miércoles, 30 de julio de 2025

Val-tsunami

"Las calles del centro, vacías, melancólicas, heladas, después de la lluvia. Así deberían estar siempre" fue lo que escribí un día de julio del 2018, en un texto que iba a publicarse en Rinconada, pero que acabó, por esas circunstancias de la vida, publicado en el libro A destiempo. Justa resonancia con el título. Ahora dicho fragmento vuelve a resonar con motivo de la reciente alerta de tsunami en todo Valparaíso. He visto videos del plan de la ciudad a la altura de la calle Blanco, cerca de la Intendencia. También hay registros del sector de Bellavista, de la feria de Av Argentina siendo desinstalada con urgencia, del barrio puerto y el sector próximo al ascensor Artillería y el paseo 21 de mayo. Todos y cada uno de los rincones se veía desierto. Ningún porteño, ningún alma porteña por las calles. "Cero humanos", comentaba un usuario, con un dejo de irónica alegría, como si él mismo no contara en la ecuación. Valparaíso se había vuelto una ciudad despoblada en sus interiores, con motivo de un posible tsunami. Desde que soy chico que vengo escuchando los mismos rumores y la misma posible amenaza. El resultado siempre ha sido un miedo reinante sobre las cabezas, una evacuación masiva y protocolar que acaba con la ciudad al desnudo, y un imaginario catastrófico que ya se ha convertido en otro sello subterráneo de nuestros relatos más arraigados. A mí me tocó evacuar solo una vez, hace casi once años, luego de un temblor fuerte. En dicha ocasión, subí al Cerro Polanco porque vivía en el plan, exactamente en calle Chacabuco. O quizá se trate de una de las tantas evacuaciones que me tocó vivir, porque, en una, de hecho, me encontraba en Santiago, y vi por redes sociales cómo la ciudad volvía a quedarse desierta, libre de su gente, no así de sus restos. ¿Qué sería de Valparaíso sin sus locatarios? Antes bien habría que preguntarse ¿Qué sería de los errantes sin Valparaíso? Por un momento, los porteños volvieron a hacer el ejercicio de imaginarse a la ciudad vacía. El espectáculo fue grandioso, tanto así que el tsunami -solo latente en su potencial- se volvió la excusa perfecta para contemplar, al menos durante unas horas, un centro reposado, sin ajetreo, silencioso, solitario. Si hasta las calles se veían más limpias y ordenadas. Una vez más, Valparaíso resurgía como ciudad fantasma y se tomaba un breve respiro. La mar la secundó, a lo lejos, como en los tiempos del Chivato mitológico.

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