viernes, 11 de mayo de 2018

Había una alumna que decía estar todo el rato aburrida, algo impensable o, al menos, poco probable en medio del jolgorio juvenil del día del alumno. Su actitud distaba de la norma, en el sentido de que pedía permiso a cada rato para ir al baño, y permanecía casi toda la jornada en una esquina, sin apenas hablar con nadie. Al rato, sin embargo, se animaba, cuando varios de sus compañeros y compañeras salían de la sala y se proyectaba una peli de terror vía netflix, que otros eligieron. Esa alumna, esa alumna enigmática, auto excluida, era la misma que en marzo se acercó a mi y me confió un cuento que estaba escribiendo. Había dicho que no le dijera a nadie sobre ese cuento. Que, visto así, su incipiente afición a la escritura quedara en la sombra, como ella misma, tras bambalinas del show que montaba el resto de la comunidad. Hay algo que siempre identifica o es síntoma en los proyectos de escritores, un desvío, una actitud fuera de lo común, una decisión inesperada. En el caso de la alumna, tal vez era solo su carácter, su carácter reflejado en ese texto secreto, tímido, oscuro, escondido de la influencia exterior.

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