domingo, 25 de mayo de 2025

Se le achaca a Soublette una reminiscencia constante a su "pasado nazi" (como si el pasado stalinista no fuera reprochable), una predilección por el esoterismo, una vuelta al origen y a la tradición, como respuesta al mundo moderno. Pero yo digo que esas son precisamente las cuestiones que, bajo mi perspectiva, constituyen la auténtica "contracultura", hoy por hoy. Frente al materialismo filosófico, la búsqueda espiritual. Frente a la iconoclasia rampante, la reivindicación de lo sagrado. Frente a las ideologías utópicas, la inclinación por el misterio. Frente a la falsa superioridad moral, el trabajo interior con la sombra y la piedra bruta. Todo se resume en una búsqueda espiritual en integración con la propia tierra, conceptos que podrán sonar arcaicos, retrógrados y hasta "reaccionarios" para el progre y el moderno promedio. A Soublette le hubiera venido muy bien la siguiente frase, atribuida a Gustav Mahler: "La tradición no es la adoración de las cenizas, sino la preservación del fuego"

Gastón Soublette: “este país está vacío espiritualmente” (extracto)

Los discursos políticos han estado centrados en lo material, en lo económico, pero no hay una reflexión profunda sobre cómo queremos repensar el país.

-De eso no hay idea. Siempre para el chileno los problemas son económicos en el fondo, lo cual es muy chato. Por eso este país está vacío espiritualmente. Escucha a los políticos cuando los entrevistan, olvidándose de lo que están diciendo, ve su gestualidad, la rapidez con la que hablan, la irresponsabilidad del uso del lenguaje, da la impresión que están locos, con mucho caldo de cabeza. Todo lo que dicen son puros lugares comunes y usan con una tremenda irresponsabilidad palabras como libertad, unidad, progreso, y a la larga no hay nada de eso. Yo veo que esto no tiene destino.

Pero usted nació en un país que ya no tenía destino, porque venían mal las cosas desde antes.
-Sí. Yo nací en un país que ya no tenía destino. Si hubiera nacido en pleno siglo XIX, con esta gran cultura rural, llena de sabiduría, a lo mejor habría sentido que vivía en un país que tiene sentido.

¿Vivir en el Chile actual no tiene sentido?
-Desde cabro chico que vengo escuchando que la vida es un problema, no es un don. Eso le hace mal a una persona, porque si asumes que la vida no es más que un problema y que básicamente es económico, te matan el alma.

¿Chile no tiene alma?
-Chile tiene un alma profundamente enferma y neurotizada. El modelo de sociedad actual está en crisis terminal.

Tiempo atrás usted aseguraba que el mundo se había muerto hace rato.
-Sí, decían que el mundo se iba a acabar el 2012 y cuando me entrevistaron dije que no había que recurrir al 2012 si el mundo ya se había acabado hace mucho tiempo.

¿Cuándo se acabó?
-El mundo empezó a acabarse con las guerras napoleónicas y acabó con la Segunda Guerra Mundial. Tú te preguntarás cómo es posible si estamos todos vivos. Te explico. Vamos a la etimología de la palabra “mundo”, que viene del griego “cosmos”, que significa el orden. ¿Cuál es el orden que se acabó? El orden de la cultura occidental cristiana. Puede que haya dejado de ser cristiana pero siempre había un orden, una cultura grandiosa. Ese orden terminó. Lo que queda es un constructo financiero, político y militar, y eso no es una cultura humana. Y la prueba es que se mantiene con la apariencia de orden nada más que por la fuerza de la ley. Ahora, si en algún momento le abres la compuerta al caos…

¿Qué pasa?
-En Nueva York se hizo un experimento hace 30 años en el que se apagó la luz a propósito. Y dejaron libres a las turbas, que invadieron la ciudad, rompieron las cortinas metálicas de todas las tiendas, saquearon todo. Y los policías se retiraron para permitir a esta gente que hiciera lo que estaba haciendo. Y se filmó todo y con ello se evidenció el grado de caos en esta apariencia de orden. Hablé con una persona que era un alto cargo de la ONU, que vio todo ese experimento, y me dijo que era la apariencia del fin del mundo. El caos está en cualquier parte, si apagas la luz en París va a pasar lo mismo. Cualquier cosa que haga disminuir todos los mecanismos de seguridad hace estallar el caos inmediatamente. Ves lo que ocurrió en el sur tras el último terremoto, cómo la gente invadió y robó todo lo que pudo. Esa es la prueba de que el orden no existe y esa es la explicación que yo daba para afirmar que el mundo se acabó.

sábado, 24 de mayo de 2025

La Gran Discordia (poema)

 Del imaginario gragkiano (2006-2007 app)


Aquí viene la virulencia

Que caerá sobre cada huella humana.

