En Plaza Victoria unos punkis tocaban música cerca de la estatua de los leones. Grata sorpresa. Un grupo de gente se arrima a ellos. De pronto llega un evangélico con megáfono y vocifera su monserga apocalíptica. Trata de capturar la atención de los presentes, atención que los punkis se habían robado. Se desata así una pequeña lucha por acaparar público. Los punkis suben el volumen. El evangélico recurre a otro discurso. En un momento este se marcha, y una señora, en cambio, comienza a repartir volantes entre la gente. Algunos los reciben. Otros siguen su camino. Los punkis, al darse cuenta que la gente se va marchando, bajan el volumen. Comienzan a guardar los instrumentos. Se dan las manos en señal de victoria. Algunos de ellos dicen ir por unas bálticas. Otros planean regresar a Bellavista a machetear. Mientras tanto, a lo lejos, se ve al evangélico del megáfono cruzar la calle con bolsas de mercadería.
viernes, 17 de febrero de 2017
jueves, 16 de febrero de 2017
El ascensor y la estatua
Al doblar por una esquina cercana a Molina, se aprecia desde abajo la demolición del ascensor del Espíritu Santo. Ese ascensor pareciera que hubiese estado deshabitado hace mucho, a pesar de que subía una que otra alma foránea. Avanzo un poco más hacia el centro, doy con el Parque Italia, que parece estar acabando su remodelación. Veo desde afuera la estatua de la loba luperca amamantando a Rómulo y Remo. Se ve que la estatua tiene una forma distinta. Como si los primogénitos de bronce hubiesen vuelto a nacer en el seno del plan. Se sigue un trayecto rutinario, pero la ciudad prosigue sometida a sus vaivenes. Bajo la entrada de aquel ascensor pronto a demolerse, hay ahora un contenedor de basura, y, más allá, la reja abierta de un night club. Señoritas debaten a sus anchas mientras fuman y hacen tiempo para volver al trabajo. Por otro lado, justo frente a la estatua de la loba, se levanta un nuevo jardín que antes no existía, y el camión de la construcción va sacando los bloques de yeso y la tierra derruida, casi de forma sincronizada. Sigo avanzando, una joven camina raudamente en dirección contraria y se dirige hacia el lugar de la plaza para asomarse un minuto. Luego prende oportunamente su celular y saca una foto de lejos, hacia la fachada de la plaza. Por un momento pensé en asomarme también para echar un vistazo al lugar, pero elegí apurar el paso. En el espacio de unas cuatro cuadras se manifestaba entonces, por un puro asunto circunstancial, la imagen de una reescritura de la historia: el ascensor del espíritu santo, que simboliza a la iglesia, caído a pedazos lentamente, compartiendo el lugar de las meretrices; en cambio, la estatua de la madre loba y los bebés, que simboliza a Roma, reconstruida, libre ya de intrusos, adquiriendo colores nuevos, ante la mirada pálida, impávida de los transeúntes de verano que circundan el límite de la calle.
Un gato en el techo de la casa vecina mira fijamente hacia acá. Tengo la ventana y la cortina de la pieza abiertas. Los ojos del gato envían una señal perturbadora. En cualquier momento imagino que salta. Pero no lo hace. Continúa mirando. Levanto la cabeza, entonces se mueve hacia otro lado. Se hace el weón. Como no quiero ser menos, dejo de mirarlo. La noche continúa su sigilo silencioso. |
miércoles, 15 de febrero de 2017
Bruno Bernal, atleta y poeta
“Me llamo Bruno Bernal, vivo feliz con mi soledad y con mis costumbres ermitañas, soy como un álamo güacho, o como un tamarugo en el desierto, soy como un pájaro de largo vuelo que despliega sus alas en busca de libertad”. ¿Palabras de un poeta? Más bien son las palabras del corredor porteño Bruno Bernal, a estas alturas ya considerado una leyenda. Según cuenta en una entrevista, comenzó a correr motivado por la Naturaleza, a los 35 años en Lonquimay. Luego de su trabajo de aduanero, se internaba a través de la soledad de los bosques y los bordes de los riachuelos. Al llegar a Valparaíso continuó como funcionario de la aduana, y fue allí que consolidó de a poco su figura de corredor inmortal. Se dice que corrió en la gran maratón del año 2001, alcanzando una marca histórica. Escuchar sus consejos deportivos era como escuchar los resabios de algún monje zen, que de pronto encuentra en la actividad atlética una filosofía de vida. Un justo medio. Un haikú cinético.
