"Es una wea generacional. Lo que pasa es que estos cabros son milénicos" repetía el colega de inglés en la mañana en la sala de profes, a propósito de la conducta de los cabros en clase. Su aseveración me hizo ruido de inmediato. "¿Pero los millenials no éramos nosotros? ¿Entonces qué pito tocamos ahí?". El colega confesaba, luego de desmentirse, que había una confusión conceptual entre generaciones, ya que algunos sostenían que la millenial comprendía a los nacidos entre los ochenta y los noventa, y otros que solo a los nacidos en los años ochenta. Así el colega comenzó a hablar luego de la generación X, la llamada generación perdida, que vivió su juventud en los noventa, para compararla con la nuestra, que vivió mejor dicho su temprana infancia en los noventa. "Viéndolo de forma melómana compadre, seríamos como la generación que vivió de chico el paso del grunge al britpop, del desencanto a una nueva alegría. Jugábamos al Super Nintendo, teníamos Atari pero aún no teníamos Internet en la casa. Se podría decir que somos la "transición" entre la X y los cabros actuales, que serían la Z. Nosotros seríamos la Y". El colega subrayaba la palabra transición admitiendo la indirecta alusión política. La de la famosa transición a la democracia. La alegría por venir vuelto el slogan publicitario de nuestra idiosincracia y, en parte, de nuestra mentalidad. "Pero viejo, quiénes serían los millenials ¿ellos o nosotros?". le repetía de ese modo al colega aún sin poder hacer el distingo definitivo. El director entró súbitamente, y sin mayor preámbulo agregaba que los millenials éramos nosotros, incluyéndolo. "Nuestros alumnos son la generación Z, ya la busqué por internet. Nacidos a fines de los noventa y principios del dos mil. Entiendan que nosotros adoptamos la tecnología. Ellos se criaron en ella". Silencio repentino. El colega de inglés seguía pensando, cavilando aquella analogía musical. Por mi parte, la pregunta sobre la generación aún insistía. La paráfrasis a Bane en El caballero de la noche asciende era buena, pero no lo suficiente. La duda generacional no quería ser resuelta, sobre todo al leer que un tal Neil Howe, en su libro sobre el ascenso de los Millenials, consideraba que la línea divisoria entre estos y la generación Z era solamente tentativa. Pues con estas cavilaciones sin resolver se cerraba la discusión. El timbre no paraba de sonar, anunciando que este trío de profesores milénicos debía sí o sí volver a la realidad de la sala de clases, ese amasijo generacional todavía sin un horizonte ni una cancha completamente definida. Puede que sea finalmente aquella indefinición generalizada la virtud o la maldición de nuestras luminarias, su placebo existencial o su piedra en el zapato.
jueves, 21 de septiembre de 2017
Copiar
-Profe, pero si hasta los parlamentarios copian y a ellos no les dicen nada. ¿De pronto somos menos cosa que ellos?
-No se trata de eso. Es solo que no sea como los parlamentarios. No siga su ejemplo. Sea más honesto, y diga que no sabe nada. Así de simple.
-Entonces, si estamos con esa ¿de dónde saca usted material para las guías y las actividades?
-....
-De internet, pues. Pero se edita para hacerlo más ameno.
De pronto la clase misma se volvía una discusión meta metodológica, un ejercicio de sinceramiento y de revelación entre quién copiaba y se hacía el leso y quién tenía las agallas suficientes para confesarlo.
Godard decía respecto al cine: “No se trata de donde sacas las cosas, se trata de hacia donde las llevas”. Aplicaría también esa declaración a la propia pedagogía.
"Cabros de mierda". La mirada del joven misionero tomado por cura rojo vendría siendo la misma mirada de la cámara capturando la memoria histórica. Ojo creyente, ojo testigo. Su fe -en la película- se expresaba más a través de la lente de la cámara que a través de la propia palabra. Y la mirada de la chica pobladora, tomada por comunista y terrorista, vendría siendo la propia mirada cruda, desnuda, sin otro filtro que su deseo y su realidad, la misma que tentaba al misionero para abandonarse al placer y a la vez desafiaba el horror de la persecución de cara a la muerte. Un decente Daniel Contesse en el papel del "cura rojo". Una estupenda Nathalia Aragonese en el rol de la Francesita.
miércoles, 20 de septiembre de 2017
Es algo desconcertante señalar en qué medida el estado de alerta, el desastre en toda su definición resulta lo único que, paradójicamente, une, integra, quizá no por un profundo redescubrimiento de una bondad escondida sino que por el reconocimiento de que el dolor del otro es también un dolor propio en potencia, y así el miedo del otro tiene que pasar sí o sí por el cedazo de la conciencia, y verse amplificado hacia el mundo completo de inmediato en cuestión de segundos. Al terremoto del México le seguía luego un nuevo terremoto en Japón. "El cinturón de fuego no perdona", se le oía decir a un reportero, no sé en qué radio. Los medios locales no escatimaron en recursos. Bastaron los videos y las imágenes del hecho para generar un shock preciso y conciso, un espacio virtual psicológico en tiempo real. La era Internet propicia el milagro de la aldea global, pero a la vez acarrea consigo sus ingentes maldiciones, el impacto directo del desastre en todo su desparpajo. Se puede hoy digerir el desastre a través de múltiples relatos, pero al ser leído al instante, el coste psíquico acaba siendo mucho mayor. La información alcanza la velocidad del desastre pero la reflexión llega a él siempre a posteriori, resintiendo así las réplicas de su existencia. Como hubiera dicho Maurice Blanchot, el desastre no alcanza nunca a "escribirse del todo", pero en su insistencia algo debiera quedar: un gesto, aunque fuese de indiferencia, la desolación o un significado, por mínimo que fuese.
