martes, 16 de septiembre de 2014





"La hipocresía es el homenaje que el vicio le rinde a la virtud" Francois de La Rochefoucauld



sábado, 13 de septiembre de 2014



Sobre el mundo, ni hablar. Usamos la palabra como si con ella diésemos la vuelta al globo. Solo es la vanidad de querer entenderlo todo. Y conste que hablo sobre la palabra mundo, sin salir de la casa un sábado por la noche frente al computador. Es la mejor licencia poética. Cuando algunos ni siquiera han salido de su barrio, quizá nuestro mundo no sea sino unos cuantos viajes, experiencias, relaciones y naufragios. El resto es literatura, especulación y también posibilidad....

viernes, 12 de septiembre de 2014

¿Qué importa quién habla?

Resulta absurdo en plena época digital la presencia preponderante de nombres en materia de escritura. La autoría intelectual fue un derivado burgués, fue el engendro de Gutemberg que reclamaba derechos individuales por sobre la obra que pertenece siempre a la colectividad ¿Qué importa quien habla? es la premisa de Mallarmé, la creación de un libro total, una integración con el Uno... tiene en cierta forma su derivado posmoderno en la red. El universo del lector se amplía, la muerte de Dios implica la muerte del autor. Por eso mismo cabe ser francos y responder ¿cuánto aporta realmente un nombre propio a la obra? No resulta sino de una relación material de pertenencia. Hasta en el Quijote se avizora ya esa burla respecto a la incertidumbre de alguna suerte de autoría como título nobiliario, tragicómica como la pregunta sobre el origen. Existen textos que apelan directamente al anonimato, un contrabando escritural, obras huérfanas y auto suficientes que solo en el lector cobran el valor que reclaman. Pero también los textos hallan su frontera a través del baile de los perfiles, de los heterónimos, tenemos el caso de Pessoa en sus cartas, en esa apuesta surge la posibilidad de asfixiar al yo mediante su multiplicación. Ese quizá sea el rosario de los textos que ya no obedecen a ningún autor como genio, la obra y su armonía caótica, oriental, con la lectura, siempre múltiple y libre: "Me he multiplicado, para sentir, para sentirme, he necesitado sentirlo todo, me he transbordado, no he hecho sino extravesarme, me he desnudado, me he entregado, y hay en cada rincón de mi alma un altar a un dios diferente".

martes, 9 de septiembre de 2014

Somos ese algo que fracasa

Somos ese algo que fracasa, que retrocede para llegar

El reptil renacido desde la cola,

¿Comprenderás acaso cuando salive sobre los huecos de tu verdad?

Todo lo nuestro es perecible, infundado, efímero

Sueños proteicos, una escatología de bolsillo

Para la mañana de aquel día

Que corre a prisa pero jamás llega a tiempo.

¿De dónde vienen? ¿Hacia dónde perecen?

Ya no existen los monstruos de la razón

El imaginario está derramado entre tus manos

No existe lo que no está pasando

Los clásicos solo fueron la última canción de una resaca estelar

Solo hay de lo que tenemos, de lo que aún no acabamos de consumir del todo.

Dirán que hace falta el humor, la risa era el recurso del abandonado,

En los tiempos del ágora sin calles, sin nombres

Era la vida del poderoso, contemplando la feria de su desparpajo

¿Existe acaso el humor en este gran galimatías?

Hasta riendo las entrañas se revuelven,

es el capital del sarcasmo obsceno de la mente,

el mundo no se mueve sino a base de borrones y desilusiones

La vida es corta, ¡y es inflamable!

Solo así se puede ladrar hincado debajo de todas las casas.

Somos todo de lo que carecemos, somos todo aquello que nunca seremos

Y en realidad nunca se escribió nada sobre nada.

Solo en la indiferencia de cien ídolos

Inauguramos un reino de cinismo, mientras del otro lado

Los inocentes continúan su revancha

Articulan la perversidad del origen, en el único idioma que conocen.

¿Qué no ves? Es inútil negarlo; la ficción es ese órgano que revive nuestra paradoja.

A la sombra de esta jornada, la muerte seguirá siendo

Lo único que no podremos escribir, sin recurrir al auto sabotaje.