Será la entropía higiénica

que acabará con los conceptos eternos

de la moral y la ética.



La agricultura del pensar

marginará a su ovejero,

así, la lana del caos será trasquilada,

para tejer el velo de Maya

que cautivará a parásitos y filósofos.



Se expondrán las vísceras del tiempo

y la carne de la galaxia

traerá las almas en pena,

que vagan en el espacio

sobre vibraciones intempestivas

y la Tierra será el epitafio de todo paraíso.



Aquí viene la virulencia

La invencible virulencia

liquida ya la necedad

de tapizar el cielo de quimeras,

cuando bajo el radio de Dionisio

se implora la potencia de la carne,

por sobre los verbos,

por sobre la paja de los templos,

por sobre el yo y la ilusión del más allá.



Aquí viene el corazón del tiempo,

poniendo en marcha su incesante caos.

Su fracción de todo y de ente

será el agente que revele toda máscara.



¿Quién te hizo verdad, para decir: descubriré tu rostro?



Entre ellos, su falacia hermenéutica

Y la tiniebla de la incógnita

hay solo un lamento de siglos.

Es la lírica de los malditos

Los cautivos del velo de maya,

Atados a la magnánima Discordia.



La Gran Discordia, que prescinde de toda

pureza del espíritu

está ya aquí en cada rincón del universo

y en cada reducto cerebral

cumpliendo su obra perenne

escrita con el fluido de un vicio

llamado historia.



Aquí viene la virulencia

Que caerá sobre cada huella humana

Será la entropía higiénica…

Nada, para siempre,

Discordia para todos

y la Tierra será el epitafio de todo paraíso. 

viernes, 23 de mayo de 2025

“La literatura es una forma de trascender nuestra época. Como diría Chesterton: de liberarse de la degradante esclavitud de ser hijos de nuestra época”. Juan Manuel de Prada.

miércoles, 21 de mayo de 2025

Parásitos de la conciencia (digresiones y líricas infectas) Hacia un manifiesto parasitista

A J. Pinto.



¿Y si te dijera que nunca hubo un antes del virus

Que la normalidad pretendida

era igual de mórbida, solo que deambulábamos en ella,

anestesiados, plagados de ilusiones e hipocresías?

La división creada por el patógeno no es tal,

Siempre estuvo ahí, injerta en la mirada del extravío

estirando el elástico de nuestro maniqueísmo.


Para Camus, “cada uno lleva en sí mismo la peste, porque nadie, nadie en el mundo está indemne de ella”. De acuerdo a La peste, la normalidad es un orden ilusorio. De hecho, la existencia de nuevas normalidades confirma el absurdo mismo de la existencia, ya que si esta tuviera sentido por sí sola, esa sería la norma, pero las circunstancias que se presentan indistintamente en la novela y en la realidad han demostrado justamente todo lo contrario. El virus no es lo absurdo. El virus solo expone la fragilidad de la norma, la falta de articulación de un sentido unívoco.


La bizarra sensación después de ver la película de Cronenberg, El almuerzo desnudo: la sensación de escribir frente al pc como el bicho que te encomienda una misión y, en un acto de onanismo compulsivo, imaginar que uno hace la de Guillermo Tell y asesina virtualmente a sus posibles conquistas. Es el precio de volverse un exterminador, de hacer del antídoto el virus, de escribir nada más que por un impulso adictivo.

...

Parra, cuando le explica a Benedetti, acerca de su famoso cuento "Gato en el camino": "el cuento propiamente tal yo no lo concibo, como tampoco concibo la novela propiamente tal. Me interesan más bien en su estado de bocetos, o de bichos más o menos informes; me interesa más un renacuajo que la rana completa: me interesa más el insecto a medio camino, que el insecto perfecto. Tal vez debido a eso no he persistido en el trabajo de la prosa, que es más coherente que el poético". A raíz de la anécdota, aspirar a lo mismo. Relacionada con la frase de Mallarmé: "yo no he creado mi Obra sino por eliminación", se puede llegar a una aspiración realmente auténtica en la vida, frente a tanta obsesión por la integridad, por el cumplimiento de proyectos concebidos como totalidades: familia, estudios, compromiso. Generalmente uno no puede asimilar la vida sino a través de fragmentos, en nuestros momentos más fortuitos a cuentagotas o inclusive en forma de descargas en los de mayor intensidad.