Recuerdo haberlo visto pasar por Barón, y en otra oportunidad cerca de la Altamirano. Cada vez que pasaba por ahí, otros corredores anónimos lo saludaban con una suerte de simpatía pero a la vez con un respeto como milenario, más allá de lo mediático. No se le conoció familia ni descendencia. Tampoco se sabe mucho de su vida personal antes de su etapa de atleta, y eso es lo más esencial de todo. Tampoco se sabe mucho sobre su desarrollo profesional. Solo se conoce su obra, su espíritu incansable proyectado hacia un destino. Bernal era además un lector y un poeta. En su pequeña casa coleccionaba diarios con las últimas efemérides del mundo en más de veinte años. Era prácticamente tan hábil lector como corredor. Hablaba de la historia del chile decimonónico tan bien como hablaba de sus aventuras y desventuras maratónicas. Escribía, en sus entretiempos, de vez en cuando algunos poemas, a modo de calentamiento mental. Escribir versos era también a su manera una forma de correr, a través de una pista imaginaria: la hoja en blanco. Desplegando un trayecto sobre la marcha. Escribir y correr eran para Bernal, a fin de cuentas, una misma cosa.
Conversábamos con un amigo a propósito de su partida. Su figura recuerda a ratos a los poetas beat. Aunque sin los excesos de estos últimos. Solo quizá su carácter subterráneo, de culto, de devoción a la vida y a la energía que en ella imprimía por cada gota de sudor y por cada letra sobre el papel. Al escribir sobre este literal caballero andante, pensé en Robert Walser y su clásica novela El paseo. En aquella novela los acontecimientos se le iban presentando al protagonista a medida que iba paseando sin un motivo demasiado sólido. El paseo era en cierta medida una escritura de su vida sobre la cual reflexionaba su condición mendaz. En Bernal se podría hacer el símil con su ejercicio atlético. Cuántas experiencias fue capaz de conjurar en ese límite cinético de la vida con su disciplina. Eso solo él lo podía saber, en ese su movimiento indomable, pero también riguroso. Podríamos decir que Bernal fue un poeta del atletismo. Y estaríamos haciéndole justicia. Pero también podría llamársele un atleta de la poesía, puesto que su verdadera obra era indistinguible de su pasión. En fin, uno de aquellos personajes entrañables del puerto, que parten con él y en él acaban habitando, recorriendo cada espacio como si fuese el último, pero también el primero. Nuestro propio bartleby del atletismo. Nuestro maratonista de la poesía.
martes, 14 de febrero de 2017
El origen del día del amor
Según se lee en un artículo reciente de ABC historia, el origen de la fiesta de San Valentín es en realidad de índole pagano. Tiene su comienzo en las "Lupercales", un festival dionisiaco y orgiástico que se llevaba a cabo en la Antigua Roma con objetivos netamente de depravación y sexualidad. Se dice que tiene un origen mitológico, en un período donde supuestamente se hacían sacrificios humanos. Los jóvenes eran disfrazados de lobo y bañados con sangre de cordero por un sacerdote, luego de lo cual iniciaban un peregrinaje hacia Roma, mientras acometían toda clase de obscenidades y eran azotados con correazos, en un ritual que significaba la pérdida de la inocencia y la virginidad, el paso iniciático del caos a la civilización. La Iglesia al saber sobre aquellas prácticas tomó cartas en el asunto y cristianizó el antiguo rito durante el siglo V, app., siendo reemplazado por el actual día de San Valentín, basado en el hecho de que este santo desafió al emperador de Roma del siglo III en nombre del amor de Cristo. Mucho más tarde, se sabe que este mismo santo fue decapitado por tratar de casar ilegalmente a soldados de guerra durante el gobierno de aquel emperador. Solo a modo de referencia, cuando el fuego de la pasión decaiga, cuando los corazones ya no den abasto, indaguemos en la historia y pensemos en esta bizarra y legendaria efeméride. Una genealogía del amor nunca viene mal.
Mi hermana, un tierno ateísmo
Mi hermana chica el Domingo dijo algo que francamente me sorprendió. Luego de que la madre la reprendiera porque según ella le contestaba demasiado, al llamarle la atención por pasar mucho tiempo conectada a internet, le dijo a mi hermana que se le estaba "entrando el diablo". Ante eso, mi hermana responde: "pero, mamá, si el diablo no existe y dios tampoco". La madre, creyente, me dijo que la dejara, que era el arrebato típico de la pre adolescente, que ya se le iba a pasar, que era común a su edad soltar alguna que otra herejía. Primera vez que la escuchaba decir eso. A pesar de que hoy ya no signifique nada negar a dios ni a cualquier otra entidad metafísica, me pareció que aquella frase salida de la boca de mi hermana cobraba otro sentido. Un sentido no tanto filosófico, sino que de repulsa a ciertos límites. De un mini ateísmo motivado por el carácter. Ahora el misterio está en saber cómo ella llegó a esa declaración atea. Si la leyó de alguna parte, la escuchó de alguien en el colegio, o, algo mucho más improbable, si simplemente le nació de manera espontánea, sin ideas preconcebidas.