Pide que esta vez la verdad sea tu cómplice

Y toca a todas las puertas, y abre todas las pieles;

entonces no querrás abrir esas puertas, y no querrás cerrar esos ojos.

Deseamos que la realidad sea ese polvo que nos corta el rostro,

Después de la despedida al filo de la calle,

Pero seguirá siendo de esa forma una oscura y soberbia paradoja.
Concibo todavía una paradoja insalvable en la enseñanza del lenguaje y de la literatura. Diagnóstico inicial: ser capaz de actuar el rol (siempre falto de autenticidad) de formador y por fuera apelar al desenfado del aficionado a la escritura. Depende del grado de motivación que sea posible inculcar, aunque siempre se mantiene el margen de error, por el simple hecho de que se tensionan realidades diversas, donde el maestro debe actuar como catalizador a pesar suyo y de su discurso personal. Se apela a democratizar la enseñanza y aprendizaje verbal (verbo demasiado antojadizo, a estas alturas), pero no todos piensan ni desean asumir semejante mesianismo, y con todo derecho. El edificio de la planificación sucumbe cada vez que un alumno termina diciendo, por ejemplo: ¿de qué le sirve la literatura? y es una pregunta revestida de adagios academicistas y de palabras demasiado complacientes para hacer que funcionen en realidad, y casi nunca lo hacen, de lo contrario sus agentes seguirían en el sistema público; pregunta capciosa que solo es capaz de responderse parcialmente, y de acuerdo a criterios más fugaces que el placer mismo. 

La interrogante que me asalta aquí es ¿En qué medida pensar y escribir se constituyen como universales, como derechos fundamentales, cuando en la práctica siempre ambas actividades se construyen desde la excepción a la regla? Quizá de eso se trata. Pero me aqueja un dilema ético en este punto. Será posible apelar a una selección natural darwiniana, en la cual el desarrollo del intelecto apunte hacia el aumento del poder y el privilegio, o a una visión democrática -a falta de otro término mejor- en la cual todos sin excepción tienen el mismo derecho a los mismos niveles de pensamiento solo por ser personas. O efectivamente se trata de una paradoja, a modo de Sócrates: entre más se sabe, menos se sabe (¿entre más poder, menos poder?). De ser así, el conocimiento solo sería útil para fines parciales, concretos y no por una causa común universal. Solo dudando me inclino por aquella primera posibilidad, puesto que es evidente que no todos tienen las mismas capacidades, lo cual no da pie para ir en contra de los menos capaces. Un cierto animo moralista hace que me incline por la segunda en desmedro de la primera, puesto que desde una concepción idealista, quijotesca, puedo confiar en que todas las personas, solo por el hecho de ser, tienen el mismo derecho al conocimiento, llegando ese ideal incluso a constituirse como una fe. Pero como sentenciaba Nietzsche: Fe significa no querer saber la verdad. En la práctica, el cultivo del conocimiento, en su faceta más intelectual, ha demostrado ser tarea de excéntricos. Un nicho de iluminados, bastante distante de la realidad. Y ya se sabe que mucho de los estudiantes conocen esa realidad y precisamente por eso dejan a un lado todo ese discurso reivindicatorio.

¿Para qué servirán realmente tantas tareas, tanta basura protocolar, tanta celulosa gastada en abstracciones inútiles, tanta voz gastada en imponer un orden que no es el personal? No quisiera apelar al mito bíblico –el conocimiento como derivado de la muerte-. Pero en todo ese proceso casi siempre se posterga el tiempo presente, la vida tangible, lo único digno para ser llamado "a-lumno", sin otra luz que esos instantes de despreocupación, de lucidez febril, en medio de la cadena sucesiva de normas y de saberes ajenos. Desde una visión pedagógica, si se quiere ingenua, pero no menos entusiasta, apelo entonces porfiadamente a desobedecer las reglas, aunque eso signifique auto sabotearse a si mismo y sabotear tu medio de supervivencia, en un espacio donde la enseñanza vive sujeta al trampolín social... porque pensar y escribir son, al fin y al cabo, tentativas para desafiar la gravedad de las cosas.

lunes, 8 de septiembre de 2014

Parra el poeta imaginario del anti siglo



"Si el hombre, dice Parra, llega a tener éxito en su afán de destruir el Universo, lo más probable es que Dios vuelva a crearlo de nuevo".

