miércoles, 15 de mayo de 2024

Inseguridad en Chile: la emergencia del presente

Algo no anda bien en Chile, se escucha a decir a algunos compatriotas. Ya no se puede salir tarde como antes, sin el miedo a ser asaltado. Muchos centros comerciales han adoptado el hábito de cerrar temprano producto de lo mismo. Ya ni siquiera, a plena luz del día, la calle resulta segura. La sospecha ha crecido todavía más en las grandes ciudades, donde se ha vuelto insostenible seguir con el ritmo normal de la vida cotidiana. La gente se siente, poco a poco, ajena en su propio entorno y, por supuesto, traicionada por un Estado que debiera velar por la libertad de los civiles honrados.

Algo, definitivamente, no anda bien. Parece ser el mantra de los tiempos, porque la sensación de inseguridad ha crecido a un ritmo estrepitoso. La última Encuesta Nacional Urbana de Seguridad Ciudadana refleja la crisis vivida en Chile, con un índice del 90% en la percepción de inseguridad de la ciudadanía, la más alta de la década. (La percepción de inseguridad en Chile llega al 90%, la más alta en una década. Ana María Sanhueza). Ahora bien, ¿la percepción equivale realmente a la situación objetiva?

Es evidente que la percepción colectiva se deriva de hechos concretos y, luego, de la sensación provocada por las consecuencias de los mismos. Solo basta con remitirse a los diferentes crímenes y delitos ocurridos de un tiempo a esta parte. En su gran mayoría, se trata de delitos como “portonazos”, asaltos, robos de parte de delincuentes primerizos o reincidentes y, además, crímenes de mayor envergadura, como sicariatos, tiroteos a civiles o a Carabineros, asesinatos por encargo, ajustes de cuentas, que conforman las acciones de verdaderas “mafias locales” compuestas tanto por delincuentes connacionales como por inmigrantes.

Hay muchos analistas que coinciden en este aumento de la percepción de inseguridad y en la diversidad de crímenes que antes -durante el lapso de la última década- se veían muy poco y no con la recurrencia con la que ocurren en la actualidad. Mónica Rojas señalaba en su artículo “Inseguridad en Chile: Cómo la delincuencia está dañando la vida urbana” el impacto de la delincuencia en la vida urbana, el cómo la actividad en las grandes ciudades del país se ha visto mermada por esta amenaza de la violencia constante prácticamente en cada rincón e incluso a cada momento.

Rojas indicaba que algunos de los factores directos de esta ola de delincuencia lo constituyen los “grupos colgados de las movilizaciones del 2019, la pandemia del 2020, el regreso a una normalidad que mostró a muchos la ruina”. (“Inseguridad en Chile: Cómo la delincuencia está dañando la vida urbana”. Mónica Rojas). De ese flagelo se sucedieron luego los desastres económicos (inflación y cesantía) y los conflictos políticos (radicalización ideológica y desconexión de los problemas reales de la gente) que fueron el caldo de cultivo para la expresión de la hostilidad y la violencia desplegada en acciones ilícitas.

Por lo visto, la inseguridad y la violencia en Chile van en aumento y se han vuelto parte del escenario crítico. Pero, ¿Cuál será la relación entre la percepción subjetiva de inseguridad de las personas, digamos, su desconfianza ciudadana, y la carencia de un orden sociopolítico sólido y una estructura de Estado realmente garante del bienestar general? Para situar una idea sobre esta problemática, cabe primero explicar los conceptos claves que entran en juego. La delincuencia, en este caso, ha sido abordada desde la mirada sociológica como un fenómeno intrínseco a lo social.

Émile Durkheim señalaba que: “el crimen no se observa sólo en la mayor parte de las sociedades de tal o cual especie, sino en todas las sociedades de todos los tipos. No existe ninguna donde no exista criminalidad (“Émile Durkheim y el castigo”. Francisco M. Bompadre). Si consideramos la tesis planteada por Durkheim, la de que no existe sociedad alguna que no contenga delincuencia, ¿por qué hay sociedades con menos sensación de inseguridad en la población que otras? ¿por qué hay países que gestionan mejor el asunto de la delincuencia y que poseen una política interna más fuerte? Aquí entra el rol del Estado. Toca abordar cuál es la situación del Estado chileno respecto al problema de la delincuencia.

