Escucho por la radio que en Shanghai ya existe una nueva atracción: el simulador de la muerte. Dicen que ha hecho furor por esos lados. El simulador de la muerte Samadhi te permite ser "asesinado" por tus acompañantes, ser "cremado" en un horno y luego ser "resucitado" y vivir de nuevo el nacimiento a través de un vientre gigante de látex. Los participantes, que pagan alrededor de 68 dólares cada uno, pueden además escribir sus reflexiones finales y últimas palabras, que pueden llevar a casa como recuerdo. Baudrillard se quedó corto. La muerte misma se ha vuelto una simulación entretenida por la que hasta se paga para ser experimentada. Hay algo en el proceso mental del oriental que resulta insólito, y por supuesto, interesante, algo que los hace llevar las cosas a un límite insospechado, alcanzando cuotas inimaginables de bizarría.
jueves, 7 de abril de 2016
El paso de la luz
Primera clase de Expresión oral y escrita para Enfermería. Una de las alumnas, durante la realización de la actividad de la clase, preguntaba respecto a un video que se acababa de mostrar, consistente en un extracto de un reportaje sobre el ritual del Paso de la Luz, ceremonia que realizan las enfermeras de la UNAM durante su graduación. Decía si acaso el análisis de los factores de la comunicación debía hacerse en relación al video o en relación a lo que ocurría durante el rito. Insistía que en ese caso el emisor sería la periodista y no tanto la alumna enfermera que después del ritual acaba de graduarse. Y a su vez la audiencia sería el curso y no el público dentro de ese rito. Sin proponérselo su observación cuestionaba el análisis mismo. Indagaba en el vacío de la teoría. En efecto, la imagen vela la realidad; se agregan capas a una situación comunicativa en realidad fuera de tiempo y de espacio. La única situación en ese momento era la clase misma. Las enfermeras y el profesor de lengua, buscando llegar a algún punto de convergencia. Otra alumna, por su parte, se interesó en el ritual mismo. "El Paso de la Luz", qué quería decir, qué relación tenía la luz y la vela con el ejercicio de la enfermería. "Quizá la vida, quizá vida", elucubraba la agraciada chica. Esta vez su análisis de la situación comunicativa se adentró en el rito del Paso de la luz, como en una suerte de iniciación prematura. No entendía a cabalidad la teoría -siempre distante- de los factores de la comunicación. Sin embargo, comprendía intuitivamente el sentido del ritual. "La vela es el canal", dijo inocentemente la chica, sin entender mucho el análisis pero, en cambio, profiriendo una ingenua y hermosa frase poética. Yo le decía que el canal hace referencia al medio a través del cual es posible la comunicación, en este caso, el oral mediante la voz, explicación acorde al objetivo de la clase pero exenta de la interpretación libre de la alumna. ¿Por qué la vela dentro de ese rito no podía también a su vez ser un canal de comunicación? Esa era en verdad la pregunta del momento. Para efectos del trabajo, su respuesta estaba equivocada. Para efectos literarios, su respuesta era un error necesario. Un error magistral. El necesario paso de la teoría al error, y del error al sentido.
Ya en el recreo antes de entrar a la segunda ronda de la jornada vespertina, converso un rato con la chica. Me explicaba razones sobre el por qué se decidió a estudiar Enfermería. Razones igual de mágicas que en su extravagante análisis. Reafirmaba a cada rato que era lo que ella "siempre quiso". En el fondo, no dio ninguna otra explicación que esa. Será que ha incorporado el rito del Paso de la luz a su vida. Que para ella la vida no es sino una vela que se pasa a otros. Una suerte de enfermera shakesperiana. No lo sé. El punto es que algo despabiló mi teórico rostro al verla sonreír en el instante en que reafirmaba su vocación. Lo hacía con tanto ahínco que parecía increíble que su expresión acabara por hacerme el día. La pregunta de vuelta no se hizo esperar. “¿Por qué estudió usted Pedagogía?”. De pronto todo el júbilo adquirió el tono de la incertidumbre. El por qué siempre tan inoportuno pero necesario, aunque fuese proferido por sus labios. El por qué como la pregunta indeseable pero a fin de cuentas inevitable. Pensé por dentro repetir la respuesta de la propia chica durante la clase: “Quizá la vida, quizá la vida”, pero sabía que eso no sería ni por asomo espontáneo. Que no estaría a la altura de la circunstancia. Simplemente acabé diciéndole: “Por capricho”. A falta de otro sustantivo adecuado, al nivel de una pregunta capciosa. Años de estudio, y ese por qué continúa intacto (y quizá siempre continúe así). Una vez que acaba el café en el recreo, la chica vuelve a clases. Sonríe porque le gustó reafirmarse frente a alguien desconocido. Yo le sonrío de vuelta, a pesar de no haber respondido a la pregunta fundamental. Porque la chica misma demostró sin quererlo que la teoría fue derrotada, que se evaporaba dentro de su propio fuego, que en una pura lectura fue capaz de dar paso a la luz de la casualidad.