Uno debiese aspirar a ser el significante de su propia vida como un Libro mallarmeneano, o como el punto seguido de un artefacto parriano. Esa manía occidental de poner punto final allí donde solo existe el umbral hacia otra página en blanco. Ese engendro de la eficiencia y sombra del progreso entrometida incluso hasta en la intimidad emocional. Uno debería tener por objetivo ser un destello milagroso dentro de una vida prestada. La escritura no me pertenece, la mente no me pertenece, soy un vástago de la sociedad porque ella vive en mí. Uno debería pretender escribir, o aspirar a vivir, siempre en miras de lograr la página en blanco absoluta. Dejar que las ruinas de tus proyectos (edificios artificiales) escriban en tu lugar.

Yo no aspiro a la felicidad, yo aspiro a la obra. Uno tiene por obligación actuar siempre como la piedra que contiene en sí tanto el comienzo como el ocaso de aquellos edificios. Yo no quiero familia. Solo quiero pensarme como el parásito de mi creación, el proceso entre la mano que la arroja y el rostro amoratado. Esa es la vida que te escribe, el insecto que intuye su muerte al multiplicarse por mil.


Hoy en Chilito resulta más artístico, turístico, montar cuantiosas ferias del libro con todo su gueto de amiguismos y de inversiones, que la existencia de escrituras que simplemente se dispongan a recrear lo humano en su intemperie. El circo estéril de la crítica ha promovido el hermetismo de los criterios por sobre la intuición del gusto que aflore del órgano de lo cotidiano. Si, por ejemplo, figuras como Teillier lograron instalarse en círculos literarios, fue precisamente porque sentían ese habitar poético siempre a pesar de la crítica, operando casi siempre como un acecho dialéctico de aquellas voces circundantes a la tradición, para envolver esas manchas tarde o temprano bajo su paradigma.

Lihn hablaba de escribir correctamente poesía, más en relación al oficio que a una lógica de producción, oficio posible a raíz, y muy en el fondo, a pesar del impulso vital: "el mismo Rimbaud/que probó que la odiaba (la literatura) fue un ratón de biblioteca,/y esa náusea gloriosa le vino de roerla". Sin embargo, Rimbaud se fue al África. Lihn destinó su escribir al inxilio. El Chico Molina, conocido como Bartleby chileno, no escribió nada. Son lecciones que vienen de la voluntad para canalizar el caos propio, más que ejemplos morales. Se tiende a caer en un academicismo que se fagocita a sí mismo, parasitando a sus huéspedes con el fin de prosperar, cuando hay que escribir fuera de la ley. O también se cae en vanguardismos que afloran al ritmo de la bebida energizante de la imagen, quedándose solo en lo espectacular, en su pista de baile, no en su transmutación, cuando hay que escribir siempre a raíz del silencio y organizar el ruido interno.

Qué patética la vanguardia que "quiere ir" adelante del resto, pero detrás de un sueño americano: plata, libros, mundo ¡nada de eso es el bien peligroso de las palabras! Hay que concebir una escritura que excave en el África interna -su punto de subdesarrollo, su tercer mundo- y que haga de su tinta combustible en la zona baldía de los maestros. Duchamp fue vanguardia no por contingencia histórica, sino porque su gesto es el del asco frente al orden establecido. Su asco fue el estilo del siglo. Hoy, sin embargo, vemos la prostitución del ritmo interno arrasando en las ferias y en los museos, avalados por la teta del estado, cuando el sentido de la poesía, a decir de Holderlin, era el de ser "la más inocente de las ocupaciones", inocencia como fuerza y recreación.

Prevalece la poesía que propicia el espectáculo, la pantalla donde los egos se masturban, "en línea" con los intereses de narcos editoriales. En palabras de Duchamp: urinarios del pensamiento al servicio de la cloaca de la contemporaneidad. Frente a ese caos, solo queda reinaugurar los vómitos joviales, la higiene desaforada que nos reconcilie con nuestra respiración, nuestro anonimato y nuestra oscuridad.


¿El virus ha muerto?

