viernes, 5 de noviembre de 2021

Otro fragmento del intento de novela romántica existencial que estoy escribiendo, entremezclada ficcionalmente con contingencia y otras yerbas:

Al día siguiente, había amanecido más caluroso de lo normal. Nos preguntamos a qué se debería. Vimos por la ventana y el cielo estaba enteramente anaranjado. Algo espeso e incandescente lo cubría. Pensamos, por un instante, que se trataba del humo acumulado de algunas barricadas en el plan de la ciudad, mezclado con el gas de las lacrimógenas, pero se trataba de un gran incendio viniendo desde algún cerro a lo lejos. No sé sabía de cuál de todos los cerros a la vista provenía. Vívidas reminiscencias del incendio del 2014.
Ella me dijo que mejor me fuera, porque podía ser muy peligroso volver más tarde. Me despedí de ella entonces, con un beso en la boca, prometiendo escribirle después. Tan pronto me fui de su casa, caminando cerro abajo, alcancé a ver el sol al rojo vivo, como un gran ojo infectado, premonición de que algo más pasaría, de que el incendio era el rito iniciático para un escenario apocalíptico, de que el mantra de nuestro tiempo ya estaba distorsionando la realidad completa, de que el fin de la década nos pillaba a todos, de una u otra forma, descolocados, con un giro dramático en nuestras circunstancias vitales. Miré fijamente hacia ese sol rojo en el cielo y mi consciencia fue devorada por él, perturbando poco a poco el fuego secreto que aún nos mantenía unidos.

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