martes, 5 de abril de 2016
Ese pequeño conjunto de hechos que van haciendo el día, que van enhebrando el sarcástico hilo de la vida cotidiana: Haber terminado de sacudir una sábana percudida hacía mucho tiempo, haber limpiado los restos de las arañas asesinadas impunemente contra la pared, haber logrado sintonizar una radioemisora sin interferencia, y ahora, dar con el día de mañana totalmente planificado, sin garantía del éxito, pero por lo menos visualizado correctamente en el archivo. Antes la alegría máxima era acabar con un ciclo cuanto antes, a cualquier costo. Ahora con el tiempo esa pequeña alegría se resume en volver a circularlo. La suciedad de la sábana, la araña en la pared, la interferencia radial, metáforas del pasado que vuelve. En ese tiempo sacudido, asesinado, y sintonizado luego de su interferencia, ahogamos el paso de los días. El presente mismo de esta escritura interfiere, sacude y asesina a sus lectores. No restará entonces otro tiempo que el de ese presente.
En el instituto donde trabajo no hay sala de profesores. La única instancia de socialización extra pedagógica se halla afuera en la calle. Muchos de los alumnos salen al patio. Salen en su mayoría en masa. Algunos fuman pa callao. Es algo fácil de intuir por el estado en que vienen. Aparte de eso, no consigo ver a prácticamente ninguno de los colegas. Al menos, a ninguno más allá del horario entre clases. Pensé para mi mismo: "Ese pito está más colegiado que los propios profesores". La única huella de su existencia la dejan impresa en la pizarra. Al entrar a la sala se debe borrar sistemáticamente la materia que dejan de la otra clase. Un alumno señalaba al respecto: "Hacen la clase y se van". Irónicamente, el otro día le expliqué a un alumno esta situación como ejemplo de la diferencia entre el lenguaje oral y escrito. Lo que hacían aquellos colegas fantasma era precisamente dejar un mensaje implícito por escrito: daban a entender su indiferencia con el resto del profesorado dejando la materia de su clase intacta en el pizarrón. Ausencia del interlocutor y tiempo diferido: las condiciones mismas de la escritura. Cada clase pareciera ser para ellos un gheto, una trinchera. La trinchera de las matemáticas, la trinchera de las ciencias, la trinchera del lenguaje, la trinchera de la historia. Los alumnos, en cambio, como una tribu diversa, todavía no contaminados por el virus de la especialización y del conocimiento académico, se percatan de este hecho lamentable y lo reconocen de forma indirecta, haciendo en el patio lo que no pueden hacer en clases, saboteando el concepto mismo de colegio, cagándose en el qué dirán, redefiniendo a su manera el concepto, al parecer desconocido para aquel séquito de profes invisibles.
lunes, 4 de abril de 2016
Función poética
Revisando pruebas, me doy cuenta que en el apartado de ejemplo de función poética, un alumno del dos por uno anotó lo siguiente: "Chile es un país tan pero tan infeliz, que hasta tiene la forma de una larga y angosta cicatriz".
