martes, 8 de agosto de 2017

En más de 18 horas he salido únicamente para comprar aspirinas y almorzar. Tuve que forzosamente faltar al trabajo, cosa que solo hago cuando la enfermedad resulta invalidante. Aprovecho a tientas de sacar la ropa tendida y airear la pieza. Una rutina que viéndola de lejos no es tan diferente a la que toca hacer de sano, cuando la pega no da abasto y solo se llega a la casa a revisar cuestiones pendientes. Sin embargo, desde esta condición enfermiza se advierte otra mirada, al horizonte de la convalecencia. La reflexión adquiere un tono dilatado, como de gato. El pensamiento se somatiza, por lo que el ánimo no decae, solo que el cuerpo no le acompaña. Se vuelve solo un organismo que combate su propia lucha biológica. No le interesa la disquisición de la mente, solo recuperar su equilibrio inmune, su cúmulo de anticuerpos. Leí por ahí que la obstrucción nasal y el dolor de garganta es posible que sean síntomas no solo físicos sino que psicológicos, réplicas de algún estado anímico o emocional reprimido. Leo sobre ello con cierto escepticismo, intentando buscar una respuesta alternativa al cóctel de antibióticos. La dependencia química supeditada a la propia sugestión. Entonces, al persistir en ese estado enfermizo, bajo su propia ley, en la zona de confort, llega un momento en que todo se distiende y pierde su peso habitual. Cesa la culpa por no seguir el itinerario planeado. (Después de todo, un solo día ausente por un simple resfrío no haría una diferencia sustantiva). Deja que el maldito cuerpo haga lo suyo para exorcizar la basura interior. De ese modo, provoca que la recuperación se interprete luego como una suerte de clímax, para darle algún condenado sentido. Está demás decir que escribo todo esto desde la cama. No pocos lo han hecho de esa forma. Así este resfriado y su consecuente reflexión no son nada nuevo. Se ha salido de peores. Y se volverá a caer otras veces. Solo cobra vida cuando se le aumenta a través de esta verborrea. Debería existir una metafísica del resfriado. Una literatura secreta sobre su sintomatología. La sensación de que algo se vuelve irrespirable, de que algo comienza a oler mal, empezando por la propia idea de la unidad del yo y del mundo. Me pregunto cuántos otros enfermos, en peores condiciones, bajo peores circunstancias, lo habrán pensado así, como el mismísimo Gonzalo Millán, quien decía, citando a otro autor desconocido, que el enfermo sin voz se vuelve el objeto de su propio malestar

lunes, 7 de agosto de 2017

La calle de los niños se hizo esta vez en Av Brasil. Me acuerdo cuando estaba de alcalde el guatón Pinto iba y era en la Pedro montt. Había en toda la esquina de Freire hasta un rincón juvenil. Karaoke, baile, jugar a ser artista. Paso hoy de noche por la Brasil, de vuelta, y en la vereda se apreciaban los restos de la fiesta de la tarde: globos, envases, juguetes plásticos. Mas allá bajo la estatua de Bilbao, unos cabros en actitud sospechosa, seguramente fumando sus caños. Uno de ellos reía efusivamente y miraba hacia atrás, perseguido. El verdadero rincón juvenil en valpo, al parecer, siempre fue de noche y a escondidas, entre los restos de la calle, mientras los niños, enguatados de dulce e ilusiones, duermen.
Al pensar en los niños más pequeños, no puedo tampoco dejar de pensar en esas situaciones en las cuales parecen desentonar: en una misa o en una reunión de carácter solemne, por ejemplo, donde no paran de llorar o juguetear, según sea su estado de ánimo, desconociendo por completo el contexto en su inocencia. O incluso en el cine, donde no reina lo solemne sino que la atmósfera de silencio que exige el visionado. ¿qué habrá sido de aquellos niños que fuimos? se preguntaba Lihn, esos que reían a carcajadas en el medio de un velorio, que pedían un helado mientras el resto se inundaba en lágrimas, que no tenían miedo de gritar cuando la diversión de los grandes no le resultaba divertida, que veían en la oscuridad de la pieza la suya propia. El niño se aburre fácilmente, no entiende de contratos ni de convenciones; en su mente no funciona lo tácito ni lo implícito. Por eso al pasar por el cedazo de la escuela también actúa de una forma similar. Su instinto le dicta que hay algo ahí que huele a falta de naturalidad, a reglas que sustraen al individuo de si mismo. El niño no se piensa una persona independiente todavía pero tampoco adhiere a las infinitas leyes de la sociedad. Está en ese limbo en el que la energía permanece aún sujeta a la imaginación. La figura del niño de la que hablaba Nietzsche, un tanto idealizada, la de un nuevo renacer, pero también la de una nueva transmutación de los valores. La tabla de la moral entendida como un puzzle de la voluntad. El niño ve al mundo como si fuese un juego a gran escala. Un juego en el que pierde y gana indefinidamente. La vida adulta, entrampada en deberes y responsabilidades, tiende a sustraerse de ese querer íntimo. La vida adulta no ríe. El llanto del niño es también el llanto del mundo. Su risa debería ser también la risa del que juega.

