Conversaba de vez en cuando con su pareja de fantasía, acerca de la posibilidad de crear un mundo atemporal en donde solo ellos con sus hijos pudiesen ser eternamente felices. Según él, ella le decía que lo había leído en una novela decimonónica, adaptada de manera elegante a nuestros tiempos frenéticos. Lo que no sabía era que ese mundo del que tanto hablaban solo era posible en una especie de sueño demasiado inverosímil, en la laguna de algún cuento de hadas vencido por el tiempo y su antimateria. Volvía entonces resignado a la resaca de su tiempo libre, casado con la soledad, teniendo por amante nada más que su promiscua imaginación. En la ventana de su habitación se dejaban reflejar, de forma intermitente, como en una suerte de réquiem, las luces del árbol de pascua del vecino.
martes, 20 de diciembre de 2016
Uno de los pocos privilegios de ser profesor, le hago saber a amigos y amigas cuando preguntan: unas vacaciones idénticas a las de los propios alumnos, e incluso pagadas de manera íntegra, cuando se cuenta con contrato a plazo fijo -como el que suscribe-. El legítimo derecho del profesor a tirárselas luego de cargar sobre sus hombros el peso del desprestigio social. El ocio pagado le dignifica. Horas y horas pedagógicas las gastará durante esos dos meses en recuperar el tiempo perdido, dándose una vida de dandy que perderá nada más llegado Marzo. Su tiempo libre será su mayor capital.
El trailer de Morgan
Viendo Morgan (2016) en la madrugada, dirigida por el hijo de Ridley Scott, una película sobre una chica con inteligencia artificial, me percato de que el trailer fue creado por el superordenador IBM Watson, siendo este uno de los primeros intentos de aplicar I.A al terreno de la cinematografía. Se dice que el superordenador, para lllevar a cabo su tarea, fue "alimentado" con más de cien trailers de películas de terror, de modo que en el análisis de los elementos visuales, sonoros y de composición la máquina pudo crear el trailer en menos de un día, cuestión que a un ser humano le hubiese tomado semanas. Vi el resultado en el trailer y en un minuto resulta simplemente inquietante. Pero lo trascendente no es tanto la eficiencia de la I.A para emular la inteligencia y capacidad asociativa, sino que el interés creciente por llevar al plano de la máquina una de las cosas que se creen precisamente más humanas: la creación artística.
Pasa algo con el cine: que su lenguaje audiovisual resulta más ad hoc en relación al algoritmo de una I.A, en el sentido de que su forma de asociar el contenido podría parecerse en ocasiones a la del montaje. En cambio, recuerdo que meses atrás, se experimentó con una inteligencia artificial de Google, a la cual se sometió a la lectura de más de tres mil libros de poesía romántica para que "escribiera", de ese modo, un poema original. El resultado, si bien dicen que manifiesta cierta oscuridad, revela cierto criterio binario, lo que hace que el poema se lea más como un rosario mecánico, una amalgama dual de verso y ritmo. El punto está en que la poesía pareciera que todavía escapa a una interpretación unívoca, y refleja casi con integridad el lenguaje y la facultad de quien la emite. En este caso, el poema fue un fiel reflejo de la inteligencia artificial. Se nota a leguas que su escritura fue una emulación. Demuestra que la I.A está todavía en ciernes, y lo está porque se está metiendo en el terreno del arte. La metáfora constituye aún una barrera para el algortimo, una zona demasiado connotativa para la linealidad de la máquina. Sin embargo, esa frontera no será del todo insalvable en un futuro. El componente que falta, a mi modo de ver, tiene que ver con la imaginación y con lo orgánico. Si la máquina pudiese entrar en ese terreno simbólico sería toda una revelación. Me atrevería a decir que la puerta de entrada al universo humano para la máquina, no será a través de la simple programación lógica, sino que será a través del símbolo. La medida de la inteligencia operativa no será lo que equipare a una máquina con un humano, lo será la forma en que usa el símbolo para otorgarle un sentido a la vida. He ahí lo que diferencia al humano de la inteligencia artificial: el sinsentido, cuestión que para la máquina resulta inconcebible, sinónimo de muerte.
