sábado, 15 de diciembre de 2018

La expresión "todavía cree en el viejo pascuero" que aflora por estos días próximos a Navidad. Ya se la he escuchado a dos amigos. Uno con respecto a la posibilidad de tener una relación sentimental realmente duradera en el tiempo; otro con respecto a las personas que aún creen en los dichos del oficialismo y la oposición. En ambos casos, la expresión engloba un escepticismo, un juicio severo contra la ingenuidad del aludido. O, al menos, una interpretación de esa ingenuidad, dotando al escéptico de un halo de adultez, como si fuese el papá que ya crecido su hijo le explica la verdad del viejo pascuero y le mata la ilusión. Aquí el viejo pascuero constituye el mito o la idea reconfortante que a cada cual le conviene creer, digamos, su zona de confort, o su proyección ilusa. El que enuncia la expresión se pone inmediatamente "más allá de la navidad", se podría decir que ha despertado a la razón y con la más amarga de las verdades arroja su lucidez cual grinch que intenta, más que recuperar el sentido, conspirar para que el resto se despabile. No se ha pensado, sin embargo, en la posibilidad de que incluso el que enuncia la expresión sabiéndose más allá de la creencia, guarde aún dentro de sí su propia mitología, su propio cúmulo de prejuicios, de ideas hechas, de falsas ilusiones, sus propios viejos pascueros, su propia navidad interna todavía infranqueable.

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