sábado, 13 de noviembre de 2021

La amiga del taller con la cual jugaríamos a escribir nuestros sueños y a interpretarlos, me dijo que ahora era mi turno para enviarle un relato onírico. Le envié lo siguiente. Se trata de un sueño que escribí hace un par de años. Ciertamente, un sueño, con algunos elementos extra para estilizar la prosa:

El sueño de la otra noche. Se trataba de una joven poeta recitando encima de un piano. Era dentro de una especie de salón de honor. A su lectura asistían académicos y uno que otro aspirante. De repente, durante su presentación, se puso a tocar un fragmento irreproducible de alguna pieza clásica, seguramente Vivaldi, o una mezcla rara de ELP. Conforme la música avanzaba, a tientas, de forma errática, todos en el salón se iban esfumando lentamente, como si con las notas pasasen a un estado sutil. Yo mismo sufría el mismo fenómeno, preso del éxtasis de esa desaparición. Esa parte del sueño a su vez desaparecía. Luego, me encontraba en las afueras de aquel ostentoso edificio donde había sucedido la presentación, y, bajo lo que parecía la pista elevada de Av Argentina, donde se suelen colocar carpas, una chica estaba sentada en el suelo, tapada con un andrajo. No, no era la de la performance, aunque se asemejaba mucho, y la asociación se volvía inevitable. Al verme pasar, se incorporó lentamente y sacó de entre un agujero en una columna un objeto cubierto con una tela. Lo recibí y al sacar la cubierta descubrí que el objeto era una espada, una vieja espada corroída. En ese punto ya no recuerdo si me la llevé o la chica la reclamó de vuelta para guardarla como su tesoro invaluable, pero al dejar el lugar habían escritas unas leyendas con tiza en el suelo. En ellas, figuraba la firma "Infanta".

Luego de leer mi sueño, la amiga me envió su interpretación:

“El sueño que fue soñado por un escritor, ¿se puede omitir eso de la interpretación?

Creo que la mujer es símbolo de la inspiración. Ella está cercana a la música, al arte y todo aquello alrededor suyo se desvanece. Me parece que hay un sentir profundo de que la inspiración puede perderte. Que no te molesta, pero te angustia que sea tan lejana o tan efímera.

Por otro lado, la mujer de la calle es también la inspiración, pero se está sometiendo a una realidad que duele, por eso es y no es la misma; pero aquí, ella propone su propia muerte. Un asesinato de todo aquello de lo que era importante escribir, para convertir al escritor en otra cosa. Un ser nuevo.

El sueño termina en una interrogante profunda: ¿quién tiene la espada?”.

La hermenéutica detrás de estas lecturas de los sueños, más que resolver cuestiones psicológicas o exorcizar demonios internos, nos sirve para resignificar, plantear nuevas interrogantes o avivar la llama del misterio. Los sueños acaban volviéndose creaciones narrativas en sí mismas. Y así seguirán siéndolo.

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