domingo, 18 de diciembre de 2016
Sobre no ser padre
Una chica en un local ayer, me hizo una pregunta capciosa, una pregunta que ya me han hecho repetidas veces, otras chicas, en otros contextos, en diversas situaciones: ¿Tienes hijos?. Ante la negativa, luego arremetía con otra pregunta aún más profunda: "¿Por qué no tienes hijos?". Pude en su momento esgrimir una serie de posibles respuestas a esa pregunta tan inusual, como: No resulta económicamente rentable en nuestro país desigual, no está dentro de los planes, no se ha dado la ocasión. Incluso la respuesta que excede lo personal, y que asoma incluso un punto de vista ideológico. No tener hijos como un combate a la sobrepoblación. Como una forma de darle un respiro al planeta, restando el número de humanos. Cuestión aunque inverosímil, plausible. En la mujer todo eso suele parecer un contrasentido. Un atributo extravagante. Algo que no se entiende de buenas a primeras. Todavía está instalado el dilema, entre el tener hijos por deber, por una cuestión biológica, o sencillamente por amor. Este último motivo resulta aparentemente puro, pero siempre viene aparejado de otra clase de factores. Factores que, en su mayoría, van revelándose casi de manera simultánea a la propia gestación. Al no dar con una respuesta satisfactoria a la pregunta de la chica, por inexperiencia en la materia o sencillamente falta de ideas, no me quedó otra que decirle que "no me nacía ser padre". La chica miró con cierto aire comprensivo, pero se le veía algo estupefacta, sorprendida, por la expresión de la respuesta. El no me nace ser padre. Ahí ya no se trataba de algo deliberado, sino que apelaba a una suerte de voluntad íntima, a una paternidad latente en alguna parte que por ningún motivo se manifestaba. La chica, ante eso, recuerdo que aclaraba que ella tenía tres hijos. La pregunta era en el fondo una proyección de su propia realidad. Lo curioso de todo es que, a pesar de su afirmación, va creciendo el número de mujeres que reniega de la maternidad como un deber, por el discurso feminista vigente y también por un creciente individualismo que lleva a priorizar la aspiración personal por sobre el yugo de la familia. El contraste estaba hecho. La chica, a pesar de todo, entendía el punto. Decía que era algo que no logró dimensionar en su momento. Que simplemente se dio. Nuevamente la apelación a una voluntad inconciente, esta vez con el motivo opuesto. Y eso es lo más extraño de todo: que la mayoría de las veces en esa materia no hay algo verdaderamente definido. Siempre resta una suerte de sombra. El punto es que la idea de tener hijos resulta todavía lejana, o quizá solo difusa, inconsistente. En realidad, toda idea sobre el futuro resulta así. Se carga con demasiado peso. Demasiada responsabilidad. Lo más sensato sería desprenderse de todo. Pero resulta fácil decirlo. Llegado el momento, nuestros errores acaban convirtiéndose en nuestro mayor orgullo. Proyectarlos sobre otra criatura empieza siendo una bendición pero acaba siendo una tarea titánica. La chica, luego de aclarar aquel punto, y ya acabando el motivo de la conversación, siguió su camino. Eso sí, con una remota posibilidad de contacto. En otro espacio, o quizá en otra vida, todavía nonata, como nuestro propio futuro.
sábado, 17 de diciembre de 2016
Caminando de vuelta por la noche porteña en patota después de un lanzamiento, se discutía sobre los locales que van cerrando, que van quedándose en el olvido, como el Keops; aquel tiempo en que todo era más barato, y la resaca más duradera, recordando la Torre, por ejemplo; o cuando el Huevo todavía era la sensación taquillera. Será que el tiempo se muestra implacable o los locales que frecuentábamos solo cambiaron de forma y estamos ya demasiado viejos para concebirlo. O quizá sea como en el poemario de una amiga, donde dice que ya no hay nombres, que todo fue inventado para atrapar lo que de nosotros se va yendo.
viernes, 16 de diciembre de 2016
En busca de Conversaciones con Sergio Meier.
Fui hoy a la Librería Qué Leo de Viña, decidido a comprar el libro Conversaciones con Sergio Meier de Carlos Lloró. La última vez que fui (esto es, hace dos semanas) lo hice por sugerencia de un amigo, Leandro Oliva. Me indicó la dirección exacta de la Librería. Lo único sometido a incertidumbre era el horario de atención. Me dijo expresamente que aperrara no más. Que fuera sin saberlo. Con la fe de encontrar el libro de Lloró, así fuese por una sincronicidad cósmica. Cuando llegué aquella vez a la Librería, el vendedor del local me dijo que habían cinco ejemplares a precio oferta, cinco lucas, y que debían estar en alguna parte de los anaqueles, puesto que sí figuraban en el sistema. Lo extraño de todo era que en casi veinte minutos de búsqueda no se pudo dar con ningún ejemplar. En resumidas cuentas, el libro de Lloró existía, estaba en alguna parte, pero, paradójicamente, no en ese preciso instante y en ese preciso lugar. El vendedor trataba de salvaguardar el embrollo, diciéndome que me avisaría en cuanto lo encontrara y tuviese a mano. "Un libro no puede desaparecer tan fácilmente", repetía a modo de consuelo o de firme aseveración. Me pide su número. En casa y sin demasiada expectativa espero el llamado de rigor. La esperanza de la aparición del libro. Nada. De esa forma pasaron los días y el rumor sobre la compra del libro de Lloró se hacía más tenue. Su existencia en aquel momento escapaba sencillamente a nuestra inquietud, nuestra deliberada ansiedad. Durante el lapso posterior a aquella compra fallida, inexistente, hasta ahora, la figura de Meier persistía en el imaginario a raíz de su Color de la amatista y su Segunda enciclopedia de Tlon. Sus conversaciones permanecían, de ese modo, en otro plano. Más íntimo, si se quiere, pero a la vez metafísico. O simplemente ausentes, distantes a nuestra voluntad obsesiva, libresca. Abro entonces el libro de Lloró recién comprado. Esta anécdota -me dije a mi mismo- forma parte también del valor agregado. De la espesura temporal del libro. Le hice saber al propio vendedor que hace dos semanas vine a comprar este libro sin éxito. Lo recordaba. Lo único que no recordó fue el detalle del llamado. No hacía falta tampoco traerle a la memoria semejante desatino. El hecho es que el libro apareció sin demasiada expectativa. Como venido desde otro plano, propiciando por su cuenta un juego, poniendo en jaque eso que llaman realidad, ataviada en eso que llaman conciencia, conciencia de algo. Nuestra acción, o nuestra inercia. Su compra debía ser así, azarosa, sin otro destino que su total asincronía. Que su ironía universal. En la contratapa, a modo de cierre, o de apertura, se deja leer, con completa serenidad, la palabra "fuga", fuga de los límites de la materia, nuestra materia.
