miércoles, 1 de mayo de 2024

Mi lectura de Paul Auster, maestro de lo interior

Hay en Paul Auster una lucidez en el pensamiento y una pulcritud en la forma que solo lo puede forjar el oficio, el riguroso oficio, seguido de la experiencia en la necesidad vital de escribir. Se ha dicho que el lenguaje narrativo de Auster es sencillo, pero se trata de volver legible lo ilegible: el laberinto de las emociones, lo intrincado de las relaciones y sus tramas circulares, sus ires y venires, sus encierros y sus abruptas salidas.

Cuando recién comencé a "soltar la mano" con la prosa, leí harto a Auster. Partí con La habitación cerrada, Trilogía de Nueva York. Había mucho allí de reflexión introspectiva, de frases intimistas, de mirada introvertida, todas cuestiones que me sedujeron de inmediato y que se volvieron fluidas. Intenté probar con textos inspirados en esa reflexión y esa mirada, y me salían solos. Sin embargo, faltaba la vivencia, la necesaria procesión de la vivencia y su consecuente alegato. Por ende, nacía una creciente desconfianza a la vida social, producto de un carácter retraído y de una prosa, por lo mismo, más hermética y menos diáfana:

"Todos queremos que nos cuenten historias, y las escuchamos del mismo modo que las escuchábamos de niños. Nos imaginamos la verdadera historia dentro de las palabras y para hacer esto sustituimos a la persona del relato, fingiendo que podemos entenderle porque nos entendemos a nosotros mismos. Esto es una superchería. Existimos para nosotros mismos, quizá, y a veces incluso vislumbramos quiénes somos, pero al final nunca podemos estar seguros, y mientras nuestras vidas continúan; nos volvemos cada vez más opacos; más y más conscientes de nuestra propia incoherencia." escribía Paul Auster en La habitación cerrada.

Más tarde, me aventuré poco a poco en la crónica. Leí Leviatán casi en el mismo período en que comencé a escribir sobre cuestiones cotidianas, anécdotas al paso, eventos y casos de la vida real. Me propuse salir del agujero interior. Ahí, en ese meollo policial, podría decirse que nació el germen de aquella escritura problemática que entremezcla, con soltura, la radiografía crítica de la realidad con la subjetiva ficción y las impresiones poéticas. Si bien leía también a Julio Ramón Ribeyro con sus Prosas apátridas (referente ineludible), Paul Auster me ayudó a asimilar el lenguaje de la narrativa para hacerlo parte de la propia expresión interior. Sin Auster, me atrevo a afirmar que no habría perseverado en la vereda de la crónica y la escritura narrativa.

Mucho más tarde, comprendí que el propio oficio de escribir equivalía, como diría el gran Cesare Pavese, al oficio de vivir. Pasé por un período de harta lectura y trabajo con la palabra, unido a bohemia literaria, atropelladas experiencias laborales y amoríos fugaces, aunque no menos intensos. Se podría decir que, en terminología de Auster, había salido de "la habitación cerrada" para aventurarme hacia "el azar y lo imprevisto". Con todo, puedo decir que no me arrepiento de aquellos años, precisamente porque los escribí, porque redundaron en mucho texto desechable, pero, por sobre todo, en mucho trabajo con la palabra escrita que hizo, sin duda, algunas maravillas.

Al lograr esas conquistas interiores, apenas leídas en un círculo acotado y de nicho, me sentía, pese a todo, satisfecho por mi propio "lenguaje de piedras" como hubiera escrito Paul Auster en "Desapariciones". Ahora que partió, y que consta su atormentada vida, puedo dar fe de que "los escritores son seres heridos, y que por eso crean otra realidad". Auster era consciente de que la vida es frágil, de que todo puede precipitarse de un momento a otro, y en la tentativa de deletrear la existencia y volverla un algo más o menos traducible, se incuba el riesgo de la incertidumbre, que da lugar al pathos de la significación. Había que salir de aquella habitación. Dejar con llave y salir a contemplar las estatuas quemadas en la ciudad, porque la libertad también engendra el fuego, porque vivimos a riesgo de quemarnos vivos e inmolarnos, pero es en esas crisis donde brota la historia, el sentido, el relato personal, el trasvasije de reflejos en los espejos de la intemperie.

A todos los que persisten en el culto de la palabra les llega, sin remedio esa crisis, ese momento crítico en que se cuestiona todo, incluso el propio sentido de seguir escribiendo, y es ahí donde radica el sumo desafío: continuar escarbando en la arqueología de la vida para desenrollar nuestros propios relatos o seguir porfiadamente en en la opacidad de nuestra esencia, volviéndola una máscara con la que enfrentamos el horror de lo indecible, de lo que agota el propio lenguaje por su implacable incógnita:

"Creo que el mundo está lleno de historias, que nuestras vidas están llenas de historias, pero que sólo en determinados momentos somos capaces de verlas o entenderlas. Hay que estar dispuesto a hallar el sentido de lo que te está ocurriendo. Casi todos nosotros, yo mismo incluido, vamos por la vida sin prestar mucha atención. De pronto ocurre una crisis, y nos cuestionamos todo lo que nos rodea, y en ese momento dejamos de pisar terreno firme. Creo que es en esos momentos que la memoria se convierte en una poderosa fuerza de nuestras vidas. Comienzas a explorar el pasado, e invariablemente te encuentras con una nueva lectura de ese pasado, lo entiendes de una manera nueva, y por ello eres capaz de enfrentarte al presente de una manera nueva". Crisis (2022) de Paul Auster.

Hay un Paul Auster más maduro en Crisis que en La habitación cerrada, no menos lúcido, aunque más sereno, confiado en la redención a través de la escritura, en su cualidad regenadora. Aun así, la vida lo abatió sin piedad, y puede que en aquella lucha contra lo inevitable haya radicado su fuerza, la verdadera fuerza.

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