A partir de un diagnóstico general, muchos coinciden en que el Estado ha, literalmente, abandonado a Chile en el cumplimiento de su rol de preservar el orden y garantizar el bien común. Hay que sumarle a este abandono el contexto de la política internacional, un contexto convulso que se ha incrementado durante los últimos dos años y que ha estado marcado por la inminencia de una guerra entre las potencias de Rusia contra Ucrania y el eje de la OTAN. Se suman al concierto mundial los conflictos recientes en Gaza producto del choque entre Israel y Palestina.

Todo este escenario bélico, marcado por el ejercicio de la violencia con intereses geopolíticos, conforma un auténtico panorama de desorganización y, a su vez, de deshumanización que puede perfectamente influir en la percepción negativa de las personas sobre el estado, no solo de Chile, sino que del mundo entero. A este punto, no suena descabellado afirmar que estamos en la “antesala de una nueva guerra mundial”.

Se está ante un fenómeno muy difícil de examinar desde una sola mirada. Por eso, es preciso atender algunos factores fundamentales del fenómeno en cuestión. Uno de ellos tiene que ver con la naturaleza de la delincuencia y su ligazón con la estructura social. La Escuela de Chicago fue aquella escuela que se especializó en el tema desde la perspectiva sociológica y puede ofrecer algunas luces al respecto.

Como señala el autor Jorge A. Pérez López: “La desorganización social, como su propio nombre lo indica, correlaciona el delito con el estado de descomposición, abandono, crisis o transición de una sociedad”. (“La explicación sociológica de la criminalidad”. Jorge A. Pérez López, 6). En lo particular, la aportación de Edwin Sutherland con su “Teoría de la desorganización social” de 1924 permite establecer con bases este vínculo entre la comisión de los delitos, la configuración del sujeto delincuente y el estado de descomposición, abandono y crisis de una sociedad.

Si bien la perspectiva de Sutherland tiene algunas imprecisiones en cuanto al posible origen de los conflictos y no alcanza a dimensionar el impacto del problema en el contexto reciente, sirve para comprender el cómo se pueden desencadenar las conductas criminales dentro de un contexto hostil, propiciando el aprendizaje por imitación y por adaptación a un determinado grupo con sus propios intereses, confrontados con los del resto de la sociedad en su conjunto.

Algunos analistas chilenos han planteado que allí donde el crimen organizado ha avanzado, ha quedado en evidencia la carencia de una política pública sólida, redundando derechamente en un abandono por parte del Estado hacia la ciudadanía en general. Cualquier persona de a pie puede intuir que dicha crisis se ha acentuado en el último momento a causa de malas decisiones políticas que han derivado en fenómenos ajenos al ethos chileno, tales como la inmigración descontrolada. Los efectos saltan a la vista: aumento de gente en las calles, sujetos indocumentados y con altos prontuarios policiales, no debidamente fiscalizados, conductas delictivas propias del extranjero (como en el caso de las Maras o el Tren de Aragua).

La filósofa chilena Lucy Oporto ofrece un diagnóstico muy agudo respecto de esta crisis de seguridad en Chile durante el último tiempo. Indica en su artículo “La frontera negra del narcofascismo” que: “Según cifras de Gendarmería, publicadas por La Tercera, hasta comienzos de diciembre de 2023, existen 1282 bandas criminales, debidamente identificadas, en las cárceles de Chile. Abarcan alrededor de 4 mil integrantes y 600 líderes. Las más peligrosas son Tren de Aragua y Cártel de Sinaloa.” (“La frontera negra del narcofascismo”. Lucy Oporto). Se trata de un diagnóstico catastrófico de la sociedad chilena de acuerdo a lo que ha visto en la realidad del país.

Sin ánimo de criminalizar las manifestaciones sociales, también advierte que desde el estallido social del 2019 se ha agudizado la crisis del tejido social y poco y nada se ha hecho al respecto. Es más, la deriva sociopolítica de Chile, a raíz de la “asonada” (como llamaba ella a la insurrección) ha permitido que el crimen organizado campe a sus anchas en el contexto de una sociedad expuesta a las “fracturas” del sistema, crítica con su clase política y bajo una institucionalidad debilitada y duramente cuestionada. Queda patente, de esta manera, que una de las causas más visibles de la inseguridad pública en Chile tiene que ver con estos elementos señalados.