... Si la vida no tiene sentido actualmente ello significa que nunca lo ha tenido, que nunca podrá tenerlo. De ello es consciente el poeta cuando se niega a rehacer su vida de atrás para adelante y adoptar una actitud romántica, de nostalgia por el pasado...

Dijimos que él vive sus pensamientos. Con ello quisimos significar hasta qué punto en él se entrelazan la acción y la contemplación. Si postula un regreso a la realidad, lo hace en el terreno de la realidad. Lo posible y lo necesario son para él uno y lo mismo. Piensa dogmáticamente y vive críticamente la caída o la exaltación de sus dogmas. De ahí que él no intente demostar una intuición, sino expresarla; siempre que ella sea lo suficientemente significativa como para rechazar todo atisbo de duda. Con la duda empieza la filosofía y muere la poesía" Enrique Lihn, Introducción a la poesía de Nicanor Parra.


Ciudadanos de las tinieblas

"Hay otros mundos, pero están en este" Paul Eluard.

Ya va tomando forma la colección de Otros Mundos que en los años 70 tuvo su apogeo en el universo editorial. La idea era, a raíz de mi antigua filiación a Nueva Acrópolis, recorrer un camino ecléctico de búsqueda y de conocimientos, aún valorando el aporte en material oculto y tradicional que los acropolitanos de aquella filial compartían. Decidimos dejar la institución debido a su cada vez más evidente carácter sectario.

Reconocimos que el sendero continúa fuera. La figura de JAL, fundador de la institución, aunque notable en su aportación, se nos hizo en un principio demasiado ambigua para seguir nuestro propio camino. Los dogmas tales como la moral religiosa y el cientificismo positivo, uno desde el fanatismo y otro desde el materialismo, parecen seguir siendo lo que otro autor en su tiempo llamó "monstruos reaccionarios.

Es algo consabido que los hombres de ciencia tuvieron su lado esotérico. Es cosa de remitirse a Newton. El mismo hombre que teorizó sobre la gravedad fue un asiduo alquimista. Giordano Bruno, el mártir renacentista, que para algunos ateos sigue siendo considerado un racionalista, estuvo también interesado en la magia y la tradición hermética. Jacques Bergier hablaba de una vuelta al "realismo fantástico" que no se limita a lo evidente, lo medible y cuantificable, sino que permite adentrarse en posibilidades de realidad que exceden el sentido común. En palabras del autor, la realidad sería fantástica por antonomasia. Lo mismo dijo Borges respecto de la literatura. 

No se trata, según aquel, de imaginar entelequias ni de sueños ingenuos, se trata de arrancar esa materia desde las entrañas de lo real, desde tus propias "entrañas". Las experiencias imprevistas que desatan el sudor a cada paso, en tu lecho, en la próxima esquina, que desafían las cabezas y páginas en blanco. Se está unido a una tradición oculta y, a la vez, se camina hacia lo desconocido. En esa línea, el pensador hace de sí un clandestino, una especie de animal fugitivo y subterráneo, porque, como dijese Crowley: "el pensador, con sereno espanto, formula su ley eterna".


jueves, 28 de agosto de 2014

La nueva mercadería del ego

Ser feliz o seguir deseando, siguen siendo las imágenes que nos creamos de cada uno. Es la nueva mercadería del ego. Es el miedo a desaparecer en cada alternativa. La elección te pilla siempre desvelado, debe ser el choque de lleno contra la realidad como si fuese concreto, como si fuese otro día nuevo. Se teme perder lo que se conoce ¿Acaso los nihilistas no pensaron en eso? ¿Será que matan a sus ídolos, pero temen las consecuencias? 

Se desea al otro en la medida en que lo olvidamos, en la medida que lo castramos de nosotros como un algo inútil, pero deseable. Los amores por eso, ya decía un autor, se vuelven templos de fanatismo, se pierde la elección y permanecemos, sin embargo, en nuestro propio pedazo de ficción.

