jueves, 24 de noviembre de 2022

"La literatura es una defensa contra las ofensas de la vida", decía Cesare Pavese en El oficio de vivir. Ya lo sabía: escribir es la forma más noble y efectiva de sublimar tanta injuria y de hacer del veneno, alquimia. Buenos días.

miércoles, 23 de noviembre de 2022

La voluntad iniciática

El encuentro ocurrió frente a un edificio abandonado. Previa cita, un poema de Trilce de César Vallejo había sido enviado por correo, a modo de mensaje subliminal. “Cuándo vendrá a cargar este sábado de harapos, esta horrible sutura del placer que nos engendra sin querer”. Esas líneas resonaron en el imaginario profano, a medida que corría el tiempo y la incertidumbre sobre la iniciación crecía. Tan pronto llegó un compañero y una compañera, reunidos bajo la sombra de aquella construcción antigua, todo desembocó en una estimulante charla sobre las energías interiores y las energías del universo. En cierta medida, concordamos en que las vibraciones mentales podían influir en el tejido de nuestra realidad, lo cual incrementaba la posibilidad de una experiencia fantástica. Pensé, de inmediato, en El retorno de los brujos de Louis Pauwels y Jacques Bergier, libro que versaba sobre el realismo fantástico, la ventana abierta de la historia hacia el mundo mágico, que persistimos en ignorar, refugiados en un racionalismo demasiado estrecho. Fue, en ese momento, que, sin previo aviso, nos cubrieron la vista, yéndose todo a negro, y nos guiaron hacia rumbo desconocido. La sensación fue la de estar siendo asaltado, incluso reconociendo que se trataría de un aprendizaje a prueba de luz y de fuego. Al ser trasladados a bordo, lo único que podía percibir era el bullicio de la calle y la agitada respiración de mis compañeros de viaje. Había que confiar ciegamente en el destino del día. Seguimos así, custodiados en todo momento por nuestros guías, hasta dar con lo que parecía una gran escalera, una escalera que nos llevaría hacia la elevación o hacia la separación de aquel mundo que creíamos el único, pero que en verdad solo se trataba del afuera de este otro espacio, todavía incierto, aunque cada vez más imponente por solemne. No había manera de retroceder. La mente menor, asustada, impelía a desandar los pasos, defendiéndose de lo extraño, pero, en esa instancia, sabíamos que lo extraño era la materia de lo fantástico, y lo fantástico adquiría, de a poco, el carácter ritual de la desintegración.

Ojos cerrados, la vista obligaba a volcarse hacia dentro de uno mismo, a la vez que el espacio se volvía más y más intenso, introspectivo. Se sentía una multitud de custodios del lugar, seguramente presenciando el ingreso de los huéspedes e invocando nuestra presencia a tan cara e íntima dimensión. Se sentían en movimiento, yendo y viniendo hacia ambos lados, como en un continuo flujo de cadencia. Mientras tanto, entregado a la situación, fui meditando sobre cada uno de mis pasos, tratando de no perder la calma ni el aliento. La vista a oscuras le permitía a la mente divagar y revolcarse cual pájaro enjaulado en la noche. No encontraba forma de volar que plegándose sobre sí misma. De modo que la experiencia fue cobrando un cariz más profundo, hasta el punto de expandirse un verdadero abismo entre lo de afuera y lo de adentro. El límite entre ambos se difuminaba, al punto que pasó a dominar el adentro. Nos fueron encaminando mientras nos desvestían, dejándonos semi desvestidos y con algunos accesorios extraños. Lentamente, como en una procesión misteriosa, nos llevaron hasta unos cuartos. No sabíamos qué había exactamente allí, y el espacio apenas se hacía palpable por los sentidos, por lo que la mente egoísta comenzó, de manera automática, a configurar múltiples escenarios, múltiples materialidades a partir de la oscuridad. Algunos minutos después de sentarnos, fuimos acomodados frente a una especie de altar. Retiraron nuestros metales. Cuando ya estábamos listos, se dirigieron a nosotros y profirieron un discurso cuyo contenido apuntaba a conocer, por fin, la verdadera naturaleza y motivación del rito. La voz lo inundaba todo. Nuestros oídos aún profanos solo podían asimilar dichas palabras en modo trance, con tal de seguir sus dictámenes, en total consonancia con nuestra posición. Nos instaban a descubrir, por un momento, nuestros ojos para poder ver. Nos encontramos en una suerte de cámara secreta, un verdadero confesionario frente al cual teníamos una declaración de principios y un testamento, el cual debíamos transcribir al pie de la letra y luego responder con compromiso. Entre cada visita de los custodios, mediaba un tiempo indeterminado, el suficiente para volcarse hacia la estoica contemplación del sitio y la reflexión silente sobre el proceso. La idea del Absoluto y la presencia del Creador cobraban fuerza en ese pequeño reducto, porque la interpelación recaía sobre uno mismo. La muerte era parte del proceso. Ahí supe que mi antigua vida tenía que ser dejada atrás, en un sentido sutil. Así lo avizoraba el imaginario mortal, el ingente desapego y el constante devenir asociado a la vivencia.

