Con el tiempo libre no solo las ideas se dispersan, sino que los recuerdos también. Pareciera que así está establecido: te tomas unas vacaciones y entonces pasas al imperio de la insignificancia, guardas el intelecto productivo en cuatro llaves para abrirlo nuevamente en Marzo, y sacas en cambio la prenda a la mejor moda del verano, te pones en sintonía con la hormona del presente, y diluyes en un balde la experiencia del resto del año como si fuese el aceite de una máquina que ya estancó su funcionamiento hasta nuevo aviso. Es así como funciona. En el ocio debería recién comenzarse a vivir, cuando en realidad funciona como una postal paradisiaca para olvidar el trauma laboral y pretender un status de vida demasiado elevado, con la pareja ideal, con la casa propia, con el sueño de la realización a cuestas, y a costa tuya, de tu interior, de tu irrealidad. El ocio visto como un lapsus deseable dentro de una vida funcional, no el trabajo obligado visto como el paréntesis de la vida misma. Como sea, para muchos aún no acaban los días hábiles. Para otros aún continúa el ocio infinito (del que todos, sin duda, somos capaces).
miércoles, 23 de diciembre de 2015
martes, 22 de diciembre de 2015
La Navidad es triste para los pobres
El título de un cuento de John Cheever, "La Navidad es triste para los pobres". Un ascensorista soltero de Nueva York que vive solo en un apartamento y que justo ese día tiene que trabajar. Como un Bartleby tiene la misma respuesta para todos: "Para mí la Navidad no es una fiesta". Les cuenta con aflicción respecto a su supuesta ex mujer y sus hijos imaginarios viviendo un poco más lejos. Siente que con esa excusa puede sentirse menos miserable. Luego imagina la innumerable cantidad de personas que en ese preciso instante no cuentan con una familia con quien compartir ni menos con regalos que recibir. En un arranque de realidad vuelve a su labor. Hasta que los vecinos en el ascensor comienzan a preguntarle las preguntas de rigor. Y él insiste en su premisa inicial. De ese modo los vecinos comienzan a desearle felices fiestas y a llenarlo de regalos. El ascensorista agradece pero no puede evitar sentirse mal. Sensación mezcla de culpa y de nostalgia. Cree que ha abusado de la benevolencia ajena. Cree que en ese momento hay otros que necesitan lo que él ni siquiera ha pedido. De esa forma, se da un momento libre y como un Santa Claus recoge gran parte de lo que le habían regalado y se lo ofrece a su casera y a sus hijos. Ellos ya habían recibido lo suyo. No sabían qué hacer, estupefactos ante semejante avalancha de generosidad. La casera pensó un poco y decidió regalar las cosas que habían recibido del ascensorista a la gente de los barrios pobres de la ciudad. Cansada le pide a sus hijos le ayuden con esa labor. Como la propia casera señala: "obligados a una benevolencia dispensiosa un solo y único día".
Pienso en la figura del solterón que sufre la navidad como una fecha absurda la cual sin embargo, en un acto de conmiseración, logra sobrellevar, regalando lo que cree que no merece a gente que según él cree que sí lo necesita sin tampoco saberlo. Pienso también en los vecinos que vendrían siendo la gente anónima que influenciada por el espíritu de la fecha contagia alegría y bondad sin siquiera conocer del todo a las personas que acogen. Es un poco como aquellas personas que te saludan únicamente para fechas especiales, sin el conocimiento suficiente de las intenciones ni la honestidad necesaria. Finalmente, pienso además en la casera que concibe la fecha como un día normal donde extrañamente todos buscan una excusa para mostrarse más buenos y simpáticos de lo habitual. Aquellos personajes de Cheever en el cuento sobre la Navidad triste para los pobres no son, como se podría creer, simples retratos de personas desafortunadas que salen a flote durante una fecha especial, sino que arquetipos de personas que gracias a su autenticidad cruda permiten dimensionar una atmósfera más humana de la navidad, humana en el sentido de mostrar tanto el lado más amable como el más sórdido. ¡Cuántos solteros que para esa fecha trabajarán sin acaso tener su respectiva noche buena! ¡Cuántas caseras que su único panorama para esa fecha será cocinar y cuidar a sus hijos! ¡Cuántas personas anónimas que solo saludan por inercia y compran y regalan compulsivamente como si al otro día no tuvieran familia! Salir a la calle y encontrarse con cada uno de esos personajes, quizá sea el mejor regalo durante estos días, un regalo de Cheever para el mundo, un regalo literario, únicamente hecho de palabras y de realidad.
