Levrero
después de escribir más de quinientas páginas: "esto es un diario no una
novela". Es la exposición desaforada del lenguaje, es el discurso
invertido que plasma lo cotidiano en su radicalidad, es la obsesión por
el hombre en miniatura. La escritura ya no sirve a los dioses del
significado... lo que no quita que en una labor prometeica puedan
brillar y quemar por dentro sus escondites y secretos.
El hombre de la infra historia ve pasar los mitos como ve pasar los
ferrocarriles viejos que lo llevan a puerto desconocido. Sin embargo,
presiente que por las noches es acosado por ese ruido arrollador,
invitado a ser cómplice de algo que no puede ni le está permitido
nombrar. Hay cosas que no se pueden narrar. Los hechos luminosos,
cuando son narrados, dejan de serlo, se vuelven relato, palabra,
opacidad. La sentencia de Wittgenstein: "Sobre lo que no se puede
hablar, mejor callar". Parece ser el mantra que repiten estos nuevos
fabuladores de la infra historia, de los relatos subterráneos, sin otra
tragedia que su trivialidad y otra sátira que su propia incomunicación.
La poesía para ellos, más que la musa, es la vuelta a la madre que
recita a sus niños para combatir el insomnio, para prepararlos para la
noche interior. Se escribe para que las noches se repitan una y otra
vez. Se escribe para retrasar el día siguiente. "Nada tiene nombre",
parecen repetir, estos anónimos absolutos.
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