Oporto precisa, en otro punto, que Chile ha sido “golpeado” desde mucho antes, pero los factores más preponderantes de la crisis actual pueden ser visualizados durante la época de la posdictadura y transición a la democracia. Más allá de la avanzada del narco en territorio chileno y la ineficacia del gobierno de turno para confrontar la crisis de seguridad, ahonda en la problemática estructural desarrollada durante los gobiernos de la Concertación, en donde, a su juicio, se acumuló en cierta parte de la población una frustración a partir de demandas insatisfechas en una “sociedad de consumo”.

Sería dicha frustración el trasfondo psicológico de un malestar que luego habría “explotado” en forma de marchas y manifestaciones, aunque también en forma de saqueos, destrucción de bienes privados, mobiliario público y disturbios en las calles, lamentablemente, en sectores residenciales o comunales donde se desenvolvían trabajadores y pequeños empresarios.

Con tal de indagar un poco más en la “frustración colectiva” descrita por Oporto, conviene hablar de Robert Merton y su ensayo “Estructura social y anomia” (1962). El concepto de “anomia” resulta fundamental a la hora de analizar el estado de desorganización social que propicia las conductas delictivas a vista y paciencia de la ciudadanía, bajo un Estado inoperante y una clase política displicente.

La conducta anómala, fuera de la ley, se explicaría, para Merton como una disociación entre los fines y los medios, considerando que los fines sean las aspiraciones de los individuos; y los medios, los caminos para conseguirlos: “Cuando el sistema institucional impide que se ponga de manifiesto la satisfacción que se deriva de las metas legítimas, el escenario queda preparado para que la rebelión surja como una respuesta adaptativa”. (“Estructura social y Anomia”. Robert K. Merton. 37). Dicha rebelión alimentaría el desorden público.

La explicación de Merton sintoniza, en este caso, con el diagnóstico de Oporto respecto del estado de insatisfacción del chileno promedio, en primer lugar, como consecuencia de unas políticas públicas que han acentuado la desigualdad en varios aspectos estratégicos; y, en segundo lugar, como resultado de la creciente inseguridad pública a causa de la escalada de violencia en diversos frentes y la incapacidad del aparato político para entregar soluciones concretas.

Todo lo esbozado hasta acá sería suficiente para identificar el “germen del caos”, la sensación de falta de control y la consecuente percepción de inseguridad de parte de la ciudadanía. Pero aún queda profundizar en la influencia negativa del aumento de la delincuencia sobre la percepción general, es decir, el impacto que ha tenido en nuestra democracia, porque ¿qué sentido tiene seguir hablando de democracia en una nación donde la libertad se ve amenazada constantemente por la falta de orden y seguridad pública?

El investigador Mauro Basaure en su artículo “La delincuencia puede poner en riesgo a la democracia” señala que “la delincuencia deja de ser un fenómeno normal cuando los ciudadanos están dispuestos a sacrificar sus libertades públicas y derechos en aras de la seguridad”. (“La delincuencia puede poner en riesgo a la democracia”. Mauro Basaure). Es por este motivo que la delincuencia, cuando llega a los extremos violentos a los que ha llegado, no compete solo al ámbito de la seguridad ciudadana, sino que constituye un problema político de primer orden (o eso debería ser).

Cuando es el Estado el que ha abandonado su labor garante, le queda a la ciudadanía acogerse a la Constitución como marco jurídico. Sin embargo, al no tener los recursos y herramientas suficientes para hacer valer sus derechos, ocurre lo que ocurre: malestar ante la falta de organización, insatisfacción colectiva ante el incumplimiento y, finalmente, se abre la Caja de Pandora que desata los males de la sociedad, y que se han analizado hasta acá.

Si no se despliega el “monopolio de la fuerza” del que hablaba Max Weber en relación al Estado, para cumplir con la ley y con el orden que debiera imperar en un Estado de derecho, entonces se gesta una desconfianza legítima en la ciudadanía, una desconfianza que ataca directamente a los implicados en el aumento de los crímenes y, sobre todo, a los representantes del gobierno de turno, ya sea por omisión, abandono de deberes o, derechamente, complicidad, al no hacer valer el poder que le compete y le fue conferido por mandato soberano.