domingo, 20 de diciembre de 2015
En un afán por hallar algún pasaje revelador que me empuje a escribir, saco del estante el libro de Pauwels y Bergier, "El planeta de las posibilidades imposibles". Me encuentro con una frase de Victor Hugo que dice: "Sempiternamente, el sin fin rueda hacia el sin fondo". Tampoco hay una explicación para el hecho de dar con esa frase. Si nos pusiéramos a analizar los múltiples factores que propician cualquier acción no se podría hacer nada, la idea del azar nos hace ligeros, alivia por un momento la pesada carga de la causalidad, como el mismo libro que una vez leído se desprende de las manos. Entonces cada quien imagina significados y levanta castillos en el aire, busca hacer una novela a partir de su falta de causalidad. Pensar que si el libro no hubiese caído en el piso de la pieza tendría posiblemente otro destino. En una realidad paralela podría estar cayendo sin fin, como la frase de Hugo, o quizá haya sido leída por otra persona, querida o no, en ese mismo momento o en el instante en que cae justo en sus manos, o simplemente lo que estoy escribiendo puede que no tenga fin ni fondo, y otro ya lo haya pensado. Le pongo punto a este texto solo como una pretensión de acabar con algo, de hacer posible una imposibilidad: la de constatar algo único.
viernes, 18 de diciembre de 2015
La nieta de Miguel Serrano
Ayer conociendo a la nieta de Miguel Serrano. Su belleza tan fina como sereno su carácter. Tenía apariencia de artista, si se quiere, algo de poeta, pero nada de vanidad. Ella reconocía la influencia de su abuelo aunque sin hacer demasiado aspaviento. Tenía esa elegancia y tranquilidad de aquellas chicas que vivieron al amparo de cierta fortuna o renombre familiar. No la prepotencia ni la vanidad grosera de las que de repente se encuentran con una pizca de belleza o de poder, y desean mostrarla al mundo simplemente para elevar su ego. Ella no. Definitivamente era distinta. Le dije que había estado leyendo La serpiente del paraíso, sin haberla terminado. Terminó de deletrear el título del libro de su abuelo como si se tratase de alguna clase de rito o libro suyo. Antes que ella se pusiese a leer en público, buscó con cierto entusiasmo un poema de Robert Frost. Yo pensé que buscaría el clásico poema sobre el camino no elegido. Sin embargo, se trataba del poema que versaba sobre el oro del verde de la naturaleza. Luego de la lectura, discutíamos brevemente, junto a un amigo, sobre los escritores de Chile. Las diferencias entre Serrano y Neruda. Ella decía no gustarle el Nobel, simplemente porque su poesía, según su visión, era demasiado mundanal. Cuestionable pero elegante. Sin caer en la visión de la diferencia ideológica. En lugar de una cerveza, quiso un jugo de naranja. Parecía importante pero con un aire de perdida. Esa sola mezcla maravilló la noche. Nosotros, el amigo y yo, a su lado, únicamente parecíamos cuervos, tratando de estar a la altura de su encanto natural. A veces escribir no basta. La belleza dista mucho de las palabras para expresarse. Ella se llevó un brazalete del amigo, en una especie de irrisorio pacto de confianza, que ella tomó con humor, adorablemente, y de parte mía una colección de poesía de Gabriela Mistral a propósito de los 70 años del Nobel. Dijo que le gustaba más Gabriela que Pablo. No dio otra razón que la poesía misma. Acaso por eso mismo su mayor elegancia. La sigo recordando como la chica del poema de Robert Frost. Pareciera que hubiese sido invitada para iluminar otro poco nuestras almas despechadas, miserables, mendicantes de afecto, con algo de frescura intelectual y belleza de joyería. Para volver regocijado a otra noche de soledad, con una sonrisa clavada contra el anochecer. La figura de su abuelo, una anécdota mística, ya casi aparece como otro astro lejano, otro ídolo en la sagrada lista de los célebres, otro nombre rimbombante en medio de la oscuridad de Valparaíso. Imponente por demasiado esotérico. Ella, su nieta, en cambio, con una apariencia inocente que mata, no daba otra excusa que la poesía misma para su presencia. Quizá, cuando todo acabe, al fin y al cabo no reste otra excusa que esa.