El hambre
Entre la conversación con un amigo ex compañero de u, escribiente anónimo y también inédito de valpo, surge de repente una idea que me llamó la atención: "¿Y sin en lugar del tema de la inmortalidad como búsqueda trascendental fuera mejor dicho la eliminación del hambre?". El hambre, según él, como intuición de un vacío. El animal no dimensionaría esa hambre como vacío. Sin embargo, si se le elimina a su vida la pulsión de muerte, el ser humano pierde la brújula. Requiere de ese vacío como requiere del pensamiento. Lo decía en el fondo porque identifica toda la problemática moral y el vaivén filosófico con el hambre del mundo, que todavía existe en pleno siglo XXI. Sin hambre quizá el pensador no se hubiese atrevido a pensar, así como el cavernícola no hubiese necesitado del animal para sobrevivir. Pero ese dilema al parecer no cala tan hondo como el de la muerte misma, misterio a la vez contingente y universal. Borges en El inmortal decía con respecto a la muerte: "La muerte (o su alusión) hace preciosos y patéticos a los hombres. Estos se conmueven por su condición de fantasmas; cada acto que ejecutan puede ser último; no hay rostro que no esté por desdibujarse como el rostro de un sueño". Gracias a la condición mortal, como diría Heidegger, y que serviría de base para su pensamiento filosófico, el ser humano es ser para la muerte. Y en la conciencia vaga y efímera de esa mortalidad se siente único, y se sabe con todo el derecho del mundo al cuestionamiento y al devaneo vital. Ese afán primitivo por buscar la inmortalidad no seria otra cosa que la búsqueda por el poder, por el poder multiplicarse en el eco y el reflejo del otro, pero a la vez, perder la bendita o maldita singularidad del relato que sabe que tiene los días contados. Para Borges en El inmortal: "Ser inmortal es baladí; menos el hombre, todas las criaturas lo son, pues ignoran la muerte; lo divino, lo terrible, lo incomprensible, es saberse inmortal". La inmortalidad sería la verdadera tragedia de los dioses, según el argentino. El hombre que pretende ser inmortal sería, de ese modo, una mezcla entre Funes y un nihilista. El compañero, pese a eso, seguía sosteniendo que el hambre tenía futuro como un tópico menos manido que la muerte para una trama novelesca. Se imaginaba, en lugar de un hombre que buscara la inmortalidad, un hombre que anhelara no tener hambre, o que efectivamente después de cierto tiempo dejara de sentir esa sensación de vacío interior. Construir una historia a raíz de esa posibilidad. Por supuesto, una posibilidad demasiado inverosímil, aunque solo posible si dejásemos de considerar al hambre como condición de la vida, ese vacío interior como motor del espíritu. Máximo Gorki fue categórico al respecto: “el hambre sigue al hombre como la sombra al cuerpo”. Plantear el escenario utópico de una sociedad sin hambre. Es el panfleto universal del político. Es el as bajo de la manga de los hipócritas. Por irrealizable. Sin embargo, si no hubiese hambre, nadie necesitaría de la inmortalidad, en definitiva, porque la muerte ya no sería un problema. Pero al fin y al cabo ese pareciera ser el devenir del timón del mundo. Un hombre sin hambre no necesitaría, en definitiva, escribir. Más escritores han escrito en el fondo en base al hambre que el número de cigarros de un fumador empedernido. Porque tanto sin hambre como sin muerte no habría sentido. Es así que se sigue escribiendo intentando aplacar la sensación del vacío que ruge por dentro, ese vacío siempre insatisfecho...
viernes, 1 de abril de 2016
Cronos
El reloj digital analógico en mi muñeca izquierda suena a la hora. Viene programado así de fábrica. Indica puntual, como un mercenario cronológico, el tiempo en que se debe volver a comenzar la gran rueda de las obligaciones, o bien, el hecho inexorable de que nos resta a todos (sin excepción) una hora menos de vida.
miércoles, 30 de marzo de 2016
El nuevo nihilista
Se identifica de inmediato cierta clase de alumnos. Uno de ellos, sentado siempre en la esquina del fondo a mano izquierda de la sala, solitario, alejado del resto de sus compañeros, estratégicamente, haciéndolo parecer involuntario. Se le pregunta por qué se sienta tan al fondo. Responde sin más: "aquí estoy más cómodo que allá adelante" (misantropía temprana). Siempre responde lo que tiene que responder antes que el resto, de una forma casi mecánica pero eficiente, contradiciendo casi siempre el parecer del resto del curso, (crítica compulsiva) incluso desafiando ciertas partes en que el contenido suele tomar una deriva demasiado subjetiva. Ante ello, el alumno del fondo solamente dice: "No me parece". (escepticismo prematuro). No lee nada de lo que está en la pizarra. Rehúsa cambiarse de puesto. No hace más allá de lo que se le pide. "Preferiría no hacerlo", parafraseando a Bartleby. Participa solo para contradecir. O, en su defecto, para molestar y reírse. Ese alumno representa otra cosa. Cada cierto tiempo aparece por lo menos uno de su generación. Ese alumno es la viva imagen del nuevo nihilista. (Lo sé, perfectamente. Porque estuve a punto de ser uno. Sin embargo, aquí me tienen. Enfrente de la sala. Vistiendo el predecible disfraz del líder).
martes, 29 de marzo de 2016
Se torna difícil escribir
"Se torna difícil escribir con la misma brutalidad con que se piensa". Guitarra negra, L. A. Spinetta.