sábado, 5 de agosto de 2017

Hay un minuto en el que no se sabe si es todavía la madrugada, la noche o la mañana, y en el que todo se vale.......

viernes, 4 de agosto de 2017

Titular de la Tercera: Investigadores corrigen genes defectuosos en embriones humanos por primera vez. Parece guión de ciencia ficción. Pero no. Se trata de una noticia reciente. Hace veinte años, 1997, la película Gattaca ya trataba sobre una sociedad que ocupaba esta ingeniería genética de avanzada. De inmediato, se hacen sentir las reacciones polarizadas en torno a lo ético y a lo legal del asunto. La opinión pública dividida entre los optimistas que ven en el avance el advenimiento de un probable futuro sin enfermedades ni defectos vitales; y los apocalípticos que, en cambio, avizoran un panorama desalentador, donde solos unos pocos tendrán la posibilidad de la edición genética y otros tantos se quedarán atrás. Lo interesante y lo apasionante es que siempre que se produce un avance científico de tales proporciones, ahí viene la ficción, la insistente, la invicta ficción a probar sus límites. Netflix, ya tienes acá dos realidades, o mejor dicho, dos guiones, dos narrativas para tu próxima franquicia. Humanos editados genéticamente en serie. Una distopía entre editados y naturales. La incansable lucha entre el bien y el mal, puesta en jaque ahora por la propia genética. Oro puro. Grito y plata.
Un titular de Lun señala: ¿Por qué a los mecheros no les importa que los detengan a cada rato? Explican que porque les sale a cuenta irse detenidos y luego ser dejados en libertad por hurtos pequeños en tiendas. Así van repitiendo la operación en varios lados y realizan una suerte de trabajo de hormiga. Se señala que la propia ley propicia que así sea, porque de todas las veces que son pillados los mecheros, solo algunas son multadas. De manera que, según el artículo, se trata más de "avivadas" que de hurtos propiamente tales. Hay ahí un código que el propio mechero sigue y tiene que cumplir. Un código que solo él y sus pares conocen. No sé por qué relacioné de inmediato el caso del mechero con el del roba libros. Este último, si se quiere, con una afición mucho más burguesa, aunque respondería, después de todo, a un espíritu similar: un espíritu de ir en contra, probarse, desafiar una barrera legal, cultural, psicológica. Bolaño y Rodrigo Fresán hablaban sobre ello, el robar libros, como un deporte, una forma deportiva de la literatura. Fresán no tenía necesidad de hacerlo, pero lo hacía por el romanticismo que encerraba, el ánimo de desafiarse a si mismo y a la sociedad. Claro está que, después de todo, nunca veremos a un roba bancos citar a Bertol Brecht. El mechero está ahí por una cosa orgánica, no se cuestiona el por qué hace lo que hace, simplemente lo lleva a cabo. El roba libros, en cambio, pareciera tener una idea en mente más allá del acto mismo. Lo suyo también tiene mucho de simbólico. Los dos extremos del hurto: la avivada del mechero, su necesidad, hasta cierto punto, darwinista de acción; y el robo de libros, motivado por un impulso más bien romántico, un vicio puramente poético. Ambos, disputándose el título del "vivo".

jueves, 3 de agosto de 2017

Fantasmas

Durante la clase de poesía, los chicos de al fondo estaban literalmente buscando fantasmas. Sonaba un ruido similar a un radar. Venía del celular de uno de ellos. Fui a verlo. En su celular había efectivamente algo así como una aplicación para simular una búsqueda de entidades paranormales. "A lo que vino el profe, los fantasmas huyeron", bromeaba una alumna. Al minuto, volvía el sonido. "Mire, mire, caleta de fantasmas al hilo". Para seguirles la corriente, pregunté acaso donde estaban. Dijeron que detrás de usted. Uno de ellos señaló a mis espaldas. Me di la vuelta. Casualmente, el dedo del chico apuntaba hacia la pizarra. Ahí estaban escritos los nombres de cinco poetas chilenos: Neruda, Mistral, Huidobro, De Rokha, Lihn. Se rieron al haberme dado la vuelta. De pronto, la clase de poesía chilena se volvió en realidad una cacería de fantasmas. "Siguen wn, siguen aquí", gritaba un compañero como corriéndose a la esquina, mientras el sonido del radar se hacía más agudo. ¿Cree usted en los fantasmas, profe? preguntaba el chico que apuntó a la pizarra, mientras su atención se iba diluyendo con el desorden del compañero, que seguía fregando con la aplicación. No supe qué responder en ese momento. Cuando recién había craneado una respuesta y estuve a punto de decirla, sonaba el timbre, y los cabros ya estaban hueveando afuera de la sala, con su cacería virtual, sin que me hubiese dado cuenta. Los fantasmas también, en cierta forma, invisibles, inadvertidos, habían desaparecido de la clase junto con ellos. Ya se habían ido, en busca de otra imaginación que poseer.