jueves, 17 de diciembre de 2015
En un lapso de menos de dos semanas, dos chicas que hace poco conocí me han preguntado casi de manera sincronizada qué signo zodiacal era. Nunca he sabido a ciencia cierta de qué influye realmente si se es géminis. Quizá algún indicador, alguna evocación, algún rasgo relacionado con la constelación, no algo del todo determinante, un esbozo de una cierta idea sobre cómo se es. No por descreer de buenas a primeras hay que desatender la importancia que tiene, para ellas, como una excusa para pasar a otros temas. Ahora mismo en la tele unas periodistas hablando de energías y chacras, de cómo influyen esas cosas en las relaciones amorosas, de cómo una pieza puede quedar cargada de mala vibra, incluso de cómo una pelea, una discusión fuerte afectaría al sistema eléctrico y al material de la casa. Llevando al extremo la superstición, buscándole la quinta pata al gato a rollos eminentemente sentimentales. Cómo no amar esa creencia metafísica en el alineamiento de las constelaciones y su influencia sobre uno solo porque ellas lo creen así. La postura escéptica no sería suficientemente sagaz si solo se dedicara a descartar esas pequeñas creencias, quizá científicamente falsas pero estéticamente bellas, atractivas, porque sí, sin seguirle el juego para que algo pase realmente.
miércoles, 16 de diciembre de 2015
Sobre ser amigo
Jorge Teillier hablaba en un tono intimista sobre la importancia de la amistad. Quizá no haya mejor definición que la de la amistad como un culto, y la del silencio como un arte, el arte de la confianza. Cuando uno se encuentra solo es ineludible analizar el alcance de nuestra presencia en el mundo. Ese mundo que es en concreto nuestro propio y personal tejido de relaciones. Todo lo que excede a ese tejido sería todavía la sombra de lo desconocido. Un autor muy certeramente decía: "La patria son mis amigos". Más vale que aquellos por conocer se abran ante nosotros amistosamente, o, en su defecto, con animadversión, porque de esa manera podremos saber si ese alguien es digno de nuestra confianza o de nuestro desprecio en igual medida. Intentar determinar cual sería la forma más auténtica de referirnos a la amistad, posiblemente no quede otra que hablar de los amigos individuales (con todas sus tallas internas y confidencias) en lugar del concepto ambicioso de amistad, de la misma manera que despreciamos el concepto de humanidad en nombre de lo que son nuestros. ¿Cuál definición podría ser más auténtica y certera, sin caer en el lugar común? Y otra cosa ¿Cuándo se llega a ser verdaderamente amigo de alguien? ¿Solo en un roce de simpatía? ¿De intereses comunes? ¿De mundos compartidos? ¿De experiencias atesoradas celosamente en secreto? O como esta red social lo permite ¿En una pura operación virtual donde se supone que se agrega a alguien y una vez que se logra una conversación más o menos confiable e íntima se logra escalar ciertos niveles de amistad determinados como en una prestidigitación emocional? No caben allí demasiadas explicaciones. Cada cual la sabe en la medida que lo necesita. De lo contrario no tendría que tomarse la molestia de escribirlo y hacer patente la inquietud. Simplemente no lo hace y solo vive a sus amigos. El amigo como alguna clase de testigo, de familia clandestina quizá, como aquel que idealmente apaña todos los aspectos, luminosos y oscuros, de la personalidad. Hace un tiempo pensé que tal vez la medida de todo el afecto posible vendría dado por la miseria que se es capaz de reconocer y, de todas formas, soportar. El amigo como aquel con quien se puede incluso "vacilar la miseria" sin desconocerse el uno al otro. Esa había sido quizá una forma extraña pero espontánea de definirlo. Porque la imagen del otro, amigo o enemigo, se queda a vivir en el interior como un huésped, a veces indeseable, a veces necesario. Todos los nombres de la amistad le pertenecen, ya que según Milán Kundera: "...esta es la verdadera y única razón de ser de la amistad: ofrecer un espejo en el que el otro pueda contemplar su propia imagen".
