Las excusas de inasistencia de los estudiantes cada vez más ingeniosas e imaginativas. Eso demuestra que su capacidad ficcional se mantiene intacta. Solo que su líbido en su mayoría no está orientada al estudio. Llamésmole estudio a todo lo que la institución y el curriculum estipula como lo oficial, como el camino a seguir. Sucede que los cabros hacen vida escolar de manera lateral al estudio. La verdadera vida escolar para ellos se da en forma de resistencia al parámetro establecido. Proceso natural o deliberado sabotaje al convencionalismo de la educación. Como sea, el profesor tampoco se resta a este fenómeno. De hecho, es su parte crucial. Su vida a ratos se debate entre lo oficial, lo que se espera de él como agente pedagógico, y lo que realmente la experiencia le enseña y le demuestra con creces. También ejerce un proceso lateral. También perdura a expensas de la regla. También hace de su ocio algo sagrado que debe conservar mientras hace del trabajo su arma de sobrevivencia. Sin aquel proceso quizá no podría hablarse de vida escolar en toda su amplitud y tampoco de aprendizaje en su sentido lato. Mucho menos de vida en su sentido práctico.
miércoles, 21 de septiembre de 2016
martes, 20 de septiembre de 2016
lunes, 19 de septiembre de 2016
Highway Chile
Dice el mito que el tema Highway Chile de Jimi Hendrix lo escribió en alusión a un supuesto viaje psicodélico del rockero durante el verano del 67 en la ciudad de Antofagasta. Sin embargo, Chile es solo la deformación de la palabra Child (chico o hijo) en inglés. La canción originalmente sería en español "El chico de la carretera" y no "carretera a Chile" como se ha pensado hasta el momento. Hendrix, de todas formas, colocó la palabra Chile porque la parecía más auténtico dejarlo así que corregir la palabra. Se desmiente entonces una gran fábula melómana en torno a una conexión musical del guitarrista con estas latitudes. Pero eso no quita que la fábula, con toda su imaginería, siga sonando "cool". Seguirá en el imaginario aquel tema compuesto por Hendrix refiriéndose a Chile. Y lo seguiremos escuchando con esa idea aunque sea falsa. Porque a veces la ficción resulta más inspiradora que la verdad. Porque la música misma, así como el sentimiento nacionalista, se valen también del mito. Y está claro que Hendrix sí lo fue.
sábado, 17 de septiembre de 2016
Qué será de aquellos proyectos a medio camino que se nos ocurrían en voladas de esparcimiento, aquellas ideas locas que terminaban en pasillo pero que nunca se concretaban, aquellos planes de cambiar el mundo que nos asaltaban entre trago y trago una noche cualquiera. He pensado que quizá las mejores ideas casi siempre vienen de improviso, y para colmo, también se terminan esfumando de improviso. Son como esas personas que conoces un día de celebración y con las que se habla con tanta confianza que parece que te hubiesen conocido de toda la vida, pero que al día siguiente recuerdas con recelo y con cierta extrañeza y certeza de no volver a verlas jamás. Por eso mismo le guardo cariño a todos esos proyectos, ideas, planes irrealizables. Porque guardan la pureza de aquello fugaz. Porque no pretenden ser otra cosa que lo que son. Porque quizá sean lo más cercano a un hijo que se pueda tener, pero solamente que un hijo abortado a tiempo, antes de ver la luz, antes de hacerse realidad y someterse al arbitrio y degradación del mundo. Así que un saludo por nuestras ideas imposibles. Un salud por nuestros hijos nonatos. Un salud por todos nuestros fracasos. Y un salud también por esa idea imposible, por ese aborto, por ese fracaso llamado Chile.
viernes, 16 de septiembre de 2016
Sé de antiguos compañeros que siguieron la senda esperada después de haber egresado, orgullosos de haber comprado con su sueldo de profesor sus primeros "bienes" materiales. Uno decía estar contento por haber comprado su primer refrigerador. Otro por su primer LCD. Casi como si se tratase de hijos adoptivos o de alguna clase de fetiches personales. Al contrario de ellos, mi nivel de desprendimiento ha alcanzado límites sospechosos. Todavía arriendo. Y lo propio casi se ha reducido a la ropa, el notebook y la biblioteca. Ya casi olvidando la deuda millonaria que pesa sobre la conciencia, y que se olvida y se vive a pesar de ella como si no estuviese cuando en realidad sí lo está, paso los días solo deseando salir mentalmente ileso del trabajo, tratando de no desperdiciar la próxima idea a ser escrita, y los fines de semana, gastando lo poco que gano en libros y en juerga, buscando hacer buenas migas con algunos amigos y ojala por ahí conociendo una que otra cristiana con la cual sobrevivir la noche.