miércoles, 2 de agosto de 2017

Lepra

Jack London tenía un relato, Koolau el leproso. En él los leprosos eran confinados en una isla. Algo así como una isla de los enfermos. Se veían obligados a rebelarse. La premisa de London era la de la lepra asumida como bandera de lucha. En el Levítico bíblico, en cambio, la lepra era una especie de castigo divino, individual, asumido de forma penitente y silenciosa. Una prueba para sus creyentes enfermos. Una prueba para su purificación. Los relatos sobre la lepra han ido cambiando. Al parecer la histeria colectiva sobre la lepra en Chile tiene más que ver con su carácter mítico que con su carácter clínico. Perdura todavía el imaginario literario del leproso destinado a enfrentar con sus congéneres el holocausto, o el imaginario religioso del leproso pagando por sus pecados al fondo de un desierto sometido al arbitrio de la enfermedad de los dioses.

martes, 1 de agosto de 2017

Fui donde un amigo a cortarme el pelo. Me contó una idea que tiene. Algo más ambicioso que simplemente seleccionar poetas para antologías y publicar poemarios. Tenía pensado hacer una suerte de revisión histórica sobre las peluquerías de Valparaíso. Le decía que la idea tenía potencial. Repetía que era caleta de pega, pero era una idea que lo perseguía hace tiempo. Había estado hablando con un fotógrafo para comenzar a capturar imágenes. Le sugerí que quizá no lo hiciera solo de forma enciclopédica, sino que además hiciera una especie de crónica que incluyera anécdotas literarias, como por ejemplo, haciendo alusión a la propia peluquería donde trabaja, en la cual se dice que fue a cortarse el pelo el mismísimo Arturo Rojas. Una crónica de los personajes que alguna vez tuvieron una relación orgánica con las peluquerías de la ciudad. Qué se podría contar sobre ellos a raíz de su visita a ciertas peluquerías. Qué se podría decir de esos personajes a partir de sus propios cortes de pelo. Porque entre el peluquero y su cliente, después de todo, hay una relación confesional. Un nutrido campo de conversaciones, un espacio capilar para la palabra entre cabellos y tijeras. Claro está que el amigo cavilaba sobre esa idea a medida que rasuraba los resabios de mi anterior peinado. Se podría decir mucho sobre el mundo solo a partir de sus cortes de pelo. Para bien o para mal, el cliente que se ha cortado el pelo ya no es el mismo que entró a la peluquería. Hay ahí algo que cambia, un signo, un estilo, que se asemeja al propio hecho de la poda, de la escritura. Después de haber emparejado las patillas y recortado las últimas chascas, el amigo remataba diciendo que el afeitado corría por cuenta de la casa. Decía que iba a meditar sobre la idea del libro, mientras guardaba el efectivo y se disponía a limpiar los restos de pelo desperdigado alrededor. "Ahora sí vai a matar", lanzaba a modo de broma, sabiendo que era la típica talla de los peluqueros que revisan el cambio de look de sus clientes como quien revisa un texto recién escrito. El cliente que seguía se incorporó enseguida y le tendió la mano. Con la otra, el amigo se despedía. Su palma estaba llena de gel. En el espejo se reflejaba la sonrisa del cliente, mirando hacia su propio peinado. A la salida se alcanzaban a notar en el suelo, conspirando, los vestigios del último recorte.
"La vida es como lenguaje", escribía una alumna en una hoja al revisar su cuaderno. A juzgar por el ceño de su rostro, el significado de la frase no era muy favorable. No la culpo. Es muy probable que haya significado que la vida es una lata. Sin embargo, pese al sentido que quiso darle la chica en ese momento, la frase tiene un potencial insospechado más allá de la mera alusión a la asignatura. La vida, un lenguaje, para uso y abuso de sus usuarios, los vivos.