No fui a ninguna Fonda durante estos días. La primera excusa era la clásica: que prefería salir a cualquier otra parte que no fuese la establecida por el jolgorio general. La parada militar tampoco fue la excepción. Deserto de estos eventos, en realidad, no tanto por su exceso de espectáculo como por un ánimo misantrópico, que evita que deba forzar una celebración merced a la ilusión patriota y al falso sentido colectivo. Siempre he creído que el brindis no se comparte con cualquiera solo por el hecho de haber nacido en el mismo suelo y bajo el mismo yugo histórico. Bajo la envoltura del carnaval bajtiniano, la fiesta dieciochera como que apela a la unión de las masas, invierte las máscaras del orden social pero a la vez reinaugura la hipocresía con la suficiente dosis de alcohol y de calorías. Divago sobre esto, mientras vuelvo a casa a pasar la resaca de haber brindado con los míos. La ilusión del retorno y la rotura del nido. Las réplicas de un terremoto espiritual. Pese a todo, no me puedo resistir a ver en línea los fuegos artificiales del Parque O Higgins ni la mismísima última Parada militar de Bachelet. Incluso escarbo en las noticias sobre las fondas y las ramadas de este 18 en la Quinta por si doy con alguna anécdota sabrosa rica en despropósito o absurdo. Hay algo en esa visión fuera de contexto, en esa lectura aguafiestas, que rebosa de un entusiasmo invertido. No se cree ni se comparte el sustrato mismo de lo que se está celebrando, pero aún así se disfruta de todo por fuera, de forma cínica, solapada, como mirando jadeante por el ojo de la rendija, como entrando y bebiéndose los conchos, como espectador impío sin otro sentido patriota que su caña moral.
martes, 19 de septiembre de 2017
Dos patriotas
“Insistir en ser chileno es como insistir en estar resfriado”.
Raúl Ruiz.
“Todo el mundo en Chile es chileno; es algo desesperante”.
Juan Emar
lunes, 18 de septiembre de 2017
sábado, 16 de septiembre de 2017
Ya que dice que el Romanticismo tiene una conexión directa con los ideales de la Revolución Francesa, y habla de la característica del desengaño ¿será entonces el anarquista también una especie de romántico? Algo más o menos así preguntaba en el preu un cabro durante la clase de la tarde. En efecto, la respuesta a su pregunta sería afirmativa, de no ser porque el cuadernillo psu solo contemplaba un análisis ceñido a la época literaria. Una cuestión terriblemente parcelada, sin aparente conexión con ninguna otra cosa. Mijail Bakunin habría servido, en relación a la inquietud inicial, de ejemplo político. Aun así, muchos seguían sin poder disociar lo romántico de lo meramente sentimental. Sin embargo, en la pregunta del principio, en el cuestionamiento asociativo de ese cabro ya estaba contenida su propia respuesta. El sentimiento como resistencia o bien como evasión de la realidad. Lo romántico como un espíritu, no una moda del corazón. De hecho, lo romántico y lo anárquico como un solo corazón.
jueves, 14 de septiembre de 2017
Llamadas
Llamadas perdidas desde diferentes números desconocidos, durante el lapso de no menos de dos semanas. No contesto ninguna de ellas, ni tampoco me tomo la molestia de devolver las llamadas, más por desconfianza que por falta de interés auténtico. Unos llamados telefónicos tan insistentes no deben ser de nadie cercano ni amigable. (no acostumbra a llamar nadie de forma tan reiterada y sistemática) o tampoco nada tan íntimo que implique la vida o la muerte. Ante el desconocimiento de esos interlocutores frustrados, colijo que pueden ser solo tres opciones posibles: cobranzas, publicidad o avisos laborales, con una mayor probabilidad de que sea la primera, considerando la cantidad de tiempo en que he dejado madurar las deudas del célebre crédito como si fuesen raíces sin límite de suelo, sin otro suelo que el que voy pisando día a día camino a una gravedad latente. De ese modo mi negativa se vuelve pasiva. Simplemente hago caso omiso de esas llamadas incógnitas, buscando que el desvío tome su curso natural inevitable y desemboque alguna vez en el silencio absoluto, cuestión que en el fondo solo aumentará el misterio respecto al origen o al por qué del asunto. Como sea, permanezco sin contestar, manteniendo una normalidad inquietante pero a la vez dilatando la incertidumbre. Se puede vivir tranquilo negando la existencia del problema, pero también se puede vivir activamente, con la duda a cuestas.
