domingo, 24 de octubre de 2021

El juego del calamar y Ojos bien cerrados: una mirada hacia la elite oculta.

Muchas veces, directores, productores y gente que crea todo el conjunto de películas, series e incluso novelas, incorporan, dentro del tejido de la ficción, elementos absolutamente reales. Algunos de estos elementos están ocultos o solo se muestran de manera subliminal, porque, hablar libremente sobre estos, puede suponer incluso la pérdida de la vida. Y esto, que se lo digan al genio Stanley Kubrick, cuando denunció que existía una elite mundial que se reunía para realizar orgías, asesinatos y todo lo que un simple mortal ni siquiera podría llegar a imaginar. Solo vean la película Ojos bien cerrados con la mente muy abierta, ojala pasada la madrugada, y podrán llegar a considerarlo.

Hoy, esta lógica del enmascaramiento y la develación en lo audiovisual vuelve a operar con la polémica serie El juego del calamar, una serie surcoreana que realmente ha sido todo un fenómeno. En esta serie se plantea cómo personas que han sido excluidas de la sociedad, ya sea por vicios, por falta de integración, por deudas y por otra clase de razones, son invitadas, seducidas y luego conminadas a participar de un macabro juego en el cual tendrán que sortear desafíos mortales con la promesa de una recompensa de miles de millones de dólares. ¿Qué pasa? Pues que estos juegos son realizados precisamente por una elite que viene de diferentes países para presenciarlos y observarlos con sumo placer cual espectáculo circense, teatro o carrera hípica. Todos estos juegos son financiados por la propia elite, y aquí vemos cómo sus integrantes, personificados con máscaras de animales, conllevan elementos que, al parecer, el director incorporó de manera consciente para denunciar la existencia de estos grupos y estas prácticas en el mundo, gente que, al tener todo el dinero imaginable, se siente insatisfecha, cual dioses del olimpo, y necesita algo más, en este caso, literalmente, disfrutar del horror del sacrificio humano.



La clave para poder interpretar esta denuncia en clave cinematográfica está en las máscaras. La serie es surcoreana pero la gente que ingresa a ver los juegos del calamar habla en inglés, y se puede inferir que, por sus acentos, pueden venir de Inglaterra, Estados Unidos y de diferentes partes del globo. Por otra parte, máscaras también fueron usadas en un evento que aconteció en 1972. Se trata de la fiesta de la socialité Marie-Hélène de Rothschild. Si ahondamos en el trasfondo, podremos comprobar que el horror es real. El 12 de diciembre de 1972, Marie-Helene decidió montar aquella fiesta, la que realizó en la mansión de Ferrieres. La mansión recibía a las personas más poderosas e influyentes de la época y tenían que ir con máscaras de diferente tipo, por ejemplo, de conejos, ciervos, cuervos, jaulas e incluso extravagancias de corte surrealista y todos ellos tenían una invitación que debían leer con un espejo porque estaba escrita al revés. Marie Helene, en aquella ocasión, llevaba una máscara de macho cabrío con unos cuernos enormes. El simbolismo de esta figura es enorme. Solo basta imaginar el carácter sombrío de esa máscara, e investigar las implicaciones que la familia Rothschild ha tenido en el mundo entero, operando siempre más allá del bien y del mal, cual nobleza maquiavélica, mediante extorsiones y manipulaciones para poder controlar la energía mundial, en alianza con los Rockefeller y otras familias que tienen el poder.


En la fiesta de 1972 nunca se supo realmente qué fue lo que hicieron tras bambalinas. Existen muchas especulaciones que pueden rondar la conspiranoia, pero lo único que sí trascendió al ojo público fueron las fotografías sobre la fiesta de gala con aquellas bizarras y perturbadas máscaras. En una de las fotos, también se pueden encontrar mesas llenas de comida, mesas con muñecos de bebé quemados y retorcidos, mesas con muñecos de personas a tamaño real, desnudos y con un aspecto que perfectamente puede evocar a un cadáver. Todo puede resumirse en una estética, por lo bajo, bizarra, fuera de lo normal, más sabiendo que, durante décadas, la familia Rothschild ha estado envuelta de polémicas relacionadas con asesinatos, abusos y otro montón de atrocidades. En términos estéticos, la fiesta podría ser interpretada, si se quiere ir más allá, incluso como una abyecta provocación. Y lo más macabro de todo es constatar que muchos de estos mismos elementos aparecen representados, algunas veces de forma explícita; otros, de manera subrepticia y simbólica, en otros eventos, como la celebración del túnel de San Gotardo, y luego, en producciones cinematográficas como la última película de Kubrick, todo lo cual implica que siguen estando presentes, de alguna u otra forma, en el imaginario de la sociedad. Entonces, evidentemente, hay una realidad ahí, una realidad velada, vetada al ojo del ciudadano común que se transmuta luego en la ficción, tal cual ocurre en el caso de El juego del calamar.

Cuando vi la sección en que aparecen los Vips para ser observadores privilegiados del infame espectáculo, no pude evitar recordar el semblante de los enmascarados en Ojos bien cerrados y, de paso, las fotos de la fiesta de los Rothschild en los setenta, de modo que queda instalado ese halo de misterio en la cultura popular y en el inconsciente colectivo. Conviene leer las ficciones desde otro ángulo, con otra mirada, y así será posible poder desentrañar las claves ocultas. Así, se podría perfectamente aventurar que entre Ojos bien cerrados y El juego del calamar hay una conexión, puesto que ambas intentaron, en clave artística, visualizar las ceremonias que podrían haber hecho las logias del pasado y del presente, las que convocan, sin duda, a la gente más poderosa del planeta, con fines todavía no del todo definidos, y eso resulta inquietante, si se piensa en perspectiva, aunque estimulante, si se piensa en el ámbito creativo.

El juego del calamar será una de tantas series y películas que incorporen todos los elementos aquí señalados. Por lo mismo, el arte de la ficción nos permitirá, a nosotros, espectadores, leer el mundo entre líneas. ¿Y si, al final, la película más retorcida y bizarra, acaba siendo la propia realidad, con sus múltiples lecturas, sus secretos, sus verdades ocultas? Tal vez, como hubiera dicho nuestro querido poeta Renán Ponce: "Más allá del cine/la realidad se filma a escondidas/Y nadie paga por ello/Y nadie paga por ello”.

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