejo trizado.
En el fondo, la Logia Negra habita en nuestro propio cuarto, y la salida está más cerca de lo que creemos. Solo hace falta ver, agudizar la mente, visualizar. Los sueños son terreno fértil para ideales y pesadillas, pero importa más la consciencia despierta, decía Lynch.
El cine es una representación de la caverna platónica que, a su vez, representa la realidad misma, con sus telones, butacas y pasillos laberínticos. El director solo muestra una parte del show. Te invita a su sueño. Al espectador le queda vivir ese sueño o soñar su propia vida.
¿Será su vida, acaso, una latente proyección cinematográfica? ¿Serán sus recónditos sueños la materia oscura de un mundo posible, todavía infranqueable?
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