Siempre inventamos al otro. Acaso aquello que deseamos alguna vez, está siempre en otra parte, siempre un continente prohibido, inviolable, fugitivo, esperando el dedo acusador, la promesa extinta. Es el precio de elevar nuestra fantasía hasta la abstracción, arrebatarle el nombre y el aliento, en base a puras palabras viejas, monedas de cambio. Hacemos de lo esencial aquello que no nos atrevemos a tocar. Es el negocio de los solitarios, los aburridos de solemnidad, siempre quieren lo que no les pertenece, ese es el ritmo que bailan a escondidas.

Ser solos, amar lo que no existe, lo que está en otra parte: el botín del arcoiris, el sueño americano, la pareja de teleserie, el amante de pornografía, el libro lleno de nombres y autógrafos. En el fondo, es la gran cacería de las estrellas, sin otro final que la caída y sin otro deseo que lo imposible. A eso le llaman la realidad.

miércoles, 27 de agosto de 2014

La vida está en otra parte

En cierta forma, incluso a pesar del vanguardismo, el arte sigue siendo un escapismo. El hombre moderno parece que quiere huir de todos lados, hasta de si mismo. Aunque no deja de ser acogedor el seno de la ficción, la vida continúa estando en otra parte. Quizá sea Proust el representante màs potente de esa transmigración, cuando logra proyectar toda su vida a partir de una simple hoja de té, y amasa el tiempo perdido como si fuese hecho en casa. En ese puro acto queda envuelto. Todos quieren siempre ser otra cosa. Si se hiciese el ejercicio contrario, ya no ser otros, sino dejar de ser de una vez por todas, cercenamos en nosotros la cultura y quedamos desnudos como recièn expulsados de todo paraíso y con el miedo a lo desconocido como nuestro único abrigo, solo con el hambre de la significación. Entonces, en el fondo, el hambre es una categoría del espiritu. Y en ese sentido no hay diferencia entre el cavernario de Altamira y el solitario que escribe detrás de una pantalla, tratando de evitar lo inevitable, que todo es una ilusión y que todo dejará de ser inexorablemente.

jueves, 21 de agosto de 2014

Algo sobre Javier Marías



¿Se es uno mismo pensado, se es uno mismo leído y escrito en todo momento? Tal interrogante asalta tras leer a Marías. Se otorga una solución salomónica al delegar al pensamiento un rol primordial en la experiencia de vida. Se apela a algo de orden distinto al cogito ergo sum: es intelecto aplicado a la cotidianeidad. “Pensar es para los atristos” repetía un célebre personaje del cine. Y es ese extraño sentido del pensamiento que en Marías adopta un matiz productivo y optimista. Pero si quebramos la metódica certeza cartesiana, podemos llegar a pensar incluso que nosotros mismos somos un mero producto de un pensamiento ajeno, lo cual sería ahondar en la teoría del genio maligno o en la visión de Unamuno sobre el límite difuso entre sueño y vigilia, entre ficción y meta ficción. Pero sería además entrar en un solipsismo estéril que no viene al caso, cuando se habla del pensar más bien como una actividad laboriosa, oficiosa, pragmática en todo sentido, ante lo cual se redunda (viciosamente) en las concepciones sobre el entendimiento, el mutuo acuerdo, el aprendizaje. Ahora bien, ese pensar adquiere unos dotes misteriosos, más allá de lo cotidiano, cuando muta en intelecto. Entonces el pensamiento se transforma en un gran excavador que indaga en lo más recóndito de los seres y de las cosas, no tanto por una “sed de esencia” como por una necesidad de permanencia, traducida en ciclos de aprendizaje y desconocimiento, a modo recursivo.