jueves, 15 de septiembre de 2016
Detrás de la Iglesia Sagrados Corazones, en la salida que da a Avenida Colón, un grupo de gente, en su mayoría ancianos y ancianas, y algunos otros de mediana edad, haciendo una fila para la entrega de almuerzo solidario. Vi el menú. Una ración de fideos con salsa y ensalada, envuelta en un papel plástico. Lejos de producirme compasión, la escena parecía sacada de una escena de realismo italiano, literalmente. Había ahí realidad en toda su crudeza pero también un poco de la picardía que vacila inclusive una situación de hambre. Alcancé a escuchar a uno de los viejos en la fila. Le dijo a otro: "¿Y por qué mejor no comemos empanada, si es 18?". Aquel le respondió: "Tranqui. Deja la empanada pa la noche mejor". Risas. Lo hilarante de la situación desde lejos podrá parecer patética, pero en realidad te interpela, porque en el fondo uno mismo no es sino un mendicante, quizá no afuera de una iglesia en espera de comida, sino que en las afueras de otras puertas: del trabajo, de los amigos, de la familia, mendicante de dinero, de vida, de aceptación. Tenemos hambre de otras cosas, la diferencia es solo de grado. Lo que demuestra la risa de esos viejos que bromeaban sobre el doble sentido de la empanada era el absurdo del hambre, que tiene mucho de tragicómico. El absurdo que nos constituye pero que a la vez nos saca en cara nuestra insignificancia. A modo de agradecimiento no nos queda otra que devolverle una carcajada y seguir brindando.
miércoles, 14 de septiembre de 2016
Deserción
Hoy falté a clases. Lo raro es que en calidad de profesor. Aviso previo. Por motivos que no expondré por acá. Se siente extraño faltar a clases siendo profesor. Pero la sensación de regocijo persiste. El ocio aflora espontáneamente. Diecisiete años de educación no pueden combatirlo. Sin embargo, por esas cosas de la vida, me encuentro con dos estudiantes en la calle. Primero, con una ex alumna del colegio pasado. Me pregunta qué hacía por esos lados. Le digo, a modo de broma, que hice la cimarra. Ríe. Vive cerca de donde andaba. Fue inaudito encontrarla ahí, precisamente un día sin clases, en circunstancias de que, la última vez que supe de ella. andaba fuera del país. Luego, en la otra esquina, un par de minutos después, me encuentro con un alumno del segundo ciclo del instituto. No sabía que había faltado a clases, puesto que él también faltó. Me preguntó, al igual que la otra chica, qué hacía por esos lados. Esta vez cambié la versión y le dije "trámites". Seguimos caminando hasta llegar al paradero. Preguntó qué se haría el viernes. Le dije que no habrá clases, sino que actividades. Su sonrisa corta de pronto se abrió. La mía, al pronunciar la palabra actividad, también. En la esquina contigua al paradero toma otro rumbo y se despide. En resumidas cuentas, ninguno de los dos alumnos supo sobre mi falta. La sincronicidad del ocio tiene su misterio. Si hubiese ido a clases no hubiese hecho ese recorrido, no me habría encontrado con esos alumnos, y mucho menos hubiese escrito la anécdota. Cada paso, por falso que sea, tiene su secreto. Escribo esto en el fondo como una prueba de que, en un día en apariencia desocupado, la sombra de la actividad te continúa siguiendo. Los estudiantes, a su modo, también debieron sentirse sorprendidos de encontrarme fuera de clases. Debieron preguntarse cómo alguien como el profesor puede hallarse en esas circunstancias. Recuerdo que el alumno al oír la excusa de la inasistencia, dijo sin más: "Lo entiendo. Suele pasar". No hay forma de que la rutina salga invicta. Siempre se acaba escapando o, en su defecto, resistiendo. La deserción tiene su propia narrativa fugitiva.
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