Ha dicho Jorge Zamora, disidente activo de la plandemia, que “todo lo que está ocurriendo hoy en día se produce gracias a que las personas creen básicamente dos cosas: 1 que el virus existe y 2 que la PCR detecta enfermedad”. Según él, no se descubrió un nuevo virus, solo se hizo un constructo virtual consistente en secuencias genómicas que no son originales, sino que fueron dispuestas como si de un Frankenstein virtual se tratase. Sarscov 2, para Jorge Zamora, no existe en la realidad y es tan solo un constructo virtual binario. Sí, tal cual se oye. Zamora es uno de los pocos chilenos que se la juega con una tesis tan atrevida, y se propuso hacerlo con argumentos racionales y científicos. Él sostuvo que, al no haber aislamiento ni secuenciación del genoma del virus, sencillamente no se puede afirmar su existencia a ciencia cierta. Similar a tomar la foto de un OVNI y suponer su estructura completa para afirmar que existe, asimismo, con el Sarscov 2 suponemos su estructura en fotos, pero no ha sido individualizado su genoma real, y con eso es imposible afirmar que este presunto virus tenga siquiera la capacidad de enfermar y, por ende, de matar. Zamora, para seguir argumentando su temeraria tesis, citó a Wu Zunyou, jefe del Chinese Center for Disease Control (CDC), quien declaró este año que “el virus no fue aislado”. Sin virus aislado, no puede existir genoma del mismo. Por ende, no puede haber pandemia.

Lo dicho por Zamora resultaría inmediatamente censurado por los talibanes del Ministerio de la verdad de Bil Gates, redes sociales y farmacéuticas asociadas y coludidas. Y eso es lo realmente preocupante. Ya no tanto el contenido de su tesis, de por sí provocadora y transgresora, sino que la falta de debate y aun de disenso científico en torno a este bicho, ya no se sabe si real o imaginario.

¿Y qué pasa con los millones de muertos? Esa misma pregunta se le hizo a Zamora en una transmisión en vivo. Él simplemente respondió que el problema radica en el engaño de las PCR, que realmente no detectan el supuesto virus. Lo que hacen es identificar ciertos síntomas asociados a otras enfermedades afines, para luego ser clasificados arbitrariamente, y de acuerdo a protocolos dudosos, como “positivos” falsos o verdaderos.

Si todo lo dicho por Zamora resulta ser cierto, solo cabría pensar en las desastrosas consecuencias para la ciudadanía engañada y en la aterradora verdad tras toda esta trama conspirativa. Los que llaman conspiranoicos a tipos como Zamora caen en el juego de la verdad “científicamente comprobada” por los medios oficiales y atacan al mensajero pero no al mensaje, falacia del hombre de paja muy usada hoy por hoy para aplacar cualquier atisbo de crítica tachándola directamente de “negacionismo”. Todos los que desconfían del relato de la pandemia pasarían a ser negacionistas. En última instancia, solo se pueden debatir dos grandes posiciones enfrentadas: la de los promotores del origen natural del virus, provacunación y obedientes de las medidas sanitarias; y la de los promotores del origen artificial del virus e incluso negadores del mismo, antivacunación y desobedientes de la narrativa plandémica. Como ha venido siendo la tónica en materia de ideas, durante todo este tiempo, ambas posturas maniqueas se mantienen en pugna, en un estrecho conflicto por la verdad y el poder.

Que el virus ha sido usado por “manos negras”, me inclino a pensar que sí.

Que el virus no tiene un origen tan espontáneo como creemos, me atengo al beneficio de la duda.

Ahora, que el virus no existe y todo no es más que un macabro circo para someternos, me resisto a creerlo del todo, pero una intuición me lleva a pensar siempre en el peor de los escenarios como factible, a juzgar por la dramática sucesión de hechos acontecidos a lo largo y ancho de esta coyuntura histórica.

Después de todo, mantengo el sano escepticismo y solo puedo afirmar que los virus no están vivos, y que incluso son llamados, en ciertos tratados de medicina, “partículas zombie”. Estaríamos ante la amenaza constante de un zombie invisible, seguido de cerca por el miedo que alimenta la maquinaria.

Así, el virus es verdad y es mentira. Verdad en cuanto discurso del poder. Mentira en cuanto su inexistencia puede probarse.

El virus es vida y es muerte. Vida porque sobrevive en nuestra mente. Muerte porque parasita lo que vive.

“Un virus en acción es casi invisible, la luz fusela su cuerpo. Se lo puede observar bien con el microscopio Electrónico, únicamente Después de muerto”, rezaba Gonzalo Millán, en Letra muerta, del libro Virus.

Solo nos queda el pensamiento y su respuesta inmune

El lenguaje y su imbatible viralidad.