miércoles, 13 de septiembre de 2017
Sepulcros de vaqueros
Un loco que vende libros al lado del cine Insomnia, habló ayer algo sobre una nueva novela inédita de Bolaño: "¿Otra más?" le acoté. "Sí, otra. Lanzada por Alfaguara", agregó. En ese momento no sabía muy bien a cuál se refería. "¿Será El espíritu de la ciencia ficción?","No, se lanzó otra, todavía más reciente. De hecho, se dice que salió el Lunes". El nombre de la novela se me había olvidado, pese a haber recordado que hasta hace poco andaba en busca de Los sinsabores del verdadero policía. El vendedor tampoco alcanzó a recordar cómo se llamaba aquel póstumo reciente. Ahora recién en la mañana, luego de unos cuantos devaneos virtuales, doy con el nombre oficial. Se llamaba Sepulcros de vaqueros. Al salir de la librería, recuerdo que el loco me había pedido al paso si pudiera buscar el nombre del libro para dar con la referencia y así poder venderlo. "Aunque no lo creas, lo póstumo vende incluso más". Se le veía totalmente convencido al repetir esto. "Ni muerto Bolaño se cansa de publicar", remató, no sin cierta ironía, mientras terminaba de cerrar el boliche.
“Yo no me arreglé, no existe un yo. Sólo hay cosas pasando…esta es la cuestión, este no es nuestro mundo. Nosotros no importamos, esa es la buena noticia”. Jim Carrey. ¿Personaje nihilista a lo Andy Kaufman, o sabiduría trascendental post depresión? Juzgue usted.
Tocan a la puerta de la pieza. Al principio creo que tocan a la de al lado. Bajo el volumen de la radio. Vuelven a tocar en la puerta. Abro. Era la compañera del depto. La compañera aquella, la misteriosa. Se le veía un tanto preocupada. Preguntaba si había visto al resto de los chicos. Le dije que no. Efectivamente no había nadie más en toda la casa. Un silencio incómodo, como el mencionado por Mia Wallace a Vincent Vega en Pulp Fiction. Entonces la compañera explica en un tono nervioso pero claro que uno de los chicos de la casa se presume desaparecido. Lo supo porque uno de ellos, un amigo, le llamó en la tarde preguntando por él, constatando que había salido pero sin haber llegado a trabajar. Continuó explicando que intentaba comunicarse con él pero nada. Insistía en su preocupación. Esperaba que yo también. Llamé en el acto al desaparecido pero contestaba el buzón de voz. El nervio se me contagia tanto como el silencio. El rostro de nuestra compañera se descomponía lentamente, aunque conservando sus facciones. Qué podremos hacer. Repetía. Qué podremos hacer. Habrá que esperar o salir a buscar, no queda de otra. Le replicaba, sin ánimo de alguna respuesta más elegante o sofisticada. No era la ocasión. Era la acción o la complicidad pasiva. Están temiendo lo peor. Ojalá que no sea nada malo. Volvía a repetir la compañera, impaciente. Al darse vuelta por la casa, abría la puerta de la pieza. La seguí para pensar también en algo. El dilema afloraba: Salir a buscar o quedarse a esperar. Salir o quedarse. La compañera volvía a llamar sin éxito, hasta que pensaba en regresar a su pieza, notando que no existía una solución inmediata. "Ya pos, entonces me avisai si sabes de algo, ok? Por favor. Ojalá que no le pase nada", insistía ella, siempre tan nerviosa como misteriosa. De ese modo volvía a su pieza. El silencio volvía a inundar el living. Sabía la compañera que iba de salida. No quiso decírmelo en su momento, pero supuso que al ir de salida podría encontrar algunas respuestas. Nada aseguraba que al salir un llamado o un encuentro milagroso ocurriese. Sin embargo, por muy iluso que parezca, no había pérdida en ese intento, quizá precisamente porque no habían respuestas a la mano. No quedaba otra salida al dilema que buscar afuera, mientras ella, la chica de la casa, permanecía adentro, invocando con su presencia la posible aparición de nuestro desaparecido. Acaso nosotros también, bajo ese oficio y esa búsqueda inesperada, acabamos apareciendo por fin el uno para el otro, después de vivir el día al día en total indiferencia e incomunicación, silenciosos pero más presentes que nunca ante el peso y el concepto de la pérdida, aunque todavía sin dimensionarla lo suficiente como para volverla una garantía inequívoca de nuestra confianza.
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