lunes, 28 de marzo de 2016
El basurero de la ideología
Vi en la madrugada un documental sobre la llegada de Spencer Tunick el año 2002, el fotógrafo que desnudó a un montón de santiaguinos frente al Museo de Bellas Artes. Me llama la atención no tanto el acto de haber desnudado a un gran grupo de gente, ni tampoco sus implicancias sobre el mito del chileno como inhibido y conservador, sino que la reacción siempre insólita del sector religioso. Fueron los primeros en saltar ante un acto considerado derechamente como un atropello a la moral y las buenas costumbres. Salieron a protestar cerca del Parque Forestal, buscando funar el empelotamiento masivo. Alguna de las pancartas decía: Si la pornografía es arte, mañana qué. Lo pintoresco del asunto es que eran argumentos netamente reaccionarios. No existía un fondo argumentativo que no fuera el del escándalo frente al desnudo público. El líder del grupo evangélico Nelson Pardo, invitado a un programa televisivo, fue interpelado respecto a las razones para la protesta. Una periodista le mostró el cuadro La creación de Adán de Da Vinci. Le trataba de explicar por qué lo de Tunick era herejía y el cuadro de Da Vinci no lo era, siendo que ambos mostraban la desnudez humana. Pardo no tuvo otra reacción que la ira y la molestia, yéndose indignado del set televisivo. No pudo siquiera definir qué es lo que era pornografía y qué no lo era. Si en ese momento el evangélico hubiese tenido la dignidad suficiente para sostener su postura hasta las últimas consecuencias, no hubiera necesitado ese exabrupto. La falta de racionalidad del argumento religioso en general es lo que provoca su falta de sentido común y su renuencia al diálogo. No hay allí ningún atisbo de intención intelectual. Pienso en aquellos grandes apologistas medievales de la religión, Santo Tomas de Aquino, inclusive el mismo Lutero siglos más tarde, grandes teóricos en su ámbito de creencia. Hoy, en cambio, el proselitista religioso chileno no es sino un remedo de una corriente de pensamiento irracional. Caen en la falacia del argumento de antigüedad y de autoridad, la mayor de las veces. No es tanto que sus ideas sean arcaicas, es que simplemente no saben defenderlas ni acoplarlas al contexto actual. El Pastor en ningún momento habló de la diferencia entre la fotografía y la pintura. Se dan la oportunidad de hablar sobre el debate moral del desnudo sin tener en cuenta la diferencia radical entre un formato y otro. La diferencia artística, epistemológica. Susan Sontag era una conocida anatemista de la fotografía, al señalar que era un ejercicio de poder y de apropiación de la realidad. Si hubiese derivado el debate en base a la naturaleza de la performance hubiera tenido la oportunidad de entrar en el dialogo. Toda su atención, sin embargo, se concentró exclusivamente en la condena del contenido, en el desnudo como delito irrenunciable, argumento que se cae a pedazos al primer disenso, únicamente sosteniendo que Dios trajo al hombre y a la mujer en las mismas condiciones en que Tunick pretende acometer su fotografía de los chilenos.
Otra de las pancartas resulta mucho más interesante, incluso hasta aceptable: "Dios no es hippie". El emplazamiento de la pancarta iba por otro lado, distinto a la de la ideología del pastor. Se acusa el hippismo de la performance. Se cuestiona la relevancia contracultural del asunto. Si acaso ese “Dios no es hippie” significa en realidad que todo aquel que se declare evangélico no puede aceptar los postulados propios de la revolución sexual de los sesenta. Suponiendo, según esa lógica, que el acto artístico de Tunick tenga alguna reminiscencia hippie al buscar una liberación de ataduras y prejuicios mediante el desnudo colectivo. Con ese argumento, basado en esa pancarta en apariencia absurda, el discurso del Pastor hubiera tenido al menos un ápice de sentido, sin dejar de sonar reaccionario. Pero prefirió en cambio la vía del asco. No se cuestiona tanto la creencia en tal o cual credo (son libres de creer, después de todo) como su incapacidad para conectar un montón de neuronas y sacar de eso unas cuantas palabras razonables. El anatema religioso, el mismo que parece ser excusa de las "guerras santas", financiadas maquiavélicamente por potencias ocultas, tiene también su reflejo en estas micro batallas.
Por otro lado, los argumentos de la facción política contra el aborto cayeron en un juego similar. El juego del hombre de paja. La crítica sobre el desnudo fotográfico de Tunick debía hacerse en el cuadrilátero del arte. La moral ya no entra en ese ring. Y para que el religioso evangélico entre en ese ring requiere más que un salto de fé, un salto cuántico. Lo mismo pasa con el debate sobre el aborto. No hay punto en común simplemente porque la facción política nunca dejará de pensar como piensa. Para que esa facción política entre en el ring científico a definir qué es la vida y qué no lo es, incluso más allá, a definir cuándo el feto es persona y cuándo no lo es, debería también existir una realidad paralela. Chocan contra el muro de un nuevo paradigma por la sencilla razón de que han estado escarbando todo el tiempo, como diría Zizek, en el basurero de la ideología. Y no quieren salir de ahí jamás, porque tienen miedo de ser desnudados en el acto.
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