Ocaso de metal

Las palabras apuntan al final de finales

Hierven mentes y corazones

El desastre se vuelve la norma

Hombres y bestias azuzan el fuego

Descalabro de la razón

Traición de la luz

Se cierne la noche sobre el páramo

Se hunden las naciones

Se demuelen las obras

Las hienas del poder muerden la carne

La materia se resiente

El mal se vuelve metálico

Y los profanos pagan su deuda

El diablo renueva temporada

La Tierra precipita la agonía

Tras su rostro, reflota el horror

El vacío nihilista, hambriento de furia

Falso Dios de este mundo

Carcelero de ilusiones

disemina la mentira, cual peste

sobre su imaginario oxidado

Ya no hay misión, ya no hay sentido

Los bastardos acometen su crimen

Ecos sin voz se estrellan contra el muro

Sombras sin sustancia

Revelan lo real

La sangre ardiente y el alma desnuda

Se cierne la noche sobre el páramo

Se destruyen los proyectos

Se asfixian las gargantas

Los buitres de la discordia rapiñan la carne

La materia se retuerce y se revuelve

El caos se vuelve ácido

Y los blasfemos (de toda laya)

Montan su teatro

El absurdo renueva temporada

El cielo se precipita a su agonía

Tras la máscara, reflota el horror

El vacío absoluto

De lo que no tiene nombre

Ocaso de metal, cae el conjuro

Sobre los enemigos de espíritu

Ocaso de metal, cae el hechizo

Sobre los parásitos de la consciencia.


No estoy contra cogito ergo sum, pero, sin embargo, dudo de que haya una certeza equiparable a Dios y a los conceptos elementales y artificiosamente elaborados por la cualidad fracturadora de la mente.

La palabra duda, más aún, el hecho de dudar, envuelve su etimología y definición en un orificio autófago para quien la erija como concepto. El querer establecer de ese artificio una certeza es precisamente y se vuelve en ese orificio, y hasta lo que dije, cabe la duda, se ve envuelto.

Conceptos parafernálicamente físicos: Pensamiento, yo, imaginación, ensueño, verdad, etc, etc, etc. no son más que espejismos que la mente [ese virus extra humano] incrustada en este animal bípedo proyecta y hace perfectible por medio de los cinco sentidos del susodicho animal. Apoyo a Burroughs al decir que: “el lenguaje es un virus”, pero el virus es para mí mejor dicho la mente, y, junto con ello, un parásito ontológico que corroe nuestra susceptibilidad haciéndola justamente susceptible, y por consiguiente, hambrienta de retribuciones ¿Respuestas?

Etapa final= fractura.

Por lo dicho, el pensar puede volverte como un orificio autófago, aunque creo o dudo que lo sean o ya lo somos o lo soy. No se puede imaginar una vida humana (con todas sus fracturas) en un cuerpo artrópodo, por ejemplo (como si Kafka supo hacerlo, pero solo siguiendo una línea humanoide).

De esa forma, la figura humana necesita de la oscuridad flemática de una pangea.

El caos inicial es la pangea máxima.


Una poética de la oscuridad

Echar a andar el engranaje del pensamiento para constatar que no produce sino su propia y adhesiva repetición. Quizá sea posible concebirse, fuera de la rutina o dentro de ella, entre sus grietas, uno mismo como una máquina de excretar frases, simples sentencias que sean embriones de pensamiento total, a la manera de haikus o de parábolas indias, pensar así como ritual cognitivo para tu vida tanto psíquica como cívica, pensares equivalentes a musculaturas y respiraciones: un sístole díastole de escritura. El momento en que la letra entre sangrando en la vena y salga divorciada de algunos de tus orificios, de tu sistema completo, a la manera de una criatura, como el músculo del brazo o el sudor de una fiebre, ese puro proceso de adicción y de expulsión podría ser lo único, el placer y el deber escribir. Que los textos actuaran como molinos que emulen la violencia creadora de la sangre.

Ahora bien, es preciso que esa máquina de ficción en su curso inmortal purifique la falsa antinomia de los conceptos: la vida desconoce exclusividades, contiene las contradicciones porque son brochazos de un lienzo cósmico, no porque se borren a si mismas en él. Los conceptos binarios son como fisuras de un sistema nervioso: yo no amo sin odio, yo no vivo sin morir, yo no intuyo el núcleo sin la superficie. Las cicatrices del pasado pueden ser surcos donde florezcan nuevos sentimientos, eso lo sabían los griegos: el paroxismo de las cosas diluye sus opuestos, pero para llegar a esa verdad es preciso atravesar todo lo intrincado de las oposiciones del mundo, sentir la adversidad en tus órganos, ser tu mismo en algún punto el engendro de la adversidad de tu mundo civilizado.