Una vez jurada la palabra y el espíritu sobre la Orden, nos llevaron lentamente hacia un pasillo que parecía interminable, y sobre el cual uno parecía equilibrarse ante un vacío insondable, solo reconocible por la presencia de los custodios que, en todo momento, procuraban la sacralidad de la ceremonia. Así, luego de pasar unas cuantas pruebas, imaginé que entraba por un pequeño túnel, al hacernos avanzar a rastras. De verdad, la sensación era la de ingresar a un mundo alterno, iniciático, ajeno a lo exterior. Los guardianes de las puertas consentían el ingreso de cada uno de estos profanos, dispuestos a cruzar el portal y formar parte de este otro universo. Para eso había que morir de manera simbólica. La primera prueba consistía en cruzar a través de un terreno de sugestión peligrosa, repleto de ruido y caos. Conforme avanzaba, los guardianes me guiaban de vuelta hacia mi puesto. Me sentía observado, al igual que mis compañeros, presentía a los custodios en la sala. Sin embargo, estaba tan enfrascado en mi ensimismamiento que la oscuridad pasó a formar parte del rito y me proyecté en ella. Las reflexiones exigidas por los maestros de ceremonia invitaban a repensar en profundidad nuestra desconexión con nuestra vida pasada y nuestra nueva comunión con este otro sendero. Al fin, las pruebas, con toda su tragedia y dramatismo, exigían de nosotros una catarsis y también un arrojo de voluntad. En la voluntad se encontraba toda nuestra ley y nuestro sacrificio para con la hermandad que allí estaba a punto de acogernos. El olvido, la memoria, el fuego y la sangre formaron parte del proceso de disolución y reintegración. Abiertos los ojos, el emplazamiento sobre nuestra palabra y nuestro juramento volvía a hacerse patente. Ese era el misterio que había que resguardar. La perdurable comunión de uno mismo, la propia voluntad en búsqueda trascendente con el principio divino.

Abierta la mirada, abierto el nuevo mundo, la comunidad nos daba la bienvenida y el rito estaba por completarse. Ahora, los que observábamos éramos nosotros, y la oscuridad se había vuelto consciencia. Se volvió al mito. A la travesía del sacrificio. Volvía la carga poética de Trilce, resonando sobre el imaginario y rimando con la energía del ritual: “Cuándo vendrá a cargar este sábado de harapos, esta horrible sutura del placer que nos engendra sin querer”. Algo fue engendrado en el instante en que todo dio la luz: una nueva palabra, un nuevo sendero, también otra fuerza, otra posible realidad. Porque, como decía el poeta Paul Eluard: “Hay otros mundos, pero están en este.” La energía sublime se había manifestado en todos y cada uno. La vida y la muerte habían danzado en el abismo del absoluto. Ahora, sencillamente, conjuran el gesto, el amor, la gnosis.

La revolución de la IA. ¿El fin de lo humano en el arte?

La Inteligencia Artificial comienza a apoderarse del terreno del arte, terreno que se creía materia exclusiva de la humanidad orgánica. Así lo demuestra el cuadro llamado “Théâtre D'opéra Spatial”, generado por un tal Jason Allen, que ganó recientemente un premio en la feria estatal de Colorado. Este hecho le valió a Allen una severa crítica, porque él, en efecto, no pintó nada, sino que todo lo hizo el software Midjourney. “Sabía que esto sería controvertido”, dijo Allen, para defenderse de los ataques. “¡Qué interesante es ver cómo todas estas personas que están en contra del arte generado por IA son las primeras en arrojar al ser humano debajo del autobús al desacreditar el elemento humano! ¿Esto les parece hipócrita a ustedes?”, remató, dejando entrever así el problema de la real autoría respecto a las nuevas obras de arte generadas mediante IA. ¿Podrá la Inteligencia Artificial, en un futuro, adquirir consciencia de sí misma y, de paso, reclamar su derecho de autor como creadora legítima de arte, independiente del ser humano? Parece que esta pregunta ya tiene un alcance real.


