Llegué al Café del Poeta en Plaza Aníbal Pinto, antes de la hora acordada. Me senté a una mesa en un costado izquierdo, próximo a dos muñecos de cera de Gabriela Mistral y Pablo Neruda. Esperé ahí, paciente. Don Fernando Rivas llegó puntual, a paso lento. Al darse la vuelta, le hice una seña, me levanté y lo saludé con un estrechón de manos. Lo invité a sentarse, pedimos un americano y comenzamos a hablar. “Ver el diario quemado me impresionó mucho, traté de indagar por qué pasaba eso”, dijo. Desde el principio, dejó entrever su inquietud respecto a lo que había pasado ahí. Él había escrito el ensayo El incendio de “El Mercurio de Valparaíso”: la purificación de un trauma histórico y social en diciembre del 2019, plena ebullición del “estallido”. Le expliqué que, por mi parte, me proponía realizar una crónica sobre lo ocurrido ahí en el diario. En eso coincidíamos y ese era el motivo que nos convocaba.
-Cuénteme sobre sus razones-, le dije a Don Rivas.
-Las razones que encontré, son como te decía, razones internas del diario. Tienen que ver con su propia historia y su vínculo con la zona de Valparaíso, con la región. Yo creo que eso es importante. Otras razones tienen que ver con el carácter nacional del diario, ¿no? El diario viene, de hecho, de una familia que es de incidencia nacional. De modo tal de que también ese aspecto empezó, creo yo, en el tema de los medios. Tenemos dimensiones nacionales y hay razones también de la ciudad de Valparaíso. Hay razones internas, hay razones locales, podríamos decir, y hay razones nacionales. Y las tres se mezclan, ¿no? Uno no las puede ver en forma clara-.
Rivas continuó explayándose respecto a esas posibles razones. Hubo una pausa de cuatro segundos:
-Yo creo que lo que te he contado, estas razones que tienen que ver con lo interno, con lo local y con lo nacional, se mezclan todos y se produce esto. Yo creo que, en definitiva, lo más importante es que el diario se separa de esos dos grupos, se aísla y se convierte en un diario de derechas muy precarizante, internamente ya muy dañado ¿no? con todos estos experimentos que se hacían al interior y donde se iba determinando la cantidad de trabajadores. Ahora, particularmente de esa noche, no sé, pero los periodistas estaban trabajando. Fue un día sábado, ¿no?
-Justamente, el sábado-, agregué.
-Claro. Entonces, había gente que estaba trabajando en El Mercurio a esa hora, a las siete u ocho de la tarde. Estaban preparando la edición del domingo. Entonces, eran unos cuantos periodistas que se vieron, digamos, amedrentados por la turba ¿no? Porque es una turba muy grande por fuera del diario. Y en cuanto pasaron frente al Mercurio, les bajó toda la bronca. Juntaron madera, no sé de dónde sacaron palos y le prendieron fuego a sus tablas. Y eso hizo que alguna gente subiera incluso unas escalas y llegaran al tercer piso, donde estaban los periodistas. Y entonces, en una actitud muy de salvataje, optan por salir hacia la escalera de la Avenida Concepción por una puerta trasera y así huyen. Ahora, no sé qué pasó allá adentro, no tengo idea. Dicen que lo quemaron, que prendieron fuego.
-Pero a esa hora ¿todavía estaban los periodistas trabajando?-, le pregunté.
-Sí, estaban trabajando. Bueno, tenían que haber sido las siete de la noche. No debe de haber habido mucho, porque el diario cerraba temprano. Pero tengo entendido que sí había periodistas trabajando. Y como te digo, huyeron por una puerta trasera, porque la gente no sabía qué iba a pasar, porque estaba enardecida.
Al rato, Rivas me recomendó hablar con una antigua editora del diario para profundizar más en el asunto:
-En ese sentido, yo creo que una persona con la cual deberías hablar de todas maneras es con Rosa Zamora. Ella es una editora del diario-.