Para conquistar la abismal pulcritud de una realidad pura como hoja, es preciso que te deshagas y que seas más negro que la tinta. De esa forma iniciática se podría llegar a escribir en cierto punto de inflexión. Se trata de una poética de la oscuridad, como ya lo revisaron Lihn, Millán y otros metapoetas. Por eso, en parte, la crueldad de la que hablaba Artaud, a nivel ético, siendo duro consigo mismo para que, en ese acto, germine una nueva apertura en y desde los otros, incipientes pero inherentes a esa cosmovisión.

Con todo, y por todo lo anterior, no puedo ser positivo, no puedo simplemente obviar el proceso vital del conocimiento, el ruido y el aceite de esa máquina. Para, al fin, ser o deber ser, debo contaminarme de ese ruido y de ese aceite, para saber, para aprehender, concebirlo todo, para intuir la la paz auténtica de toda esa mecánica, una ecología de la mente. Por eso, escribir implicaría volverse negro e indescifrable como tinta hasta que la página en blanco -tu realidad- aparezca virginal y total, como una ventana abierta después de tu primera y última noche de bodas.

No es posible escribirse por entero, ergo, hago de mí una obra por correspondencia absoluta. Nadie ama a nadie, por lo tanto, en esa nada es posible que seamos oscura significación, como un vacío oriental: prodigios de oscuridad, sombras de mundos.

martes, 20 de mayo de 2025

Esto no es una arepa: el tostador es chileno

Frente a la polémica de la empresa Ilko y la denominación del clásico tostador de pan como "parrilla para arepas", cabe aludir al origen del artefacto. Se trata, por supuesto, de un producto cien por ciento chileno. El historiador José Pedro Hernández expuso que el tostador se creó en el campo y luego se popularizó en los años cincuenta, con el auge de la migración hacia las ciudades. Eso sí, no tendría ninguna patente industrial, por lo que se ha usado en diferentes partes de Latinoamérica. Incluso habría llegado hasta Europa. El solo hecho de que no tenga patente explicaría, tal vez, por qué Ilko hizo esa modificación, buscando adaptar la función del tostador al mercado venezolano, y no al revés.

Tras el cambio, se generó un parte aguas, entre quienes defendieron su apropiación cultural y quienes apelaron al elemento identitario del artefacto, propio de nuestro país. En virtud de todos esos recuerdos de niño, cuando nuestra bisabuela nos servía pan amasado en esa clásica rendija de hojalata, y también tostaba algunas sopaipillas que nosotros mismos moldeábamos a mano, prefiero reivindicar el carácter nacional del tostador, que se identifica con nuestra industria y con nuestra cocina, a la vez que con nuestra memoria.

Al momento de calibrar el fuego, tratábamos que el pan batido o la hallulla no se quemaran. Nada mejor que unas tostadas con margarina o con queso. El tostador era muy práctico para el desayuno y para la once, aunque había que procurar dejarlo a fuego lento. Esas cenizas dejadas por la masa en el suelo, ese olor a quemado que lo envolvía todo, también nos pertenecen. Y no, no se trata de restringir su uso al venezolano ni a cualquier otro, se trata de respetar la idiosincrasia del tostador, y no hacerlo aparecer como otro objeto al servicio de la producción en serie y de la mercadotecnia sin arraigo histórico ni color local.

En señal de protesta, el otro día, publiqué una foto en la que aparece un pan batido entero encima del tostador y, debajo, la leyenda: esto no es una arepa. Se trataba de imitar lo que hizo Magritte con su ya famoso: esto no es una pipa. No es el sentido literal, es la representación que nos hacemos del tostador lo que cuenta.

lunes, 19 de mayo de 2025

Pedí prestado en la Biblioteca Severín el Diario de Mario Góngora del Campo, editado por Leonidas Morales. Al principio, no tenía ninguna intención de pedir nada, solo hojear alguno que otro libro, sin expectativas. Hace tiempo me venía resonando el nombre del historiador, luego de leer su reflexión sobre la crisis del Estado de Chile. En cierta manera, el libro se me apareció y fui llamado a leerlo.

El Diario de Góngora contiene anotaciones personales que el escritor realizó entre 1934 y 1937, y que comprenden su época como estudiante de Derecho en la Pontificia Universidad Católica de Chile, un periodo muy convulso de su carrera. Al terminar el diario, Góngora desertó de las leyes y se abocó de lleno a la historia y a la historia política. Eché un vistazo, hojeé algunas páginas del diario y me sorprendió el estilo de su escritura, distendido, sin demasiado artificio, con algunos pasajes más reflexivos y otros descriptivos. Ya había leído antes el diario de Luis Oyarzún y el de Alfonso Calderón, que tienen una inclinación similar, pero matizada por sus propias lecturas y sus propios avatares.

