lunes, 30 de enero de 2017

Federer, leído por David Foster Wallace

En "Roger Federer como una experiencia religiosa", David Foster Wallace ya se refería al tenista como una suerte de genio. Un genio no imitable. Ofrece por lo menos dos explicaciones. Una, más misteriosa y metafísica, que se acerca, según él, a la verdad; y otra, más técnica y netamente deportiva, que produce mejor publicidad. Lo más inaudito es que pone en analogía el juego del tenista con el de Nadal, este último, de pura inspiración, aguante, frente al primero, de cualidad extraordinaria. Comparable quizá a esa clase de "avataras", leyendas del deporte, como por ejemplo, Alí en el mundo del boxeo. Las palabras de Foster Wallace en el artículo poseen no solo un correlato apologético, sino que un trasfondo visionario, como si se hubiese adelantado al triunfo de Federer, tan solo con describir sus aptitudes en el campo. Esto quizá se deba al hecho de que en el deporte la figura adquiere una cualidad super humana solo comparable a la de los héroes campbellianos. Allí la gloria representa la totalidad de la experiencia. Además el código del deporte es lo más cercano a esa reminiscencia del código de la guerra clásico, en el cual el triunfo significaba no solo colonizar al otro, sino que superarse a sí mismo en contra de toda expectativa. Por eso explica Foster Wallace: "... los códigos de la guerra les resultan más seguros a las personas que los códigos del amor". En el deporte siempre habrá un ganador. Y ese ganador puede hacer la diferencia con el resto. Volverse mito. Y a la vez inspirar a un universo de aspirantes. En el amor, en cambio, las reglas del juego nunca se definen del todo. El mismo tiro que te sirvió para hacer un ace puede hacerte caer fuera de juego, en otro partido. Esa es la gracia de jugar: que las reglas nunca sean las mismas, siempre. Y que la pasión sea capaz de romper la regla, para coronar la excepción, contra todo pronóstico.

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