-¿Hay alguna forma de ubicarla?-, volví a preguntarle. Dijo que sí, que trabajaba en el antiguo edificio del Círculo de la Prensa, que está ubicado en la esquina de las calles Edwards e Independencia, curiosamente, cerca de donde yo vivía para el periodo en que quemaron El Mercurio.
Rivas me comentó luego de un archivo sobre el cual podría averiguar:
-En el cuarto piso del edificio hay un archivo del diario. Y seguramente, si está ahí, se está deteriorando. Y es un archivo valioso. Hay textos, hay imágenes, hay ejemplares, hay una colección del diario-.
-Sí, y, y eso mismo que usted dice-, le comenté. -También me lo contó otro periodista, Francisco Núñez, que hay un archivo ahí que se está perdiendo y nadie lo ha intentado recuperar. Extraño, porque es un archivo antiquísimo-.
-Bueno, ese, ese es el tema-, dijo. -Yo creo que la familia mercurial (sic) subsiste, pero subsiste en el cariño que le tenían los propios funcionarios. Gente que ya no está en el diario, pero que se reúne, que se junta, que conversa, que te hablan de sus tiempos que pasaron-.
De esa forma, Rivas ahondó en el estado anémico del diario desde el año dos mil en adelante, el rol que ha tomado la Municipalidad en el asunto y sobre la posibilidad de restaurarlo y la renuencia por parte de sus dueños. Dicho esto, sabía que su contribución sería valiosa, aunque era consciente de que debía seguir indagando hasta dar con algún involucrado, al menos alguien con conocimiento de causa, de primera fuente.
-Y otra cosa más, ¿será posible investigar también a gente que estuvo involucrada?-, le pregunté, otra vez.
-Sí, debe haber-, respondió él.
-Deben haber tenido razones y deben saber cosas que yo no sé. A mí me da mucha pena pensar que, hace mucho tiempo, los funcionarios de aquí se organizaban. Se iban a la huelga y realizaban manifestaciones en la salida del diario. Yo encontraba que eso era lamentable, porque en mi tiempo nosotros éramos funcionarios del diario y teníamos nuestro prestigio. Entonces, te das cuenta de lo que te cuento, de la familia mercurial, que fue abandonando todo. Y obviamente la gente del sindicato debe tener muchas ideas sobre la conversación interna con la empresa. Así que yo creo que debieras entrevistar a más personas-.
-Sí, de todas formas-, le contesté, decidido. -Voy a investigar a esas personas-.
Finalmente, Rivas sostuvo que era muy posible que todo se tratara de un atentado deliberado, y sobre eso había que hacer hincapié.
-Con eso tienes suficiente como punto de partida para empezar a hablar. Si no lo logras, bueno, en ese caso, tener al menos los antecedentes de lo que pudo haber pasado dentro del diario-.
Le repetí que sería ideal contar con dichos antecedentes. Y con ellos armar, en definitiva, un relato, inaugurar una mirada.
-Un relato-, agregó él. -Entonces, puedes trabajar ahí con ese orden, ¿no? Interno, local y nacional. En todo caso, se trata de mi hipótesis. Me encantaría conocer la tuya-.
-Cuando saque el libro-, rematé.
Antes de terminar, le pregunté por el suyo. Dijo que había retirado de circulación los ejemplares, porque ya no pensaba lo mismo que antes respecto del incendio. En efecto, muchos cambiamos desde esa época y seguimos en la búsqueda en medio de la incertidumbre.
Con esa idea en mente, nos encaminamos a la salida del café y nos despedimos. Él siguió su camino, de nuevo, a paso lento, rumbo a calle Esmeralda, la misma donde está situado el diario. Lo próximo era contactar con Rosa Zamora y, en lo posible, con el compadre que voluntariamente me confesó haber sido testigo directo de los hechos. Ese detalle fue lo único que no le conté a Rivas. Lo sabrá, si es que el libro llega a existir.