martes, 19 de septiembre de 2017
No fui a ninguna Fonda durante estos días. La primera excusa era la clásica: que prefería salir a cualquier otra parte que no fuese la establecida por el jolgorio general. La parada militar tampoco fue la excepción. Deserto de estos eventos, en realidad, no tanto por su exceso de espectáculo como por un ánimo misantrópico, que evita que deba forzar una celebración merced a la ilusión patriota y al falso sentido colectivo. Siempre he creído que el brindis no se comparte con cualquiera solo por el hecho de haber nacido en el mismo suelo y bajo el mismo yugo histórico. Bajo la envoltura del carnaval bajtiniano, la fiesta dieciochera como que apela a la unión de las masas, invierte las máscaras del orden social pero a la vez reinaugura la hipocresía con la suficiente dosis de alcohol y de calorías. Divago sobre esto, mientras vuelvo a casa a pasar la resaca de haber brindado con los míos. La ilusión del retorno y la rotura del nido. Las réplicas de un terremoto espiritual. Pese a todo, no me puedo resistir a ver en línea los fuegos artificiales del Parque O Higgins ni la mismísima última Parada militar de Bachelet. Incluso escarbo en las noticias sobre las fondas y las ramadas de este 18 en la Quinta por si doy con alguna anécdota sabrosa rica en despropósito o absurdo. Hay algo en esa visión fuera de contexto, en esa lectura aguafiestas, que rebosa de un entusiasmo invertido. No se cree ni se comparte el sustrato mismo de lo que se está celebrando, pero aún así se disfruta de todo por fuera, de forma cínica, solapada, como mirando jadeante por el ojo de la rendija, como entrando y bebiéndose los conchos, como espectador impío sin otro sentido patriota que su caña moral.
Dos patriotas
“Insistir en ser chileno es como insistir en estar resfriado”.
Raúl Ruiz.
“Todo el mundo en Chile es chileno; es algo desesperante”.
Juan Emar
lunes, 18 de septiembre de 2017
sábado, 16 de septiembre de 2017
Ya que dice que el Romanticismo tiene una conexión directa con los ideales de la Revolución Francesa, y habla de la característica del desengaño ¿será entonces el anarquista también una especie de romántico? Algo más o menos así preguntaba en el preu un cabro durante la clase de la tarde. En efecto, la respuesta a su pregunta sería afirmativa, de no ser porque el cuadernillo psu solo contemplaba un análisis ceñido a la época literaria. Una cuestión terriblemente parcelada, sin aparente conexión con ninguna otra cosa. Mijail Bakunin habría servido, en relación a la inquietud inicial, de ejemplo político. Aun así, muchos seguían sin poder disociar lo romántico de lo meramente sentimental. Sin embargo, en la pregunta del principio, en el cuestionamiento asociativo de ese cabro ya estaba contenida su propia respuesta. El sentimiento como resistencia o bien como evasión de la realidad. Lo romántico como un espíritu, no una moda del corazón. De hecho, lo romántico y lo anárquico como un solo corazón.
jueves, 14 de septiembre de 2017
Llamadas
Llamadas perdidas desde diferentes números desconocidos, durante el lapso de no menos de dos semanas. No contesto ninguna de ellas, ni tampoco me tomo la molestia de devolver las llamadas, más por desconfianza que por falta de interés auténtico. Unos llamados telefónicos tan insistentes no deben ser de nadie cercano ni amigable. (no acostumbra a llamar nadie de forma tan reiterada y sistemática) o tampoco nada tan íntimo que implique la vida o la muerte. Ante el desconocimiento de esos interlocutores frustrados, colijo que pueden ser solo tres opciones posibles: cobranzas, publicidad o avisos laborales, con una mayor probabilidad de que sea la primera, considerando la cantidad de tiempo en que he dejado madurar las deudas del célebre crédito como si fuesen raíces sin límite de suelo, sin otro suelo que el que voy pisando día a día camino a una gravedad latente. De ese modo mi negativa se vuelve pasiva. Simplemente hago caso omiso de esas llamadas incógnitas, buscando que el desvío tome su curso natural inevitable y desemboque alguna vez en el silencio absoluto, cuestión que en el fondo solo aumentará el misterio respecto al origen o al por qué del asunto. Como sea, permanezco sin contestar, manteniendo una normalidad inquietante pero a la vez dilatando la incertidumbre. Se puede vivir tranquilo negando la existencia del problema, pero también se puede vivir activamente, con la duda a cuestas.
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