Recientemente, se mostró otra obra de arte generada por IA en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, mismo donde pasaron Picasso y Kandinsky. La obra tiene por nombre Unsupervised (Sin Supervisión) y fue ideada por Refik Anadol, creando su propio modelo de inteligencia artificial. La gracia de la obra radica en que se presenta sobre una pantalla, donde es controlada por redes neuronales y consta de un compendio de miles de imágenes extraídas de otras miles de piezas de arte de la colección del Museo. Así, Unsupervised consiste en un gran collage en movimiento que siempre fluctúa e interactúa con su entorno y tiene la capacidad de reconfigurarse y adaptarse a cualquier estímulo. Cambia según sea la intensidad de la luz, los movimientos en la sala y el clima, por lo que cada espectador de la obra, en definitiva, ve una versión distinta de la misma. Frente a este escenario, nuevamente surge el problema de la autoría. ¿Quién crea la obra? ¿Anadol? ¿La propia IA? ¿Los espectadores que la recrean? ¿Todos y cada uno? A este lío se pueden sumar también los creadores de cada una de las obras contenidas en el compendio. ¿Podrían, en un futuro, tener la facultad para reclamar su propiedad frente a esta obra tan camaleónica y rizomática? Se ha abierto, sin duda, una Ventana de Overton.


Todo apunta a que, en un futuro, la Inteligencia Artificial obtendrá más protagonismo en la vida social y se arrogará más y más atribuciones. Según informes del Foro Económico Mundial, se espera que, para el 2025, las máquinas realicen más trabajos que los humanos. Claro está que la automatización laboral es solo la primera etapa de un plan mayor, porque el dominio de la IA se afianza, poco a poco, sobre cuestiones que se creían reservadas solo a la dimensión creativa del ser humano. Sin lugar a dudas, el transhumanismo es el gran paradigma que subyace a cada una de estas tentativas de vanguardia. El objetivo es reemplazar definitivamente lo más sagrado de la humanidad, lo que tiene de irreductible: su mente y su espíritu, expresados a través del arte. Pero creo firmemente que fracasarán. Jamás existirá un nuevo Da Vinci, ni un nuevo Miguel Ángel, ni algo comparable a la creación del Partenón o las pirámides, en el futuro. No por nada, en la película El día que la Tierra se detuvo, Klaatu, extraterrestre que estaba dispuesto a aniquilar a la humanidad entera, desistió de hacerlo, únicamente, al escuchar una pieza musical de Bach. Con esto, se demuestra que hay algo más que simple progreso sin arraigo en la inteligencia humana, que la inteligencia humana es mucho más que un mero pandemonio técnico, que la técnica tiene su sombra en el genio y en el misterio de la belleza, el signo de lo divino, el reencuentro con la totalidad.

lunes, 21 de noviembre de 2022

Un alumno autista me escribió al correo. Lo hizo para excusarse por la calidad del trabajo que tenía que hacer: "Perdone por el trabajo tan horrible, pero la vida es dura para algunos", señaló. Es la primera vez que me lo hace saber. "Definitivamente, no soy uno de ellos", remató en su mensaje. El chico siempre se sienta a un costado de la mesa del profesor y no habla con nadie. En cierta forma, su excusa podría leerse como una reflexión existencial e incluso como una declaración de principios. En ese momento, se me vino a la memoria el tema Jeremy de Pearl Jam. "Jeremy habló en clases hoy en día", no paraba de repetirme ese estribillo después de leer al cabro, pero sabía que él jamás hablaría en clases y no se iba a matar frente al curso. Este otro "Jeremy" únicamente compartía, con el de la canción, su espíritu sufriente y cuestionador, expresado a través de la escritura, equivalente al estribillo. Definitivamente, no era uno de ellos. Él pedía, a gritos, ser él mismo.
Porque soy terriblemente autorreferente y de puro tincado, deseando que todo acabe, publico dos poemas que pretenden formar parte de un próximo hipotético poemario, que ya no se llamará "Lobotomía", sino que "Ripio y soledad":