lunes, 14 de diciembre de 2015
El sueño del Dj
Un chico del colegio donde trabajo me mostró entusiasta unas mezclas de música que él mismo había creado desde su celular Samsung. Alrededor de 500 pistas que me presenta orgulloso. Dice ser Dj, como su primo en la discoteca Mancora de Viña. Un par de temas que tocó eran solo pistas conocidas con efectos, cortes y remix, pistas que ya en otras discos había escuchado, repetidas hasta el hartazgo. Para el chico la creación digital de la pista remix era su propia forma de interpretar un tema musical, incluso de (re)componerlo. Lo que no puede producir materialmente, desde la indumentaria física de la música, no solamente la máquina, lo lleva a cabo en la aplicación virtual de su teléfono. Es a su modo su propio sueño tecnológico, simulando ser un artista latente del remix.
Conozco de cerca a más de algún dj nacional que da la vuelta al mundo por su impronta, la selección, calidad y mezcla de las pistas. Hace dos sábados asistí a la fiesta de Dj Alejandro Paz en Muelle Barón. Era una especie de fiesta privada en el deck. Los que asistían eran en su mayoría conocidos del dj, tipas y tipos que tenían el perfil de hijito de papá de Viña del Mar o de Reñaca. El ambiente generado por la música del dj era una especie de trance electrónico. Sobre el ritmo redundante de la tabla de mezclas el dj agregaba voces y fraseos con versos propios y a ratos con extractos de canciones. Similar a lo que hacían Electrodomésticos solo que sin demasiada experimentación ni tampoco con la influencia rockera. Las chicas vacilaban la onda de una manera demasiado particular. Cada quien parecía poseído. Lo que corría harto durante esa noche era el éxtasis. Los que estaban bajo esa influencia se movían de tal forma que parecían hipnotizados por acción del dj y su prestidigitación. Las chicas estaban tan eufóricas que incluso no atendían mucho a lo que ocurría a su alrededor. A los mismos tipos tampoco se les veía en plan de ligar, excepto alguna que otra pareja, aunque en el fondo sí lo estaban, esperando que en la euforia del momento se prestase la oportunidad. Una chica que conocí de manera imprevista antes del show me dijo una vez terminado que el ambiente y la música eran como si todos estuviesen “en su volá”. El dj de esa forma me parecía más un titiritero que un compositor, un manipulador más que un creador.