Marías habla de la lengua como la conductora del pensamiento. Se refiere en este sentido a que los contenidos del pensamiento son difícilmente legibles por si solos, y por ende, necesitan de una verbalización, de una lengua que los exprese satisfactoriamente. Quizá no sea conveniente aludir al clásico dilema entre el huevo y la gallina en relación con los conceptos de lenguaje y pensamiento, sino que de entender la conducción lingüística y verbal de este último, es decir, su manifestación tangible por medio de las palabras, y por lo mismo, su bienvenida al mundo de los factores comunicativos. Y en este punto el autor acierta: la lengua es forma (de acuerdo a Hjemslev) a tal punto que se transforma en un “filtro”, por lo cual decir lo que se piensa resulta de un complejo proceso de inteligencia y selección. Es más, decir lo que se piensa literalmente resulta imposible dado los contenidos obscuros, abstractos, no verbales, del pensamiento. En una analogía con el deseo, el pensamiento solo desea pensar. Evidentemente, sería el lenguaje algo así más que un simple ventrílocuo de la mente, una facultad para generar y construir signos verbales que den forma a dichos contenidos mentales que quieran tomar parte desde el pensamiento.

Luego, en una especie de panegírico a la escritura, esta toma partido como forma más acabada del intelecto, por su carácter permanente, “inequívoco”, material, frente a la caducidad, fugacidad, espontaneidad, inmediatez del lenguaje oral, del simple “decir”, sometido a los avatares del tiempo y del espacio. Platón, en tiempos clásicos, criticaba a la escritura por su pretensión de “establecer fuera del pensamiento lo que solo pertenece a él”, además de debilitar la memoria y el carácter dialógico del lenguaje oral. Por el contrario, hoy, más que nunca, podemos decir que es imperativa una evolución en la lecto-escritura, frente a la invasión de los medios audiovisuales, que coartan precisamente lo que Marías promueve y defiende: la correcta verbalización del pensamiento. Por otro lado, Marías habla del acto de escribir para pensar, “de manera que aquello resista al examen, a la crítica, a la confrontación (…)”. Se refiere a la formula “escribir para pensar” en términos de incremento, de acumulación, de acercamiento hacia la verdad desde una cierta labor y rigor de índole científica. En cierta medida, Marías exalta la condición intelectual del proceso de escritura, pero tiende a caer en una exacerbación de cierto producto textual particular, académico, puramente formal. Sin embargo, se entiende y se agradece su énfasis en el carácter oficioso del aprendizaje verbal, en este caso, de la escritura en estrecha relación con la lectura. Su enfoque pedagógico sobre la dimensión verbal –tan descuidada por estos días- es legítimo y correcto. Lógicamente un mayor enriquecimiento y sofisticación de la lectoescritura llevaría a mejores expresiones y “decires” del pensamiento. Es posible aludir a la figura de Derridá para comprender mejor el rol protagónico de la escritura en el ámbito de los saberes y el conocimiento. Frente a la visión platónica, Derridá reivindica a la escritura como proceso en el cual el lenguaje se construye incesantemente, en el cual el texto, lejos de tener una sola significación, está tan cargado de ellas como de potenciales lectores, y en el cual el autor no constituye ni el principio ni el fin de su sentido. Ello conlleva a reconsiderar el acto de escribir como fundamental para potenciar la capacidad verbal del pensamiento, y cómo puede esto resolverse en soluciones pragmáticas, en resolución de problemas de la propia vida cotidiana, que no necesariamente llevan al cultivo del intelecto en si mismo (cosa que sería estéril y auto complaciente, por lo demás).

Barthes, sobre los textos escritos, señalaba que estos son verdaderos tejidos en los cuales coexisten, se comparan y contrastan muchas otras escrituras desde diversos focos y dimensiones. Es así que se puede aventurar en el ejercicio del pensar para escribir como un acto de “costura” verbal e intelectual que requiere de constante práctica y sofisticación. Ahora bien, si llevamos esa concepción a un extremo, podemos considerarnos a nosotros mismos, en cuanto seres dotados y construidos en pensamiento, como simples “tejidos”, como creaciones de nuestra propia intelectualidad latente. Marías concluye diciendo: “No parece inteligente vivir por debajo de uno mismo”. Es precisamente porque la inteligencia y el conocimiento requieren de subjetividades erguidas, alzadas, libres en su manifestación y/o “textualización”. Si escribimos para pensar, y pensamos para vivir, vuelvo entonces a la interrogante ¿Se es uno mismo pensado, se es uno mismo leído y escrito en todo momento? Solo puedo concluir una cosa: que escribir (y pensar) no es tarea para débiles.