Conciencia


Qué frío hace aquí dentro,
aunque todo permanezca cerrado.
Qué fría es la soledad y qué seco
el sonido de la voz
contra las paredes abandonadas.
La humedad dibuja ahora una silueta
en el espacio de la desaparición.
Me curo del mundo por dentro
Con alcohol desinfecto
las podridas heridas.
No me comprendo, no me escucho
no dejo de envenenarme
con el licor de tu hiel.
Bajo esta consciencia recién emplazada
abro agujeros para drenar
la supurante memoria,
porque ya no salgo,
porque ya no vuelvo,
estoy reformando el corazón.
Vago eremita en este claustro
con la contemplativa meditación
sobre el derrumbe del pasado
simplemente, porque no supe pensar
ni supe sentir, ni supe pedirle al tiempo
lo que estabas esperando,
porque lamentarse se ha vuelto inútil
porque escribir ya no me vale
para escapar de la lápida del olvido
para escarbar un lapidario testimonio.
Hay días en que todo permanece quieto,
hay otros en que todo sigue en su sitio,
pero aquí adentro se sigue dibujando
el espacio de la desaparición.
Me pliego entre los rincones de ese espacio,
tanteando lo que no fue,
lo que no pudo ser,
lo que pudo haber sido,
tres verdugos que velan mis noches.
Afuera, el tiempo continúa su virulencia,
aullando una maldición,
una condena anticipada,
el espacio que ahora me falta,
el tiempo que ahora me sobra,
y que cada día se hace más estrecho,
hasta que no quede otra cosa
que velar tu imagen frente al espejo
y habitar en la desesperación.




Volcán


Puro fuego decías sentir
jurando consumir con eso mis entrañas
envolver con ese manto de luz mi alma impía
pero tu pretendida pureza acabó cediendo al polvo.
No cabía allí otra religiosidad que la de nuestro sexo
por eso interpretabas mi devoción a tus formas
como un impostado confesionario,
una eucaristía adeudada y sublimada en el pecado.
Subsumías con ese fuego mi herejía,
pretendías que viera en tus tiernos relieves el busto de Dios
para lograr la conversión definitiva
y volver nuestra sangre el sacrificio,
pero todo lo que restó de aquella ceremonia
fue consumido por su propio desengaño
saturado por el agnosticismo del corazón
por la apostasía que acabó relegándome del templo
y profanando nuestra presencia.
Yo, ángel caído
tú, Judith,
profusa, completamente radiante en su temeridad,
cegado por tu ambigua presencia
sigo cayendo
porque continúas en la memoria cual magma
que palpita luego de haber sido expulsado
de la manera más ígnea y destructiva.
“Luz se vuelve cuanto toco
Y carbón cuanto abandono:
Llama soy sin duda alguna”
Rezaba Nietzsche en su Ecce Homo
y así este volcán que persiste en su erupción
(la metáfora extraviada de aquella pasión incendiaria)
continuará conspirando durante las noches
mortalmente claras,
sofocándonos
avasallando el espacio
donde solíamos saborear la carne del abismo,
al borde de la cama a punto de quemarse
callando deliberadamente y a espaldas del sacramento,
cada una de nuestras virtudes
para luego desaparecer, sobrepasados,
demasiado corroídos para salvaguardar las bendiciones
y sortear el cálculo milenario de la creación.

sábado, 19 de noviembre de 2022

Feliz día del hombre, 19 de noviembre: "El hombre es un signo indescifrado". Holderlin.

Censura al libro El fracaso. Cómo se incendió la Convención

Cuando se intenta tapar el Sol (convencional) con un dedo, pasan cosas como esta. Tarde o temprano, aflora el verdadero ser maximalista y autoritario tras la fachada democrática. Si pretendemos hacer lecturas de un proceso histórico como lo fue el de la Convención constitucional, se debe estar dispuesto a aceptar las visiones disidentes. Todo mi apoyo, Garín.

Corte Suprema declara inadmisible recurso que buscaba evitar uso de imagen de Elisa Loncon en libro sobre la Convención Constitucional - El Mostrador

Treinta años de Bajos instintos, 1992-2022

Se cumplen 30 años del legendario thriller erótico, "Bajos instintos", con la poderosa y sensual Sharon Stone en el papel de Catherine Tramell, la escritora fatal. Los hombres que se follaba en la vida real morían tal cual como en sus novelas. Cómo olvidar ese picahielos, cómo olvidar esa escena del interrogatorio. Tramell encarna, sin duda, la sexualidad femenina llevada a su máxima expresión, en la pura línea de Gilda o de Kitty Collins, pero mucho más ruda y acorde a los tiempos.