Gracias a la vanguardia musical, desde el futurismo hasta la música electrónica de los cincuenta, cualquiera con el dispositivo adecuado puede soñar su propia forma de ser músico, el ruido ha cobrado legitimidad, la idea de música concreta ha invadido el imaginario, los sonidos naturales vuelven a ser reproducidos, el dj los rescata, como en un gesto dadaísta, pero también si se quiere capitalista, interviene generando efectos de sonido reciclados. La premisa de la música electrónica, con John Cage, era deconstruir el espectro sonoro, desmontar el oído, la propia forma con la que se escucha música, con la que la música llega a ser lo que es. El dj al parecer aspira a ser un bufón del disco, un simulador, una parodia del genio creador, tomando un poco de una cosa y de otra, llevando a la mezcla y de ese modo crear su propio frankestein musical. La premisa del dj parece ser desmaterializar la música, destronar al genio, hacer de las musas unas bailarinas extáticas de fin de semana, hacer un remix de todo y de todas las cosas. Volviendo al chico dj, me decía: “profe, y usted ¿qué música le gusta?-. Le dije, sin nada más que agregar: “el rock”. Él dijo algo genial: “-¿qué temas? A ver si puedo hacer también una mezcla de rock-“. Contrario a lo que se pensaría, no dijo que no le gustaba, sino que haría una mezcla de ese estilo un tanto viejo pero vigente. De hecho, me ha tocado escuchar en las discos los hits “Smells like teen spirit” y “Welcome to the jungle”, remixeados, como extirpados de su crudeza inicial para calzar en un ambiente más festivo. Antes le hubiese considerado una herejía al espíritu del rock, pero al ver cómo las chicas vacilaban las pistas con tanta pasión sentía el calor sarcástico de la fiesta posmoderna. El dj, entonces, más que el rey es de verdad el bufón de la fiesta, una especie de contragenio. Se pasea por los estilos como si fuesen groupies que puede tocar y mezclar una y otra vez sin hacerlas acabar del todo. El deseo del dj no es representar un sentimiento colectivo sino que montarlo todo de tal forma que evoque emociones de segunda mano, recicladas, pierde la autenticidad de lo que se crea con espíritu, con sangre, pero realiza en cambio una orgía de sonido, hace del mundo una orgía de sonido, todo en función de pasar un buen rato, de inaugurar el nuevo rito dionisiaco de las hormonas desatadas, del verano electrónico donde todos se revuelven con todos, y una vez terminada la fiesta, vuelven con esa sensación a su realidad de siempre, felices por una noche, insomnes para siempre. Hay remix para todos, parece decir el dj, pero la mezcla de los estilos determina el público, el llamado “corte” de gente que lo vacila y legitima.
El chico del colegio venía de Viña, su mezcla era más bien techno, electrónica y house. El reggaetón, por su parte, ya ha llegado a ser un fenómeno inconciente. Un estilo tan chabacano como ineludible. El rock, sin embargo, sobrevive como una impostura, con una cara masiva pero a la vez subterránea, luz y sombra. Algo que paradójicamente catapultó la fiesta de la juventud en los 50 acabó como un fenómeno de masas que posee además su contraparte excéntrica, de culto. El rock aunque su sonido participe de la astucia del dj se escapa a definiciones y mezclas, a riesgo de agotar su identidad y su fórmula. Morrisey ya decía en Panic: “Cuelguen al bendito dj, porque la música que pone constantemente no me dice nada respecto de mi vida”. Después de tantas salidas, de tanto ajetreo en que se busca revolver las hormonas y además escapar de la rutina y en cierto modo de la realidad, quizá sea hora de darle una oportunidad a esa insignificancia. Quizá a la larga la obra del dj (si es que puede tener alguna) sea prender el ambiente para el espacio en que no se va precisamente a cambiar el mundo, sino que a simplemente disfrutar de su inútil y gloriosa mezcolanza. La figura del tal dj en el fondo nos dice que el mundo no es otra cosa que una pista de baile, y nuestras vidas pueden llegar a ser el remix que se repite para regocijo de las próximas generaciones. Algo así era el sueño del chico de las 500 pistas, aunque nunca con esa clase de divagaciones. Viajaría a Suecia con su familia ya entrado el verano, para así, según él, comenzar a hacer carrera con su milagrosa música virtual. Mientras tanto, desenredo los audífonos para ambientar otro viaje de regreso a casa, y hago la mímica de tocar algo soñando nuevamente el sueño del éxito.