En definitiva, la inseguridad es un problema social, y su percepción subjetiva tiene asidero en la realidad de los hechos concretos. Pero la inseguridad es, ante todo, un asunto político y he aquí que la discusión está lejos de zanjarse. Lamentablemente, muchos políticos populistas y demagogos han aprovechado el tema de la inseguridad para sacar réditos políticos o para instalar medidas que solo atacan una parte de la problemática, pero que no solucionan el fondo, conservando, de esa manera, un estado de cosas sin cambios reales.

Mauro Basaure fue claro al señalar que se requiere de un “espacio de innovación” para enfrentar el problema de la inseguridad desde todas las aristas posibles, con la colaboración de toda la sociedad en su conjunto, sumando a ella la tarea de los representantes políticos, pero, además, la labor de la gente experta que pueda enfocarse en algunos puntos específicos, como, por ejemplo, los servicios de inteligencia que puedan investigar algunos casos y hechos individuales, socavar todo aquello que hace posible los crímenes para restablecer la seguridad y restaurar la democracia.

En un hipotético escenario, la sociedad está lo suficientemente organizada para contribuir al orden, y la clase política, lo suficientemente preparada para dejar a un lado sus rencillas ideológicas y unirse en torno a un bien mayor, porque, como mencionó el académico Carlos Peña: la seguridad es una tarea nacional y su existencia “es el a priori funcional de la vida”. (“La seguridad, un proyecto nacional”. Carlos Peña). Sin embargo, para que aquello ocurra, se requiere de un esfuerzo mancomunado de toda la sociedad civil y de la clase política.

Si este escenario no es posible en el mediano o largo plazo, entonces la percepción de algunos no puede estar errada y de verdad estamos ante un panorama que avizora “el final de los tiempos”. Como en el Apocalipsis, los muertos serán “juzgados de acuerdo con lo que estaba escrito en los libros, según sus obras.” Las víctimas de los crímenes y los delitos bajo la oleada de la violencia y la delincuencia seguirán clamando por una justicia que nunca llega o que llega solo en la medida de lo posible.



Referencias bibliográficas


· Basaure, Mauro (2022). “La delincuencia puede poner en riesgo a la democracia”. En: https://www.ciperchile.cl/2022/10/25/la-delincuencia-puede-poner-en-riesgo-a-la-democracia/



· Bompadre, Francisco M. “Émile Durkheim y el castigo”. Publicado: 30 Noviembre -0001. En: https://www.derechoareplica.org/secciones/criminologia/785-emile-durkheim-y-el-castigo



· Durkheim, Émile. (1895). “Las reglas del método sociológico”.



· Iglesias, Jean Paulo. (2022) “Lucy Oporto y el 18-O: “Hay en Chile un clima de descomposición y hasta de locura”. En: https://www.latercera.com/la-tercera-sabado/noticia/lucy-oporto-y-el-18-o-hay-en-chile-un-clima-de-descomposicion-y-hasta-de-locura/SFAJBKNL2JHVNHP2DP6WCDDLRM/



· Merton, Robert K. (1962) “Estructura social y Anomia”. Departamento de Ciencias Sociales. Cuadernos de la Facultad de Estudios Generales. Número 5.



· Oporto, Lucy (2024). “La frontera negra del narcofascismo”. En: https://www.ex-ante.cl/la-frontera-negra-del-narcofascismo-por-lucy-oporto-valencia/



· Peña, Carlos (2024). “La seguridad, un proyecto nacional”. En: https://www.nuevopoder.cl/la-seguridad-un-proyecto-nacional/



· Pérez López, Jorge A. “La explicación sociológica de la criminalidad”. Derecho y cambio social. Páginas 1-22.



· Rojas, Mónica (2022). “Inseguridad en Chile: Cómo la delincuencia está dañando la vida urbana”. En: https://www.latercera.com/laboratoriodecontenidos/noticia/inseguridad-en-chile-como-la-delincuencia-esta-danando-la-vida-urbana/UJVUQLBODVDHLFVKTYAIPIDUVI/



· Sanhueza, Ana María (2023). “La percepción de inseguridad en Chile llega al 90%, la más alta en una década”. En: https://elpais.com/chile/2023-11-24/la-percepcion-de-inseguridad-en-chile-llega-al-90-la-mas-alta-en-una-decada.html

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