Era el año 1992 y se dejaban oír manifestaciones en contra de la película, por estigmatizar a los homosexuales en varias escenas, donde Tramell se mostraba abiertamente bisexual y sin tapujos. Ante esto, cobró relevancia la aparición de Camille Paglia, cuyas declaraciones iban en contra de lo políticamente correcto y desafiaron la moral de estos grupos de activistas (si volviera a declarar lo mismo, hoy por hoy, sería "cancelada"). En dicho momento, Paglia se atrevió a hacer una defensa férrea del «poder violento» del personaje de Catherine Tramell:

“¡Las mujeres son zorras! La mujer es la diosa puta del universo. Instinto básico ha visto el retorno de la «femme fatale», lo cual indica el dominio de la mujer en el reino sexual. La interpretación de Sharon Stone es una de las mejores de una fémina en toda la historia de la gran pantalla. ¡Esa escena de interrogación en comisaría va a convertirse en una de las escenas clásicas del cine de Hollywood! Ahí se ve de todo: esos hombres alrededor de una mujer en su plenitud sexual y ¡los convierte en gelatina!". Camille Paglia.

Por todo eso y más, Bajos instintos merece ser recordada como una película rupturista para la época y al personaje de Catherine Tramell como la encarnación de la femme fatale contemporánea, ad portas del nuevo milenio.




miércoles, 16 de noviembre de 2022

Reseña de poesía: In finitos (2022) de Luz Blanco

"El poeta y el filósofo se asemejan en que ambos tienen que habérselas con lo maravilloso". Santo Tomás de Aquino

¿Qué es lo maravilloso? ¿Acaso el encuentro con lo sublime por elevado? ¿O aquello que provoca asombro por su carácter inefable? Una posible respuesta podría encontrarse desde una relectura del asombro definido por Aristóteles como un estado previo al filosofar. Si hablamos del asombro como una consecuencia de la percepción humana ante un evento inesperado y todavía incomprensible, entonces en dicho asombro también es posible concebir el impulso de la capacidad poiética, la capacidad creativa del poder de la palabra para expresar aquello que estaba vetado a lo racional, pero que se manifiesta mediante un lenguaje intuitivo, metafórico, simbólico.

Sin duda, hay en la palabra poética un pathos inherente, una conmoción imaginativa ante el derroche de la vida. Y es la búsqueda de la palabra poética aquella que apunta a recrear la vida y, con todo, delinear un camino hacia una remota imagen de lo universal. En cierta medida, invocar una verdad que está más allá de lo evidente, de lo que se deja, simplemente, percibir mediante nuestros humanos sentidos.

En el poemario de Luz Blanco, “In finitos” está patente ese ánimo de lo asombroso y ese derrotero de lo poético en consonancia con lo trascendente. La mirada filosófica de la hablante se deja expresar en forma de imagen y de ritmo, al hablar del pensamiento y de la libertad, como se puede apreciar en el poema Improvisamos: “¿Cuándo lograré entonar una letra con su entidad?”. Si bien hay una “sed de infinito” en sus palabras, también está presente el cuestionamiento sobre el propio ser y la limitación del saber humano, que redunda en el cuestionamiento al alcance del lenguaje.

La experiencia del ocaso en Cuenta regresiva manifiesta la disolución del cuerpo, la cual es seña de la mortalidad empírica y la subjetividad emocional: “Se me pudre el cuerpo/como la promesa que me hiciste”. Así, se entiende que el cuerpo muere porque también lo hace el sentir, pero el espíritu es aquello que permanece y que debe ser liberado: “Ya quisiera ser solo espíritu: unirme con el celeste”. Esta constante entre cuerpo y espíritu, o entre la dimensión mortal y la dimensión trascendente, se vuelve uno de los leitmotiv recurrentes de la hablante, en constante rima con la visión gnóstica del mundo sensible como La cárcel, de la cual la esencia humana intenta escapar para “religar” con el origen.

Por eso, es preciso descender al centro de la tierra e ir al encuentro con los muertos como en Un día sin pájaros. Hay que experimentar el vacío para poder integrarse con el todo. De esa forma, se conjura el significado del día y la mañana, la aurora del amanecer. La hablante reconoce en la aurora un nuevo comienzo, la luz de lo ideal, el resplandor de la trascendencia divina, en un símil perfecto de la salida de la caverna platónica. Sin embargo, la salida nunca es fácil, porque la dualidad del ser terrenal aún pugna por mantener la consciencia sometida. Entonces, viene la resistencia, el miedo a enceguecerse con la luz: “con mis ojos/avergonzados del sol naciente” (Canto de la mañana).

