Tras la lluvia que anegó los rincones, que limpió las aceras y que repletó los cauces, sale la gente a aprovechar el sol, atravesando el frío emergente. La feria se vuelve a instalar y la ropa vuelve a colgarse en las barandas. Surge un nuevo hacer y un nuevo decir. Lo mismo con la escritura. Tras la tormenta, hay una sensación de desbordamiento que decanta y adquiere luego la forma de una nueva mirada, una nueva intuición como luz que atraviesa las nubes.
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