Luego de que la madre la retara, pensé entre mí que el hecho de que mi hermana haya dicho eso merece una segunda lectura. Que habría que dejar un poco de lado los resentimientos y sentarse en una especie de mesa a reflexionar sobre la primera vez que dudamos de las ideas que nos imponían los mayores. De inmediato, se me viene a la mente el cortometraje "Mi amigo Nietzsche" en donde un niño descubre por su cuenta el Así habló Zaratustra en medio del basurero de la ciudad, (y también, en parte, a los "maestros de la sospecha" de Paul Ricoeur: Freud, Marx) gracias al cual logra subir sus notas en el colegio y empieza a proferir una serie de blasfemias y de ideas nietzscheanas que acaban preocupando a sus padres. Mi hermana, por su parte, nunca me comentó que había leído algo semejante al libro del corto, antes de aquel día Domingo en que estrenó su frasecita. Ni tampoco me confesó que la escuchó decir a algún otro compañero en clases. O a algún profesor o profesora nihilista. El secreto de mi hermana continúa incógnito. Nunca nos dirá ni a mi ni a mi madre cómo fue que dejó de creer en el diablo y en dios. En cambio, seguirá tiernamente terca en su pequeña pieza propia, gozando del privilegio de su edad, en donde nunca nada se toma demasiado en serio, profesando un amor "religioso" por sus ídolos musicales, sin mayor explicación que su propio ánimo desenvuelto.
lunes, 13 de febrero de 2017
El meta soltero
Es cosa sabida que en el universo existen dos clases de solteros, radicalmente distintos entre sí. Está el soltero exitoso, el que lo es sencillamente porque quiere serlo. El Don Juan, el Casanova insufrible, que cambia de pareja como cambia de calzoncillos. El que quizá no teme tanto al compromiso. Solo que lo encuentra tremendamente aburrido. A este soltero se le podría catalogar como el soltero que quiere y puede, bajo toda circunstancia. Está, en el otro extremo, el soltero perdedor, el que lo es porque no puede evitar serlo. Aquel que se propone buscar pareja pero termina haciendo amigas. Esta clase de soltero puede que desee el compromiso para salir de su estado solitario. Pero en realidad solo busca una salida temporal. Un revolcón para no cagarse de frío por la noche. A este soltero se le podría llamar, sin duda, el soltero que quiere pero no puede. Sin embargo, entre estas dos categorías se levanta una tercera. Desde el fango mismo de la castidad y la promiscuidad. Aquel que quizá pueda pero tampoco quiere. El fenómeno. La rara avis. “El meta soltero”, aquel que solo se dedica a escribir y reflexionar sobre la soltería. El contemplador de la derrota y del triunfo ajeno. El eterno jugador. Su verdadera reputación siempre será desconocida.
domingo, 12 de febrero de 2017
La Alianza Kakuhido
Un amigo comparte una bizarra noticia. Se trata sobre un grupo de hombres japoneses que ha declarado la guerra a la festividad capitalista de San Valentín. Por supuesto, se trata de hombres solteros y desafortunados en el amor. Se hacen llamar "La Alianza Revolucionaria de Hombres a los que las Mujeres no encuentran Atractivos". (Kakuhido). Según ellos, su consigna principal consiste en "aplastar el capitalismo del amor”. Este grupo Kakuhido dicen que fue fundado en 2006 por Katsuhiro Furusawa, quien leyó el Manifiesto Comunista de Marx luego de ser rechazado por su novia. Después de su lectura, concluye que la falta de popularidad con el sexo opuesto se trata en definitiva de un asunto de clase.
Al terminar de leer la noticia completa, saco una sonrisa. Uno, por el grado de absurdo del que son capaces los japoneses, que no termina de sorprender. Y dos, por el hecho de que esta simpática anécdota, más allá del posible debate político, resulta única en su género. Digna de novela. Digna de distopía. No puedo pensar, por ejemplo, en una marcha de solteros protestando contra el capitalismo de San Valentín, en Chile. Solo a los japoneses, con su imaginación y locura, se les podría haber ocurrido.
La vida sexual de Pessoa y de Kant
Doy con una novela titulada "La vida sexual de Fernando Pessoa" de Salomo Dori. El título me recuerda inmediatamente a otro ensayo llamado "La vida sexual de Immanuel Kant" de Jean Baptiste Botul. Uno podría pensar de repente que la vida del primero era abundante, y la del segundo, completamente nula. Pero esa sería una interpretación prematura y antojadiza. Entre la castidad del filósofo y la heteronimia del poeta, se teje no una diferencia radical, sino que más bien una complicidad secreta. Ambos vieron en el sexo una cosa crucial, ya sea por oposición o por enmascaramiento. La lectura de sus obras estaría incompleta si se dejasen de lado aquellos libros. Aunque, pensándolo bien, la literatura de cualquiera estaría incompleta sin alguna alusión al sexo, por escasa, por solapada que fuese.
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