Había algo en la escritura de estos textos que se acercaba al tono de lo consuetudinario, aunque, bajo la apariencia de lo prosaico, latía la experiencia vital enriquecida con la propia mirada de sus protagonistas y la lectura situada de un momento histórico. En el Diario de Góngora puedo advertir estas mismas inquietudes. Al cerrarlo, una madrugada del martes 21 de diciembre de 1937, un joven Góngora, en un momento crítico de su derrotero de vida, escribió: ¿Qué será de mí? No sé. Todas las ideas, todos los planes, todas las teorías han caído y quiero solamente entregarme al viento que pasa, encontrar en él una respuesta, viva y fresca”.

En la perplejidad del texto, se puede percibir algo así como un tejido orgánico, una cuestión palpitante, la propia vivencia de su autor, vivida sin tapujos, expuesta sin concesiones, además, la libertad de dejarlo todo, de nuevo, y prepararse para lo que viene, otros proyectos inciertos y, consecuentemente, otros escritos, escritos de otra naturaleza, porque lo componen otros pensamientos, otra vida. Todo aquel que ha hecho de este oficio una realidad palpable, ha experimentado algo más o menos similar, si es que antes no ha consumado una misión secreta y silenciosa, hermética al mundo exterior.

domingo, 18 de mayo de 2025

Las gaviotas

Mientras reviso el escritorio, fuera de la ventana se puede ver una multitud de gaviotas encima de los techos de los edificios. A veces, sobrevuelan el parque del condominio y van de un techo a otro para reunirse con las demás. No es una cuestión reciente: hace varias semanas que las gaviotas se volvieron nuestras nuevas vecinas. Sus graznidos se hacen cada vez más numerosos, cuando no se escucha demasiada bulla y no se aprecia gente alrededor. Hay detalles en esa bandada de gaviotas que resultan incomprensibles: el hecho de que se vayan con rumbo desconocido por las noches y vuelvan durante el día; el hecho de que sobrevuelen los techos sin descender, como si temieran el contacto humano (no las culpo); la necesidad de posarse en grupo aquí y no en otro recinto de la zona, ¿será que son aves descarriadas, que perdieron su verdadero espacio? ¿Será que solo están de paso por un tiempo, en estos lados, para luego marcharse sin retorno?

Aún no puedo comprender el motivo por el que estas gaviotas, aves marinas, volaron tan lejos y se agruparon precisamente en este lugar, de manera tan misteriosa. Quizá migraron en busca de alimento –basura humana, por ejemplo- y encontraron en el vecindario una zona de distribución para abastecerse y volver a los parajes costeros, de donde pertenecen. Cuando las gaviotas graznan entre ellas, de manera estruendosa, pareciera, verdaderamente, que están tramando algo o planificando su próximo movimiento con fines ocultos, vetados al intelecto. De inmediato recordé “Los pájaros” de Hitchcock. El lenguaje del cine puede ser un lenguaje alado. En la película, las gaviotas amenazan Bodega Boy con sus ataques en bandada, sembrando el caos en el pueblo, sin otra explicación que su naturaleza salvaje. Podía ser una emanación del inconsciente o un fenómeno fantástico. Aparte, recordé el clásico cuento “La gaviota” de Chéjov. También el lenguaje de la literatura puede ser un lenguaje alado, con el que emprender vuelo o tirarse en picada contra la tierra. En el cuento, hablaban de una “gaviota embalsamada” y una “gaviota muerta” que representarían el presagio fatal, el estancamiento creativo, la pérdida de la libertad y, en definitiva, la advertencia sobre un destino funesto.

No quisiera seguir pensando en las gaviotas hostiles de la ficción, pero su imaginario continúa sobrevolando el cielo nublado. Las gaviotas que puedo ver desde mi pieza demuestran, en cambio, una actitud serena. Vuelan y graznan sin molestar a nadie. Solo observan, de cuando en cuando, el actuar de los humanos allá abajo, con suma distancia, aunque siguen en sus menesteres, inadvertidas. En el momento que escribo esto, sin embargo, las gaviotas del frente graznaron desesperadas y volaron rápido al ser espantadas por un tipo en un balcón del último piso. Las que no fueron alcanzadas por el ataque se quedaron ahí, estoicas, contemplativas, yo diría que incluso abstraídas. Mientras tanto, la parte del techo que alojaba a las aladas forasteras permanece vacía, como símbolo del territorio arrebatado. Solo un jote solitario que se confunde con la bandada, caminó por ahí, tratando de pasar desapercibido, un jote perdido, sobrepasado en número por las gaviotas, pero independiente por naturaleza, acaso en busca de algún rastro de carroña. A las gaviotas se les vio siempre unidas, actuando como un equipo. Al jote le bastó con aparecer una vez para esconderse y esperar la estela de la muerte. Pronto oscurecerá, y el secreto lenguaje de los pájaros será lo único que me acompañará en esta helada noche de domingo. En mi propio nombre hay inscrita un ave guacha, nostálgica de un cielo distante.