El camino del iniciado está repleto de pruebas. El despertar nunca es definitivo. Eso lo saben todos los maestros de las grandes religiones. Se precisa de un sacrificio, de una voluntad personalísima puesta al servicio de algo más grande que el ego. No se trata de perder la personalidad, se trata de conducirla hacia su perfección y hacia su conjugación con lo absoluto, con lo “infinito”. Es en este camino a lo infinito que la hablante no teme expresar poéticamente la conmoción del ser y, con él, las vacilaciones del lenguaje. Para ella, como manifiesta en Melodía amordazada: “Está hecha mi mente toda niebla”.

Nadie conoce o desea la verdad. Es esta inquietud la que se deja entrever también en la hablante cuando señala en su poema Verdad: “es que no te conoceremos/como no podemos conocernos”. El hombre contemporáneo, escéptico de los absolutos, envuelto de la caída de los metarrelatos, abomina de todo aquello que ofrezca certidumbre, pero en su fuero interno también arde una llama de eternidad, porque siente en su propia carne la zozobra de la finitud.

Una existencia sin verdad conduce a la desorientación, a la falta de sentido, a la perplejidad, a la experiencia de la finitud. Hay quienes, como los poetas románticos o los poetas infrarrealistas, hacen de aquella experiencia su poética, su “navegar sin timón y en el delirio”. Frente a esta búsqueda, se encuentra también la constatación de la decadencia, la pérdida progresiva de los valores, la añoranza de lo eterno, la reintegración con el tiempo mítico. Son estos lineamientos los que esbozan la poética de In finitos.

En In finitos, el viaje de la hablante, su estero claroscuro es una procesión espiritual, un autodescubrimiento preñado de sacrificio al encuentro con el principio divino. El dolor, el sufrimiento, la sensibilidad que impregna ese camino solo confirman la sacralidad del viaje. Para la hablante, la poesía se vuelve el lenguaje místico a través del cual puede expresar su más íntimo ser y, a su vez, conciliar su experiencia mortal con el éxtasis espiritual. Es sabido que el Verbo es originario; la poiesis, la creación. La palabra, entonces, es la llave para la comprensión de uno y de todo, aunque el silencio también encierra su propia verdad, como se señala en El declive de la aurora: “callaría al fin toda voz y todo nombre”.

Es la mudez también otro aspecto del lenguaje, así como la oscuridad otro aspecto del ser. En In finitos se da espacio para representar lo oculto, lo dionisiaco, el rito de la naturaleza, la tragedia, la comunión con lo primigenio. La hablante celebra la vida en Bosques sacros con claras alusiones al Dios Pan, el dios de la fertilidad y la embriaguez. Tras la fiesta vital, viene el ascenso hacia lo sublime. Este se representa en el ascenso a la cordillera de Los Andes, manifestación geográfica de la grandeza. Se aprecia en In finitos ese misticismo con la tierra, esa alusión a una patria sagrada, que remite de inmediato a la “Aurora de Chile”, símbolo de la independencia de nuestro país.

Una vez conseguida la elevación, la hablante vuelve al mundo. Luego del rito, el viaje, viene la iluminación, el reencuentro con el Cristo, en todo su amor y plenitud. Consagrada la vida y la experiencia, se consigue la comunión con lo divino, en el interior, en forma de esencia indivisible: “volveré a llamarte para encontrarnos/así como me llaman/los tesoros ocultos de su altar”. (Paseo por la avenida). De ese modo, la hablante está lista para la Vida contemplativa, el estadio de serenidad del ser, la paz anhelada, la luz, la meditación del mundo interior, el reencuentro con la esencia, y dejará que “la aurora cante”, una y otra vez, en el horizonte de su profundidad.

Una propuesta poética como la de In finitos invita al lector a iniciarse en otra dimensión de la vida, una más íntima y espiritual. Invita a revivir, tras cada voz y cada metáfora, la experiencia mística a través de la poiesis de la palabra, misticismo tan necesario, frente a las categorías disolventes de nuestra era posmoderna. En este libro usted no encontrará malabares inclusivos ni disputas ideológicas; hallará búsqueda, intensidad, revelación, verdad.