domingo, 13 de diciembre de 2015
sábado, 12 de diciembre de 2015
El borde del vestido
William Carlos Williams tomó la idea de un filósofo que admiraba mucho, Otto Weininger, que con la suficiente voluntad cualquier puede alcanzar la genialidad en el ámbito que sea, incluso si eso implica en cierto modo sacrificar el orgullo por cansancio e insistencia. El poeta confesaba que lo único que le impedía alcanzar la tan anhelada genialidad era su debilidad por las mujeres. Unos versos suyos dan cuenta de ese conflicto, ese amor/odio propio de los que ven la vida desde la excentricidad: "«Levántense los bordes del vestido, señoras, porque vamos a cruzar el infierno». Quizá esa debilidad sea precisamente su fortaleza, su obra personal, ese supuesto miedo ante el deseo, esa voluntad que rasga el velo sea la clave para una mirada verdaderamente poética. -Levantar el borde del vestido de la poesía para cruzar el infierno del amor-.
viernes, 11 de diciembre de 2015
El Terremoto de Chile
Heinrichn Von Kleist, novelista romántico alemán, escribió a principios del siglo XIX un cuento llamado "El Terremoto de Chile", haciendo referencia al terremoto ocurrido en Santiago en el año 1647. Básicamente el argumento versa sobre una historia de amor prohibida entre una joven de la burguesía y un sirviente suyo, quienes al ser condenados una al convento y el otro a prisión, son luego liberados oportunamente a causa de las fuerzas naturales. Tras el desastre, ocurre una situación inesperada: el público que estaría expectante a la ejecución de pronto adopta una postura compasiva, como si el horror al desastre hubiese despertado en ellos una sensibilidad dormida, o simplemente el miedo o el letargo ante la inmensidad de la naturaleza. Von Kleist señala en el cuento que más que un deux ex machina el terremoto no representa una redención moral sino que actúa más bien como una fuerza primigenia sin sentido que al chocar contra el mundo de los hombres desarma el orden social, generando dilemas existenciales.
Como buen romántico que era Von Kleist comienza a intuir que el amor puede sobrevivir pese a la catástrofe y que el mal y el bien intercambian sus papeles en una sacudida cósmica. No hay juicio sobre la bondad de la naturaleza o de dios ni tampoco sobre la maldad de los hombres impertérritos ante ese amor. Sin embargo, Von Kleist establece al final del cuento que los amantes son asesinados después de ser acusados de herejes en una misa posterior al desastre. Podría pensarse que el terremoto obró como una mano misericorde del destino, y que los creyentes fanáticos concluyeron aquello que el movimiento sísmico había frustrado: el castigo contra la inmoralidad de los amantes. Pero es más profundo que eso. Es eminentemente presentar la falta de control del hombre sobre el mundo. Y el azar que implica cada acción que intenta llevar a cabo con un fin superior. El terremoto no es metafísico, no es tanto un destino como una circunstancia, fatal para algunos, bienaventurada para otros.
Si se releyera este cuento ahora mismo en Chile con su fama de país sísmico y de capital del desastre, se pasaría por alto la lectura romántica, importaría ante todo el restablecimiento del orden social del sistema, más que la pura subjetividad que zozobra ante los hechos. Si fuese leída desde esa perspectiva se convertiría en un manual en clave literaria sobre qué hacer o no ante semejante catástrofe. Es porque se tienen medidas para evitar y prevenir todo tipo de riesgos, pero no se aprecia una “cultura sísmica”, una cultura del desastre, no se vivencia el desastre como propio, la gente se ve enajenada de él, desprovista. Los de arriba simplemente la utilizan como el chivo expiatorio para el poder, para el servilismo disfrazado de servicio público. Si viviera Von Kleist y escuchara hablar sobre el terremoto del 2010 más le valdría que todo se fuese a la mierda de una sola vez, para confirmar que, de acuerdo a la máxima de Hobbes, el hombre es un lobo para el hombre, pero que solo algunos tienen el olfato para anticiparse a la jugada y hablar sobre el desastre con tono pontificador, sin vivirlo de cerca, y sin ser ellos mismos el desastre encarnado.
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