miércoles, 18 de enero de 2017

Kintsugi

En uno de los capítulos de The man in the high castle mencionan el concepto japonés del Kintsugi. Proviene de la cerámica, y consiste en la reparación de objetos fracturados con barniz espolvoreado en oro o plata. Lo relevante es que esa técnica se fundamenta en el embellecimiento de las fracturas y no en su eliminación. El arte y la filosofía del Kintsugi reside precisamente en dignificar las fracturas como parte de la historia del objeto. En el capítulo aquel, el Kintsugi era la gran metáfora para entender la contingencia y el espíritu de los personajes. Un ex agente nazi con dilemas existenciales, una ex miembro de la Resistencia perseguida por su antiguo bando, un líder nazi preocupado por su familia, un ministro de comercio japonés en busca de un centro espiritual, hacia sus raíces o sencillamente hacia la verdad. Todos parecen ser personajes quebrados emocionalmente por el yugo del devenir histórico. Siempre queriendo encontrar una respuesta a sus heridas, abiertas a causa de la inclemente realidad. Cada una de sus acciones parece ser la resina que utilizan no tanto para ocultarlas, sino que para exhibirlas como heridas de guerra. Lo que los hace frágiles es lo que los hace, a fin de cuentas, dignos de representación. Reflexiono sobre este concepto, Kintsugi, radicalmente distinto al concepto de Occidente, que desecha todo aquello que presenta fracturas como inservible, inútil, e imaginé de pronto una antología ambiciosa sobre el Kintsugi en la literatura, una historia del embellecimiento de la herida. Casi de inmediato pensé en Paul Auster y Alejandra Pizarnik, dos grandes conjuradores de la herida literaria. Sin siquiera sospecharlo, dos grandes maestros del Kintsugi. El proyecto tendría por epígrafe lo siguiente: "Escribir un poema es reparar la herida fundamental. La desgarradura. Porque todos estamos heridos".


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