Con un colega nos preguntamos sobre un término usado mucho por los cabros en la escuela: malaya, un término abiertamente despectivo que, muchas veces, suelen decirse entre ellos mismos, a viva voz. Casi siempre el "malaya" va seguido de un adjetivo chilenísimo de grueso calibre, como uno que todos hemos usado alguna vez, que termina en madre.
Se advierte que los cabros han hecho suyo el lenguaje "flaite" como una forma genuina y espontánea de comunicarse, sin que exista de por medio, necesariamente, alguna clase de hostilidad. Podría decirse entonces que esa palabra la sienten suya, es su seña de identidad. La han dicho incluso, en ciertos contextos, algunos de los ídolos musicales de estos cabros, sus “referentes culturales”, como un tal Pablo Chill E, siempre con esa carga de denostación en contra de otro, a quien consideran alguien merecedor de toda la inquina.
Por lo mismo, el término malaya se ha vuelto un sello, una palabra recurrente. Sabemos su significado por el uso y por su morfología, pero poco sabemos sobre su verdadero origen. Se dice que "malaya" viene del árabe "malai" (extraño) y se usó primero para referirse a los inmigrantes del Oriente Medio, turcos y sirios, quienes eran considerados "extranjeros", bárbaros, en un sentido injurioso. Luego, habría pasado a llamarse “malaya” a cualquiera que fuera extraño y tuviera esas conductas atribuidas, en un principio, a los árabes.
Es escasa la definición técnica de la palabra en términos lexicológicos, aunque sí hay un diccionario de chilenismos que ofrece algunas acepciones. Entre ellas, destaca como “malaya” a alguien carente de sentido o voluntad propia; también a alguien que no hace bien las cosas o que es considerado “mala gente”, incluso se le puede decir “malaya” a una persona “sin importancia, insignificante, que no tiene ninguna trascendencia y ningún valor”. Sin embargo, la carga semántica del malaya, según se le escucha decir a los cabros, recae, ante todo, sobre una “persona con malicia, malintencionada”. Así, el malaya es arrojado sobre otro al cual se le categoriza como un malhechor, sin medias tintas, de forma categórica.
Hay otra etimología del término que describe al “malaya” como una palabra compuesta que deriva de “mal” (sustantivo) y “haya” (verbo haber). En ese sentido, el malaya pasaría además a significar que “hay algo malo”, o “hay mal”. En resumidas cuentas, algo que está mal, que es, sin duda, malo. El malaya adquiere, de esa forma, aparte de categoría de insulto, una cualidad valorativa.
Se dice que la cosa está malaya, cuando las cosas se precipitan hacia un escenario negativo. Y se dice que alguien es malaya, cuando representa todo lo malo, o sencillamente, cuando ese otro aludido actúa en contra de los valores y principios morales. Es así que, en definitiva, el malaya puede ser cualquiera y puede, a su vez, ser usado por cualquiera contra otro al que achacan ese epíteto.
El malaya permanece (todavía) restringido al registro de habla inculta informal, en su variable diastrática, usado por estudiantes vulnerables y por sujetos vinculados al hampa y a la narcocultura, aunque, de popularizarse, dado su significado, podría llegar a decirse en otros círculos, siempre y cuando su reiteración no sobrepase el campo simbólico en el que se desenvuelve.
¿Será posible que, en algún momento dado, el malaya trascienda su connotación “flaite” y sea luego incorporado al léxico de los chilenos, ya que se estila que el habla transforma la lengua, y que la gramática debiera ser descriptiva y no tanto normativa? Pregunta retórica, pero que ayudaría a repensar el malaya como un concepto en sintonía con los tiempos, una “vibra”, una resonancia de los discursos en circulación, una expresión de cierto sentir conflictuado.
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