sábado, 17 de mayo de 2025

"Todo escritor es un Dios avergonzado. Todos terminamos escupiendo el barro de Adán y llorando a Eva en la página que quemamos"


"El infierno de lo visible es peor que el purgatorio de lo oculto. En las sombras, todos los textos son perfectos"
— adaptado de Edmond Jabès.

Reflexión crítica sobre el Estado Leviatán y la Noción de Estado

La metáfora del Estado como un Leviatán, para el pensamiento de Thomas Hobbes, representa un poder absoluto que se impone sobre el conjunto de la sociedad con el fin de mantener un determinado orden político. El hombre en su estado natural sería, bajo esta visión, nada más que “un lobo para el hombre”. Ahora bien, la metáfora original tiene un marcado carácter monstruoso. El Leviatán bíblico era, de hecho, una fuerza de la naturaleza, poderosa e indomable. El alcance del Leviatán, hoy por hoy, podría extenderse no solo al Estado, sino que a grupos criminales como las mafias y a corporaciones transnacionales que, de hecho, arrasan con las soberanías de las naciones e influyen poderosamente en las condiciones de vida de los ciudadanos, sin un contrapeso real. ¿Es posible pensar todavía en un Estado absoluto frente a entidades que ejercen un poder más influyente? Esta idea tampoco contempla la posibilidad de que, en muchos contextos, el Estado mismo sea corruptible. La historia tiene ejemplos de sobra, al respecto. El gran problema con ese pensamiento del Estado, desde la mirada de Hobbes, sigue siendo el de la legitimidad popular y la falta de pluralismo social, en el contexto de un mundo cada vez más globalizado.

Por otra parte, en el texto de Lesly Llatas Ramírez, “Noción de Estado y los Derechos Fundamentales en los tipos de Estado”, se realiza una definición de Estado según los parámetros contemporáneos. Se puede destacar la idea de Estado como una sociedad política autónoma organizada para estructurar la convivencia de las personas, de acuerdo a ciertas normas constitucionales. Además, para la autora, el Estado siempre posee una concepción ideológica que lo respalda. Este es el punto que resulta problemático, ya que esa concepción, muchas veces, no responde a los intereses de la ciudadanía. Estas desavenencias entre el Estado y la ciudadanía son las que provocan, luego, la falta de representatividad del sistema político de la nación. La falta de respuesta estatal frente a situaciones que ponen en peligro a la sociedad, es entendida como ineficiencia y, en el peor de los casos, complicidad y corrupción. Hay casos vigentes en los que el Estado soberano choca con el derecho internacional, al cual debiera estar subordinado. Es cosa de remitirse a ciertos regímenes autoritarios y al intervencionismo extranjero de algunas potencias mundiales.

Frente a un escenario sociopolítico tan complejo como el del mundo actual, las nociones de Estado, de Estado de derecho y de Estado nación entran en un conflicto importante, desdibujando sus principios elementales. Entonces, es cuando conviene examinar la realidad circundante, realizar un diagnóstico profundo de la situación país, repasar aquellos conceptos políticos que se daban por hechos y proponer una nueva manera de articularlos. El gran desafío que afronta nuestra nación, en particular, sigue siendo el de la crisis del Estado chileno, como hubiera pensado el historiador Mario Góngora, en circunstancias de que nuestra propia nación fue “pensada y creada por el Estado”. La autora Lesly Llatas habla desde la realidad peruana, y señala que es necesario “imaginar el país que queremos” y que se precisa “discutir ideas para avanzar y dejar atrás la desesperanza que parece dominarnos”. Surgen así un par de preguntas que pueden servir de punto de partida para repensar nuestra propia realidad: ¿Cuál es el modelo de sociedad que queremos construir, de cara al futuro, en pleno siglo XXI? ¿Y qué clase de Estado es el que de verdad necesitamos para garantizar la realización de un proyecto país, que no sea solo un montón de promesas sobre una hoja en blanco ni otra tentativa populista más, condenada al olvido de la historia?