jueves, 15 de diciembre de 2016
La trinidad pornográfica
La deriva que está tomando la pornografía resulta conmovedora. Ya no es solo aquel tabú adolescente que justificaba nuestras poluciones nocturnas. Ya no es solo una oda a la perversión sexual. A nuestras masturbaciones secretas que hacemos a escondidas, tras bambalinas de nuestra vida cotidiana. La pornografía va abriéndose paso en la cultura, reclamando, proclamando cierta dignidad artística, rompiendo los prejuicios pacatos de la sociedad, de la mano de figuras femeninas como, por ejemplo, Sasha Grey, que debutó en la literatura con su novela La sociedad Juliette, obra que versa sobre una sociedad secreta donde determinado grupo de elite da rienda suelta a sus impulsos sexuales sin tapujo, dialogando con la película Ojos bien cerrados de Kubrick. También tenemos a Valentina Nappi, otra de las figuras que entra en la vanguardia pornográfica, dictando cátedras en congresos sobre Nietzsche, Kant, y sobre lo que ella llama la "Pornosofía", una mirada más intelectual de este mundo a ratos señalado como superfluo, inmoral, carente de contenido. Y quizá la promesa más joven, la española Amarna Miller (seudónimo en honor al escritor Henry Miller), que en su debut busca teorizar sobre el feminismo desde la propia pornografía, tratando de salvaguardar la distancia ética, llevando la pornografía hacia un cauce político. De hecho, hay un video suyo donde critica la hipocresía de la sociedad española, en el cual nuestra actriz proclama a todas luces que "la misma gente que la llama puta, se pajea con sus videos. La misma gente que se dice laica, pone medallitas a las vírgenes". Grey, Nappi y Miller, la trinidad pornográfica que está dando que hablar más allá de la pornografía. Así que cuando pensemos en ellas, pensaremos en algo más que fluidos y gemidos. En algo más que una cultura del consumo y de la basura. De esa forma nuestras fantasías tendrán otro color y hasta otra definición.
Lapsus
Soñó que deambulaba por una plaza y en una feria se encontraba con un extraño libro. Era una recopilación de algunas obras literarias rezagadas por los Fondos del libro y la lectura, en el lapso de una década. Comenzó a hojearla, pero no figuraba ningún nombre del responsable de la obra. Perfectamente pudo haber sido una multitud. En la contratapa se dejaban leer las siguientes líneas de Leopoldo María Panero: "Qué es el hombre, pregunta la mano que escribe. /El Infierno pregunta de quién es la mano que escribe". Al intentar leer la obra, despertó, abrupto, sin alcanzar a consultarla, haciéndose polvo entre sus manos. Lo único que sobrevivió fue su nombre: Lapsus.
Fondo del Libro
Siempre acabo enterándome sobre el Fondo del libro a causa del éxito y también la derrota ajena, en el círculo cerrado de amistades del mundo de la escritura. Siempre la palabra Fondo me llega de repente, de rebote. Junto con la palabra Estado. La palabra libro la he escuchado siempre de boca de conocidos y amistades. No he postulado simplemente porque todavía no digiero siquiera la tentativa de realizar un libro. Está la posibilidad latente, pero no su puesta en marcha. He pensado entonces en un universo de libros latentes, posibles pero aún inexistentes, germinando en la mente de muchos todavía, y en su propio Fondo abstracto e infinito, sin ningún margen de error ni de acierto. Cuántas posibles promesas, como también cuántos posibles fracasos. El universo de la imaginación -o, en su defecto, del lenguaje- aún no sometido al dictamen de la realidad.
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